El Ejército, la peor parte de la herencia de AMLO
La peor parte del legado político que nos dejará el sexenio de Andrés Manuel López no la constituyen los onerosos e inservibles proyectos que, a capricho y contra toda recomendación o estudio de rentabilidad, viabilidad e impacto ambiental, erigió entre sospechas de corrupción y licitaciones a modo.
Tampoco sus embates en contra de organismos autónomos que, aunque imperfectos y no siempre baratos, equilibraban un poco la balanza en la relación ciudadanos-Estado.
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Ni siquiera está el menoscabo hacia los otros dos poderes, en particular el Judicial, al que a toda costa ha tratado de someter sin que hasta ahora haya podido conseguirlo por fortuna. Aunque por intentonas no ha quedado.
Y ciertamente no es tampoco la aparición de una nueva mafia del poder que con su venia y protección operan sus holgazanes retoños, a los que insiste en seguirnos vendiendo como los inocentes blancos de los perversos ataques de sus detractores.
Y una que especialmente me preocupa: La degradación y trivialización de la investidura presidencial. López Obrador ha abaratado tanto la figura del presidente que cualquier sucesor podrá sortear las crisis a la manera del tabasqueño: con una respuesta socarrona, con una disgregación incoherente, con un chistorete de mal gusto, con una estupidez. Y aunque no goce de la misma popularidad del hoy mandatario, la evasión de la realidad mediante el milenario arte de hacerse pendejo ha sido institucionalizada. Pero tampoco.
Aunque todas las anteriores serán herencias muy dañinas, el peor legado de AMLO se encuentra en el increíble poder que el Presidente le ha conferido a las Fuerzas Armadas que hoy por hoy están por encima de toda ley. No responden a ningún requerimiento (como no lo hicieron cuando el Congreso solicitó su comparecencia); gozan de total impunidad y hasta están en vías de ser eximidos de cualquier error, culpa, crimen o mancha histórica. Si por AMLO fuera, ya habría inscrito en letras doradas en el recinto legislativo el bendito nombre del Batallón Olimpia entre los próceres, héroes y mártires de la Patria.
Está claro que el Ejército no rendirá cuentas transparentes sobre todos los bienes nacionales que ahora administra. Es obvio que no responderá por los yerros, omisiones y complicidades en su “lucha contra la delincuencia organizada”, y es por demás sabido que tampoco será llamado a cuentas por hechos vergonzosos históricos, como la Noche de Iguala, mejor conocida como el Caso de los 43 de Ayotzinapa.
Son muy ilusos quienes piensan que Andrés Manuel López se vale de las Fuerzas Armadas para retener el control de lo que ocurre en el territorio nacional; cuando es en realidad el Ejército el que utiliza al Presidente como fachada democrática para tomar posesión y control de cuanto le apetece (incluyendo su tajada del negocio del narco), sin apenas tener que dar alguna explicación a nadie y mucho menos tener que ofrecer algún resultado concreto en una cruzada contra las bandas criminales y los cárteles de la droga que ya se antoja eterna y estática.
La fórmula es muy sencilla y hasta se retroalimenta a sí misma: A mayor criminalidad, muerte y desorden, más libertad, mayor rango de acción y más autodeterminación se le da al Ejército. Entre peor sea el caos y el desorden, más se justifica la presencia de los uniformados en las calles. Entonces... ¿Cómo para qué resolver el problema del narco y el crimen organizado, si es la excusa que le otorga a la milicia manga ancha para obrar a su antojo y colocarse incluso por encima de la autoridad presidencial? Sólo un idiota resolvería un problema que le otorga tantos beneficios y privilegios.
El único costo del crimen en México es tener al Presidente haciendo malabares estadísticos en alguna mañanera, insistiendo en que su política en materia de seguridad da buenos resultados, que la tendencia es a la baja (aunque no tan a la baja como para que los soldados regresen al cuartel); que es imprescindible tenerlos en su eterno patrullaje, no obstante la orden es agarrar a los delincuentes a besos y abrazos porque “no somos iguales que Calderón”.
Todo es una total contradicción, nada tiene sentido, pero de eso se trata precisamente: de que nada lo tenga. Es decir, lo estamos haciendo bien (supuestamente disminuyendo al crimen desde las causas), pero no tan bien como para prescindir de los servicios del Ejército. Lo estamos haciendo con abrazos, no con balazos, pero aun así es una tarea exclusiva de nuestro brazo militar armado; nuestros números de muertes violentas van a la baja, sin embargo, son las cifras más altas en relación con los pasados sexenios.
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¿Usted lo entiende? No se preocupe, que precisamente se trata de que no lo entienda usted ni nadie.
Ha sido ampliamente documentado además cómo las fuerzas castrenses han hecho labor de inteligencia y utilizado software de espionaje, como Pegasus, para husmear en la vida privada de periodistas, activistas y detractores del régimen con más consistencia que la vigilancia que se hace sobre cárteles y bandas criminales. Si eso no nos pone al borde de una dictadura, entonces nada lo hará.
A cuentagotas, pero a paso firme (a paso de milico) nos hemos convertido en ese cliché de país latinoamericano que parecía ya superado con el siglo 20. El cliché de la nación bananera manejada por temibles militarotes y generales de cinco estrellas a los que es imposible contradecir desde que son la personificación misma del ejercicio de la violencia en el nombre de la Patria.
Es muy curioso que a los opositores al régimen de López Obradores se les censure y tilde de “derefachos” por estar supuestamente al otro lado del espectro ideológico de la Cuarta Transformación (una supuesta izquierda) y por presuntamente abrazar también el anhelo de un estado represivo. Esa es la definición de “facho”, un término despectivo para referirse a un fascista.
¡¿Pero qué carajos podría ser más represivo y fascista que un régimen militar, en el que los uniformados están por encima de toda ley civil y todo en nombre de un nacionalismo mal entendido?! ¡¿Qué podría ser más facho que un país gobernado por una élite militar con un presidente títere?!
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Ya es hora de que conozcamos a nuestro mandatario y a su gobierno por lo que son: Un régimen fascista en el que no se ha terminado de cocinar un golpe de estado lento justamente por esas maltrechas instituciones que no han terminado de verse doblegadas a la voluntad del tirano de Palacio, pero que a cada golpe que les propina es celebrado por sus entusiastas, corifeos y aduladores.
No sé si este país llegará a darse cuenta a tiempo de lo increíblemente cerca que estamos coqueteando con una dictadura militar. Me parece que no, porque está muy bien disimulada detrás de la sonrisita sardónica de viejo pícaro y ladino que les sirve a los militares de fachada.