El otro
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“Los perros del vecindario han estado muriendo”, me dijo Doña Noelia cuando pasaba por su tienda esta mañana. La saludé por cortesía, pero me di cuenta demasiado tarde de que su cara reflejaba preocupación, así que le pregunté si algo le sucedía, aunque no me importaba en lo más mínimo. Al parecer su querida Princesa, aquella chihuahua vieja y temblorosa que trataba como a una hija, había desaparecido el día anterior. Y mejor aún: los perros en los alrededores habían sido encontrados todos muertos; algunos simplemente tirando espuma por la boca y otros más desafortunados habían sido reducidos a una maraña de pelos y sangre. Le dije que le avisaría intentando esconder mi sonrisa y seguí caminando hacia el trabajo.
Nunca me gustaron mucho los animales, pero no los odiaba al grado de querer ir por ahí asesinando perros. Sólo me alegré de librarme de aquellos ladridos interminables en la madrugada o aquellos regalitos en mi césped. Agradecí en silencio a quien había hecho esto e ingresé a mi edificio.
Trabajo en servicio al cliente en una empresa de cable. No es algo de lo que me sienta orgulloso, pero me permite sobrevivir. Mis padres están bastante chapados a la antigua y consideraban la universidad un gasto inútil. Para ellos la tradición familiar del cultivo de papas era mi futuro, así que hui de casa cuando cumplí dieciocho años. Desde entonces consigo mi sustento a base de discutir con ancianas por teléfono.
Saludé a la nueva recepcionista al entrar, esta vez de manera sincera. Había entrado hacía apenas pocos días y era bastante atractiva. Esperaba invitarla a salir después, cuando resolviera quién estaba moviendo las cosas en mi casa.
El día pareció irse en un parpadeo. No somos precisamente la opción número uno de los clientes, así que cuando no recibo llamadas suelo leer algo de la biblioteca pública. Salí del trabajo y al llegar al complejo de feos apartamentos donde vivo escuché un ruido por dentro de mi casa. Vivo solo, y los apartamentos son una mierda, así que bien podría ser un ladrón o una rata realmente grande. Ambos casos eran malos, así que me apresuré a abrir la puerta y al entrar lo único que pude ver fue la silueta de alguien saliendo por mi ventana. Al asomarme a la calle aquella persona ya no estaba.
Llamé a la policía. Les expliqué lo que pasó y lo que vi, pero ni ellos pudieron darme una respuesta.
“Lo sentimos, señor”, me dijo un oficial. “No ha sido solo usted, una señora de la calle de enfrente ha encontrado muerta a su mascota justo frente a su casa. Creemos que es la misma persona que entró a su departamento y mató al resto de los perros. Le agradecemos que nos haya llamado pero lo mejor que puede hacer ahora es asegurar sus puertas”.
La cabeza me daba vueltas, mi apartamento estaba en un tercer piso y no podía darse el lujo de escaleras para incendios. Y aun así aquella silueta negra había salido por esa ventana, sin aparecer con el cuello roto en la calle de abajo. El asesino de perros hasta ese momento me había agradado, pero odio que la gente toque mis cosas sin permiso.
Decidí entonces que yo mismo descubriría al culpable. Tengo que admitir que empecé mi investigación más por aburrimiento que por mi seguridad o por algún tonto sentido de justicia. Estar tan cerca del peligro me había hecho sentir vivo, y me alejaba de mi aburrida vida de oficina.
Después de la conmoción y de que los policías se fueran, revisé mi casa en busca de alguna pista. Quien fuera el ladrón parecía un primerizo. Sólo desordenó mis cosas, rompió algunos platos y apenas y tomó algo de dinero.
Mientras terminaba de ordenar recordé que el policía mencionó que Doña Noelia había encontrado al fin a su mascota, así que decidí que me estaba quedando sin leche y me dirigí a la tienda. Al llegar me abrí paso entre la multitud que miraba y ahí, como si se tratara de algún ritual falto de presupuesto, estaba Princesa. De su cuerpo sobresalían tres cuchillos, que me resultaban, muy familiares. Eran míos.
Una mezcla de horror y asco me azotaron. ¿Había sido yo? No, no podía ser yo. Yo estaba con los policías cuando ocurrió. Aun así, estaba confundido. Me sentía vulnerable. Tuve la intención de ir a mi apartamento, pero me di cuenta de que esa cosa me podía seguir incluso allí, así que solo lo invité a pasar. Volví a mi apartamento y dije en voz alta: “Vamos a hablar”.
Estaba preparado para todo menos para lo que pasó. Era yo. Era Otro yo. Físicamente era idéntico a mí, pero parecía que no le afectaba la luz. Parecía una sombra tridimensional.
-Hola – Dijo esa cosa. Su voz era más grave que la mía-.
- ¿Quién eres? - pregunté, asustado.
-Soy tú, una parte de ti-. Sonrió - Al parecer la parte de ti que quería matar a todos esos perros
Conversamos un rato. Le pregunté cosas personales; nombres, fechas, y lo sabía todo. Era yo. Nuestra única diferencia era que nuestras ideas diferían. Mi doble era mucho más cínico y perverso de lo que yo creía ser.
-Reprimir lo que deseas está mal, ¿sabes? Por eso es que estoy aquí. Si no hubiera atendido tu falta de iniciativa nos habríamos vuelto locos.
-No entiendo de qué hablas, pero si vas a matarme hazlo de una vez.
-No voy a matarte – rio. - los dos somos una persona. Si mueres tú, muero yo. Soy esa parte de ti que nunca dejas salir; la que le quiere gritar a esas ancianas por teléfono y la que odia a morir a las personas.
- ¿Y qué quieres de mí?
-Quiero que volvamos a ser uno, o no podré descansar. Si aparecí de pronto fue porque hay algo que estás reprimiendo, ¿No es cierto?
No podía pensar en nada. Si tenía algo que aceptar era que odiaba a la mayoría de las personas, pero había aprendido a vivir con eso. O tal vez si me estaba reprimiendo. Odiaba mi trabajo, odiaba mi vida. Solitaria, aburrida y sin significado. Así que para des aburrirse, mi conciencia empezó a matar perros... Quién la viera, yo sólo podía pensar en la adrenalina que sentí al creerme en peligro hace unas horas.
-Mi vida es aburrida – admití-.
- ¡Así se habla! El primer paso siempre es la aceptación.
En ese instante perdí la conciencia. Cuando la recuperé era de mañana. Mi despertador sonó como siempre. Atribuí todo lo que creí que ocurrió a un sueño y fui hacia mi trabajo. Mi sorpresa fue muy grande cuando al pasar por el escritorio de la recepcionista me saludó enérgicamente. Me recordó de nuestra cita esa noche, y traté de sonar como si estuviera al tanto de la situación.
¿Una cita?
Es lo que querías, ¿no?
¿Qué demonios hiciste y cómo es que estás en mi cabeza?
No preguntes, sólo gózalo, dijo, y no lo volví a escuchar en todo el día. La hora de la cita llegó y yo no cabía en mi felicidad. Fue una noche perfecta, y todo gracias a esa otra parte de mí. Por un momento pensé que no sería mala idea coexistir con este ser. Descubrí que se alimentaba de cumplir mis deseos oscuros, y que a cambio me daba estos ‘’Regalos’’, pero no contaba con que su hambre crecía, y mi maldad también.
Llegó un día en que desperté cubierto de sangre. No me molestaba, me estaba acostumbrando y la recompensa me parecía excelente, pero esta vez era diferente. Lo que sujetaba con la mano derecha no era un perro sino la cabeza de doña Noelia. De inmediato la solté y mi estómago comenzó a vaciarse. Cuando estaba tan vacío que me había empezado a dar hambre de nuevo me pude levantar, y contemplé la masacre que había hecho. Me estaba volviendo muy tolerante a las vísceras, pero pude sentir empatía por la pobre señora. Miré su expresión de agonía con lágrimas en los ojos.
Esto había ido demasiado lejos.
Esperé a que apareciera de nuevo. Cerré mi casa por dentro y tiré las llaves por el excusado. No comí ni salí de mi casa en días. Él debía estar sintiendo lo mismo que yo, así que valía la pena. Se había estado quejando, diciendo que íbamos a morir, y yo insistía en que apareciera frente a mí. Al fin apareció después de cinco días Se veía igual o peor que yo.
- ¿Esto es lo que quieres? -Me preguntó.
-Sí.
Nunca había intentado tocarlo, pero todo lo que quería en ese momento era hacerlo desear nunca haber aparecido. Me lancé contra él con un cuchillo y sentí el frío líquido que salía de él. No tuvo tiempo de esquivarlo.
Abalanzarte contra alguien con todas tus fuerzas después de no haber comido en cinco días es agotador. Apenas le clavé el cuchillo y mis fuerzas se acabaron. Caí al piso mirando hacia él, que se desangraba y tosía. Sonreí.
-Yo no la maté – dijo tosiendo. El charco de sangre fría estaba llegando a mí.
-Lo sé –contesté y cerré los ojos.