El papel del arte como motor de transformación en un mundo cambiante

Opinión
/ 21 enero 2024

“Necesitamos una transformación fundamental en consciencia, cognición, carácter y comunidad para realmente reestructurar nuestro sentido de quién y qué somos, y nuestra relación con el mundo, para hacer frente a estas crisis”.- John Vervaeke.

Si no leíste la cita anterior, te pido que regreses y te detengas en las palabras necesitamos y realmente. ¿Por qué es importante reflexionar sobre estas cuestiones en y para el arte hoy? Quiero llevar esta reflexión a tres casos de exposiciones que tuve oportunidad de ver en el último mes, y que me parecen ejemplos contrastantes de la función que el arte debe cumplir hoy en día para responder sensiblemente a las crisis económica, social, cultural, educativa, migratoria y de salud mental que vivimos.

Pico y elote, retrospectiva del mexicano Damián Ortega en el MARCO de Monterrey.

La materia de Ortega es el tiempo y el trabajo. El tiempo que se invierte en el mito, en la crianza, en el cultivo, incluso en los procesos industriales. Pero más que hablar de su obra (corran a ver la exposición, es una joya que estará hasta febrero de este 2024), que es profundamente mexicana y a la vez ampliamente universal, me interesa subrayar cómo su arte nos invita a sentipensar diferente. En primer lugar, es una obra conceptual, pero con una sensibilidad de lo íntimo, de los ritmos y los afectos que nos forman, y del potencial de la fragmentación -que realiza magistralmente a través de la deconstrucción de acciones y objetos- y deshumanización. Utilizo sentipensar que es definido como un proceso y una corriente, principalmente educativa, que busca fusionar las emociones y el pensamiento. ¡Pero no hay nada que fusionar, puesto que viven integrados en nuestra bioquímica! ¡Así de limitado es nuestro lenguaje, pues no contamos con vocablos que nos permitan asumirnos en nuestra complejidad y contradicciones!

Si no cambiamos nuestras estructuras mentales, va a ser muy difícil sortear esta crisis de sentido de la vida que cada vez se agudiza más. Y esto es lo que la obra de Ortega nos permite. Además, enfatiza el sentido relacional o grupal de las acciones, desde la escritura con gruesas varillas de construcción cuya rudeza hace flotar en el aire para dejar como huella en el suelo la sombra del abecedario en la escritura manuscrita de su madre. Si aludía yo al principio a la necesidad de reestructurarnos, Damián me da la oportunidad de concebirme conmovedoramente como memoria, como fuerza, como afecto, como ausencia y presencia al mismo tiempo, como dedicación y aprendizaje, como persistencia, como cuidado del otro...

Por otro lado, los ejemplos de la función que NO debe cumplir el arte hoy en día, es la exaltación del ego del artista (o de su historia personal). Aunado a ello, aunque contradictoriamente es imprescindible, es fundamental acotar el papel del patrocinio financiero en museos y exposiciones de carácter público. Las muestras a las que me refiero se presentan en el Museo Rufino Tamayo de la Ciudad de México y son Las cosas que ves al momento de caer el telón del islandés Ragnar Kjartansson y Runik del kosovés Petrit Halilaj. Esta última incluye andamios de la reconstrucción de una casa que el artista y su familia reconstruyeron en Pristina, tras huir del bombardeo a su ciudad natal, Runik. La acompaña con grotescas construcciones con fibras naturales de aves, para mí incapaces de transmitir un carácter evocativo de su migración, es decir, de “traer a la memoria o a la imaginación”, de revivir interiormente, ya sea en sensaciones, sentimientos o emociones, la destrucción de la ciudad de Runik tras la guerra en Kosovo. Curiosamente(¿), tanto Runik como la de exposición de Damián Ortega son del mismo curador, José Esparza Chong Cuy.

En cuanto a la muestra de Kjartansson, se trata de un performance musical de larga duración, es decir, de ocho horas diarias, donde músicos -contratados- simulan tocar melancólicamente y chelear alrededor de una fantasía sexual supuestamente relacionada con la procreación del artista. La superficialidad de la impostura y el simulacro de esta ficción enojan a cualquier intelecto sensible que sepa lo que es un performance, la preparación física y psicológica que requiere, así como lo que implica ser músico, la disciplina, entrega y dedicación que exige, ni se diga de la utilización de personas al estilo Santiago Sierra, sin explicitar los mecanismos de contratación que enriquecerían el discurso transaccional de un performance sin posibilidad de conmover ni interaccionar, donde el público permanece como espectador.

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