El paradigma de la paz en Chiapas
Con 21 municipios indígenas en torno a San Cristóbal de las Casas, los Altos de Chiapas representan una bomba de tiempo para una población que rebasa los 200 mil habitantes y en donde la segregación sigue vigente ante el pulso de un turismo que ha migrado de los visitantes extranjeros arrobados por la belleza de su apabullante patrimonio cultural y natural, luego un repunte en tiempos del Comandante Marcos en el boom del “turismo revolucionario”, y ahora en una mezcla peligrosa de turismo de “bebe y drógate todo lo que puedas”.
San Cristóbal de las Casas está “cerrada” a las poblaciones indígenas, según el biólogo Jorge Martínez Gutiérrez, integrante de la Red de Fortalecimiento a Emprendedores del Sureste, cuya esposa, Esperanza Tuñón, dirige una revista científico-social que aborda el fenómeno de la violencia en la región. Este matrimonio es chiapaneco, así que su visión no es la de connacionales o extranjeros, es un conocimiento nítido el que ellos poseen. El citado biólogo considera que las poblaciones indígenas están desarraigadas y vulnerables en un contexto de inseguridad,
de un pésimo manejo de residuos sólidos urbanos y rurales y de una contaminación que lacera los ecosistemas.
Quizá la visión maniquea de la poderosa Iglesia Católica chiapaneca, en cuanto a que “los buenos” son los indígenas ante la maldad de los mestizos, es una visión que ha hecho mucho daño. Sin duda soy el primero en manifestar que sigue habiendo una brecha abismal entre los pueblos originarios de México y el resto de las poblaciones que se acentuará cada vez más por una brecha más contemporánea: la digital. En el momento que escribo estas reflexiones son las 4:30 de la mañana del viernes 11 de febrero porque en los Altos de Chiapas no es fácil la conectividad electrónica.
En relación con las prácticas políticas de los indígenas, no todo es luz ni gloria, pues desde la trinchera de los gobiernos tradicionales existen intereses económicos vinculados a negocios ilícitos que se amparan en un estado de derecho en el que la ley es rebasada por los usos y costumbres. Por ejemplo, los temas medioambientales resultan prácticamente intocables, pues se administra el agua con criterios políticos. En un territorio pletórico de cerros en donde hay tala clandestina y que por ello al llover se azolvan los trayectos naturales del agua y se hacen más dramáticas las inundaciones que afectan localmente y también regionalmente (acordémonos de las que ocurren en Tabasco); debería haber un criterio humanista inspirado en el deber ser y no en una imposición plagada de corruptelas, como en el caso del exgobernador Juan Sabines Guerrero, quien promovió la destrucción de parte de la selva lacandona para planta datileras que ahora descobijan un territorio estéril de potreros.
Pero en el trasunto de todo, como un fantasma permanente, aparece la violencia que tiene a la paz como ausente antítesis. Sí, la paz, ese tesoro que pareciera idílico, pero que es fundamental para que sea posible un futuro con sustentabilidad.
Por ello, es precisamente en este lugar donde puede generarse un verdadero cambio de paradigma. Los cronistas chiapanecos aspiran a que en el 2028, año en el que se celebrará el 500 aniversario de la fundación de San Cristóbal de las Casas, se desarrolle el “Festival Mundial por la Paz”. Acordamos organizar como preámbulo de los eventos de 2028 un encuentro sobre “Crónica, Turismo Biocultural y Carta de la Tierra”, ya que este trascendente documento global impulsado desde el 2000 representa un conjunto de principios y valores orientados a prácticas de consumo y producción, así como al actuar profundo del ser, que conlleva al ejercicio de la paz. El encuentro se llevará a cabo el próximo primero de mayo.