El poeta en su tierra

Opinión
/ 21 enero 2022

Aciago oficio, este balbucear la necrológica de un amigo, de un maestro: Alfredo García Valdez (Cedros, Zacatecas 1964-Saltillo, 2022)

El pensamiento es un remolino, vaivén de ideas sin hilo: un ambiguo obituario con su nombre incompleto anunció su partida física, como aquel libro de epitafios que tanto amó: “Spoon River Anthology”, del abogado gringo Edgar Lee Masters, que replicó en su serie “Estefanía Tributos” y cuyo estilo entrecruzó con Schwob para su libro sobre poetas ocultos: “Máscaras. Prosas de arte menor” (1995). Como la estirpe que lo prefiguró, García Valdez (d)escribió su muerte en días previos: como Acuña, Otilio y su admirado José León Saldívar –fallecido en circunstancias similares hace 60 años, a quien travistió para sus prosas como Gregorio F. Zaldívar.

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Lo escribí hace un lustro en la única reseña hecha hasta ahora a su proyecto novelístico de “Truco” (Replicante, dic, 2017): nadie en Coahuila ejerce una prosa como la de García Valdez. Su dominio absoluto del lenguaje nos hacía ver a todos –desde los multipremiados hasta los principiantes– como unos eternos aprendices.

La vida y los libros que nos deja nos revelan algunas certezas: el poeta cometió el peor pecado de un escritor en estos tiempos; no ser publirrelacionista de sí mismo. Que el talento solo no basta: que en Coahuila, y salvo mínimas excepciones, la cultura es un reparto de botín y arreglos entre cuates: en los últimos 17 años Alfredo García Valdez nunca mereció una beca, no formó parte del Sistema Nacional de Creadores, no ganó un premio nacional de poesía. El último: el Manuel Acuña, cuando era municipal, allá por 2005. Sus doce libros fueron publicados por Conaculta, editoriales independientes, la UAdeC, es más: hasta el gobierno de Ramos Arizpe.

Lo patético es que quienes lo vetaron, lo ningunearon y lo invisibilizaron hoy se conduelan. En los últimos años, en la intemperie, publicó tres libros: ello no bastó para que ameritaran su presentación en el Festival Cervantino, dedicado a Coahuila. Nunca estuvo en sus “Encuentros de poesía”, sus apariciones en la Feria del Libro fueron espaciadas, modestas, en los peores horarios. No sólo a nivel local su temprana muerte nos revela la monstruosa hipocresía de la república de las letras: los consagrados que hoy se conduelen con su “terrible pérdida” nunca voltearon a ver su obra. Yo no recuerdo a Baranda, Lumberas, Díaz-Velez, Herbert, Oviedo, al gran ensayista González Torres dedicarle una sola línea. Los únicos que lo revaloraron fueron Rogelio Villarreal y Fernando Fernández, quien editó su último libro. Todavía el ocho de enero, en Replicante, erigió su poesía, en el último límite:

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En balde busqué escapar de este pueblo donde nadie

me escuchaba, pero siempre retornaba a él,

como quien anda en círculos viciosos, concéntricos,

persiguiendo la espiral de su propia locura

que traía atada a la muñeca como un cometa.

(...)

Pero los oídos sordos de mis conciudadanos

fueron más duros que cualquier pedrada: ya no me reconocen,

si es que me conocieron alguna vez. Sin percatarse de ello,cada uno traerá una piedra propia a mi tumba.

alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7

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Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Profesor investigador en la Universidad Autónoma de Coahuila en el área de Artes y Humanidades. Doctor en Teoría Crítica por 17, Instituto de Estudios Críticos y Maestro en diseño editorial por la Universidad de Monterrey. Colaborador de medios como El Universal, Luna Córnea, Relatos e historias, Nexos, Sin Embargo y Vanguardia. Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila en los géneros de narrativa y ensayo. Autor de los libros Luz, mirada y tiempo y Los estatutos de la mirada, ha sido curador de proyectos sobre artes visuales y fotografía documental. Como narrador, en 2007 obtuvo el Premio Nacional de Cuento Julio Torri con Murania. Su novela Lengua de plata fue finalista del Premio Internacional de Novela Lipp en el año 2017. En 2019 obtuvo el Premio Nacional de Cuento Magdalena Mondragón con El corazón es un perro perdido.

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