El poeta en su tierra

Opinión
/ 22 enero 2022

Aciago oficio, este balbucear la necrológica de un amigo, de un maestro: Alfredo García Valdez (Cedros, Zacatecas 1964-Saltillo, 2022)

El pensamiento es un remolino, vaivén de ideas sin hilo: un ambiguo obituario con su nombre incompleto anunció su partida física, como aquel libro de epitafios que tanto amó: “Spoon River Anthology”, del abogado gringo Edgar Lee Masters, que replicó en su serie “Estefanía Tributos” y cuyo estilo entrecruzó con Schwob para su libro sobre poetas ocultos: “Máscaras. Prosas de arte menor” (1995). Como la estirpe que lo prefiguró, García Valdez (d)escribió su muerte en días previos: como Acuña, Otilio y su admirado José León Saldívar –fallecido en circunstancias similares hace 60 años, a quien travistió para sus prosas como Gregorio F. Zaldívar.

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Lo escribí hace un lustro en la única reseña hecha hasta ahora a su proyecto novelístico de “Truco” (Replicante, dic, 2017): nadie en Coahuila ejerce una prosa como la de García Valdez. Su dominio absoluto del lenguaje nos hacía ver a todos –desde los multipremiados hasta los principiantes– como unos eternos aprendices.

La vida y los libros que nos deja nos revelan algunas certezas: el poeta cometió el peor pecado de un escritor en estos tiempos; no ser publirrelacionista de sí mismo. Que el talento solo no basta: que en Coahuila, y salvo mínimas excepciones, la cultura es un reparto de botín y arreglos entre cuates: en los últimos 17 años Alfredo García Valdez nunca mereció una beca, no formó parte del Sistema Nacional de Creadores, no ganó un premio nacional de poesía. El último: el Manuel Acuña, cuando era municipal, allá por 2005. Sus doce libros fueron publicados por Conaculta, editoriales independientes, la UAdeC, es más: hasta el gobierno de Ramos Arizpe.

Lo patético es que quienes lo vetaron, lo ningunearon y lo invisibilizaron hoy se conduelan. En los últimos años, en la intemperie, publicó tres libros: ello no bastó para que ameritaran su presentación en el Festival Cervantino, dedicado a Coahuila. Nunca estuvo en sus “Encuentros de poesía”, sus apariciones en la Feria del Libro fueron espaciadas, modestas, en los peores horarios. No sólo a nivel local su temprana muerte nos revela la monstruosa hipocresía de la república de las letras: los consagrados que hoy se conduelen con su “terrible pérdida” nunca voltearon a ver su obra. Yo no recuerdo a Baranda, Lumberas, Díaz-Velez, Herbert, Oviedo, al gran ensayista González Torres dedicarle una sola línea. Los únicos que lo revaloraron fueron Rogelio Villarreal y Fernando Fernández, quien editó su último libro. Todavía el ocho de enero, en Replicante, erigió su poesía, en el último límite:

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En balde busqué escapar de este pueblo donde nadie

me escuchaba, pero siempre retornaba a él,

como quien anda en círculos viciosos, concéntricos,

persiguiendo la espiral de su propia locura

que traía atada a la muñeca como un cometa.

(...)

Pero los oídos sordos de mis conciudadanos

fueron más duros que cualquier pedrada: ya no me reconocen,

si es que me conocieron alguna vez. Sin percatarse de ello,cada uno traerá una piedra propia a mi tumba.

alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7

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