El sexenio de AMLO, una sucesión continua de desgracias

Opinión
/ 19 febrero 2024

Maquiavelo era un cabrón bastante maquiavélico. A él se atribuye la máxima según la cual el fin justifica los medios. Otros dicen que tal frase es invención jesuítica. Los jesuitas han tenido siempre muchos malquerientes. El diccionario de la Academia, en la acepción segunda del vocablo, dice que “jesuita” equivale a hipócrita, taimado. Sea como fuere, yo no acepto eso de que el fin justifica los medios. Al estudiar “El Príncipe”, obra emblemática del avezado zorro florentino, les decía yo a mis alumnos de Teoría del Estado que el fin está en los medios igual que el fruto en la semilla. Si la semilla es mala el fruto será igualmente malo. Si los medios son ilícitos o inmorales el fin, por bueno que sea, quedará contaminado por ese pecado original que lo inficiona y lo priva de sentido ético. En su reciente libro “¡Gracias!” el presidente López ofrece disculpas a sus críticos (él los llama “adversarios”), a quienes denostó a lo largo de todo su sexenio llamándolos con adjetivos agraviosos: corruptos, chayoteros, vendidos, reaccionarios, e incluso traidores a la patria. Afirma que tales agresiones eran necesarias para consagrar el sublime ideal del amor al prójimo. ¡Bonito modo de alcanzar esa utopía! No es posible hacer el bien haciendo el mal. El bien acompañado de maldad no es bien completo; es maldad que busca justificarse, adquirir carta de legitimidad. A mí nada tiene que agradecerme el caudillo de la 4T. En primer lugar jamás voté por él. No he debido hacer público mi arrepentimiento por haber creído en sus promesas de cambio, en sus ramplonas prédicas moralizantes, en su republicana austeridad al mismo tiempo juarista y franciscana. Luego, he criticado sus acciones cuando las he creído contrarias al interés de la nación, y he señalado sus abusos de poder, su autoritarismo, su demagogia populista; lo mucho malo que ha construido en contraste con lo mucho bueno que por soberbia destruyó. A mí no me diga “¡Gracias!”, pues a mi juicio su sexenio ha sido una sucesión continua de desgracias. Y lo que falta todavía... Doña Generina era madre de 10 hijos, y pidió la ayuda de la beneficencia pública para darles alimento, vestido, techo, educación y tenis de marca. La trabajadora social le preguntó: “¿Y su esposo?”. Contestó ella: “Murió hace 11 años”. “¿11 años? –se sorprendió la chica–. ¿Y entonces esos 10 hijos?”. Replicó doña Generina: “Señorita: murió él, no yo”... Vendado de pies a cabeza igual que momia egipcia aquel sujeto estaba postrado en una cama de hospital. Cierto amigo suyo fue a visitarlo. “¿Qué te sucedió?”. Respondió con feble voz el lacerado: “Estoy aquí por mis creencias”. “¿Cómo por tus creencias?”. “Creí que el marido andaba de viaje”... Don Martiriano se sorprendió al ver frente a su casa un enorme camión de mudanzas. Le preguntó a su esposa: “¿Y ese camión?”. Le explicó doña Jodoncia: “Mi mamá viene a pasar unos días con nosotros”... Don Astolfo, señor de los de antes, invitó a merendar en su casa a la señorita Himenia y le ofreció, obsequioso: “Amiga mía: ¿gusta usted una copita de vermú?”. Ella declinó la invitación: “No, porque se me sube”. “¡Señorita! –protestó don Astolfo con ofendida dignidad–. ¡Soy un caballero!”... En la habitación número 210 del Motel Kamawa el vehemente e impetuoso galán observó sorprendido que los dedos de los pies de su dulcinea se movían hacia adelante y hacia atrás siguiendo el ritmo del in and out, que así llama el escritor inglés Anthony Burgess –“La Naranja Mecánica”– al acto del amor. Le preguntó, intrigado: “¿Por qué se mueven así los dedos de tus pies?”. Respondió ella: “Porque no me diste tiempo de quitarme la pantimedia”... FIN.

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