El sueño milenario de Chuang Tzu
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Quizá lo más conocido del filósofo chino Chuang Tzu en el mundo hispanohablante sean unas cuantas líneas que conforman el cuento “Sueño de la mariposa”. Jorge Luis Borges lo incluyó en su “Antología de literatura fantástica” y es muy difícil de olvidar: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar, ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”. Un efecto fuerte y poético. Es inevitable pensar que este sabio de la antigüedad poseía una bella imaginación de altos vuelos. Pero, ¿qué quiso decir con esta historia y por qué nos emociona todavía?
Chuang Tzu, como muchos personajes ancestrales, es un misterio. Se cree que vivió en el siglo IV antes de Cristo y solo nos queda un libro que lleva su nombre. La obra contiene una serie de textos de corte taoísta: anécdotas, diálogos, imágenes, fábulas. Con estas armas, Tzu (o la gente que a través del tiempo tejió las palabras bajo el nombre de Tzu) comparte un camino inusual para abrazar la vida. Hay una similitud lejana con nuestra tradición filosófica occidental. Platón también utiliza el recurso de los diálogos, aunque en otro sentido y para fines distintos.
Octavio Paz traduce, con el título de “Trazos”, la obra de Chuang Tzu. Para él, se trata de un filósofo-poeta más poeta que filósofo. El cuento de la mariposa prueba su argumento. Todo parece indicar que estas historias presentan una intención más estética y su carácter extraño es atractivo aunque desconcertante. Con sentencias como “la utilidad de la inutilidad”, “El cielo y la tierra nacieron cuando yo nací”, “El gran viajero no sabe adónde va; el que de verdad contempla, ignora lo que ve”, cada relato parece que se contradice a sí mismo y la primera lectura cuesta trabajo. Para descifrar las enseñanzas tendremos que ir a otro sabio: Lao-Tzu (o Lao-Tse). A este famoso pensador se le atribuye el “Tao te king”. “Tao” significa “camino”; “te” es “virtualidad” y “king”, libro. En conjunto se traduce como un “método”, una “vía” para seguir.
El libro del Tao surgió en un momento de inestabilidad y conflictos políticos. La doctrina de Confucio, quien según la tradición fue contemporáneo de Lao Tse, se hizo más fuerte y con los años ayudó a la consolidación del imperio. Confucio creía que la clave para una sociedad justa estaba en la educación de sus gobernantes, por lo que basó su filosofía en la fortaleza del estado, la disciplina y la acción. El taoísmo propuso un enfoque contrario. Plantea el concepto del “wu wei”, que podría interpretarse como “no-acción”, es decir, la “no-intervención en el curso de los acontecimientos”, como apunta Iñaki Preciado, no meramente una “inacción o pasividad absoluta”, sino una especie de “espontaneidad”. No hay negro o blanco; existe un universo en el que una cosa no puede existir sin la otra, como lo muestra el símbolo del ying y el yang.
Los confucionistas vieron en el taoísmo el peligro. Paz llama a Chuang Tzu “contraveneno”, es decir, un posible “disolvente” de las ideas dominantes. Pero volvamos a la pregunta del principio. ¿Qué tienen que ver los sabios chinos con nosotros, habitantes de un mundo tan diferente? Tal vez compartimos más elementos en común de los que pensamos. “Nuestra época ama el poder, adora el éxito, la fama, la eficacia, la utilidad y sacrifica todo a esos ídolos. Es consolador saber que, hace dos mil años, alguien predicaba lo contrario: la oscuridad, la inseguridad y la ignorancia, es decir, la sabiduría y no el conocimiento”, detalla Paz. Lao Tse era sabio porque conocía su ignorancia y era feliz porque sabía contemplar. En un momento de la historia donde todo es artículo de consumo, desde el amor hasta el derecho a convivir, podríamos escuchar al Tao: “Sin salir de la puerta / se conoce el mundo. / Sin mirar por la ventana / se ve el cielo. / Cuando más lejos se va, / menos se aprende. / Así el sabio, /no da un paso y llega, / no mira y conoce, / no actúa y cumple”.