El teatro del absurdo y la ‘desmemoria’ nuestra

Opinión
/ 10 mayo 2023

No logro imaginar las dimensiones de nuestra realidad cuando veo las noticias. Sólo durante esta semana el recuento es de horror: un doble feminicidio en Ramos Arizpe; la ex fiscal de Tijuana encuentra muerto a su hijo desaparecido; Ceci Flores, madre buscadora, informó que los restos humanos hallados no corresponden a los de su hijo; hace unos días, otra madre buscadora, Teresa Magueyal, fue asesinada en Sinaloa. En esta semana, también, leí un libro de obras de teatro titulado “La desmemoria de los cuerpos” (UAdeC, 2022) del dramaturgo regiomontano Josepablo Díaz. Su mundo literario es un espejo de este mundo de muertos, de crisis económicas interminables, de muestras de ADN sin identificar. Quizá desde la literatura los esfuerzos del realismo no siempre son suficientes o se ven rebasados en la tarea de evidenciar lo que vivimos. Me sorprendió la propuesta de Josepablo al plantear estos problemas desde el llamado “Teatro del absurdo”. El movimiento artístico surgió el siglo pasado luego de las guerras mundiales y denunciaba lo absurda que era la existencia en medio de la destrucción, la crisis y la desesperanza. Las piezas dramáticas, como las de Samuel Beckett, Eugène Ionesco y otros tantos, presentaban escenas repetitivas, diálogos sin sentido, casi oníricos, donde aparentemente no pasa nada, pero pasa todo.

Luego de esta lectura volví a Beckett para refrescar un poco el tema del absurdo. En su libro “Detritus” hay un prólogo de Genaro Talens que define la prosa del dramaturgo irlandés como “escritura de la degradación”. La obra densa y sustanciosa de Beckett es, dice, “la historia de un lento e inexorable proceso de degradación, de pérdida, de desposeimiento”. Mientras el pensamiento occidental pondera el ser, el yo soy; Beckett lo invierte. “No se posee, se desposee”, nos aclara Talens. Esa misma lógica beckettiana la encuentro en “La desmemoria de los cuerpos”. Incluso el prefijo “de /des” que “denota negación o inversión del significado de la palabra simple a la que va antepuesto”, según el diccionario, se aparece con insistencia. Sólo que el trabajo de Díaz da un giro al absurdo y lo convierte en un vehículo fuerte para mostrar el violento escenario que habitamos. Entonces no vivimos, desvivimos. Nos desposeemos.

El libro, perteneciente a la colección Celosía (se puede descargar gratuitamente aquí), es un tríptico de piezas dramáticas. En la primera, “En caso de incendio”, dos personas aspiran a un empleo. Los diálogos son redundantes y a veces dignos de un Sombrero Loco o un gato de Cheshire. El tema es la deshumanización del trabajo. La burocracia que ha hecho de solicitar empleo un trabajo más, pero sin paga y sin expectativa. La precarización laboral ha conseguido con éxito que los “empleados” lo sean a costa de un sueldo paupérrimo y nula seguridad. De pronto hay un incendio (no sabemos si es verdadero o falso) y los personajes no encuentran la salida en ese edificio incierto.

La segunda obra es “Los de afuera”. La trama inicia con un árbol que desea entrar a la oficina en la que están Lupita y el Licenciado. El árbol alega que le falta su cuerpo. En una segunda escena llegan “los no personas” que son “un brazo, una pierna y un tronco humanos”. Esta atmósfera esperpéntica, irónicamente, toma forma con los sin forma, los pedazos de lo que alguna vez fue alguien. Josepablo incluyó frases de comentarios reales de usuarios en las notas sobre hallazgos de “restos”, donde se discute el criterio para decir si lo que se encontró “es persona”.

La última pieza, “Los ojos del General”, trata sobre unos sepultureros que están condenados a no morir, por lo que su trabajo se vuelve frívolo y ridículo. En la historia se prepara a un general para su sepelio, pero han perdido los ojos y tratan de buscarlos. Hay una maquillista que debe “poner guapos” a los cadáveres para que parezcan menos muertos.

Díaz demuestra que el absurdo sigue vivo y tiene más sentido que nunca. Nos recuerda que estamos rodeados de otra guerra, la del crimen y la crisis. A veces nos convertimos en protagonistas; a veces solo andamos sobre el enorme cementerio sin advertirlo o sin ánimos de confrontarlo.

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