El triple concierto de Beethoven
Las singularidades con el Triple concierto para violín, piano y violonchelo en do mayor, Op. 56, de 1804, inician desde la elección de los instrumentos. Beethoven no dejó algún indicio acerca de por qué los eligió. Ciertamente el piano, violín y violonchelo como instrumentos solistas de un concierto parece no tener precedentes. El propio Beethoven escribió a su editor diciendo del ensamble que era “algo realmente nuevo”.
Lo que sí sabemos es que hacia finales del siglo XVIII se conoció la llamada Sinfonía concertante para dos o más instrumentos solistas y acompañamiento orquestal. Era, compases más, compases menos, un modelo renovado del concerto grosso tan popular en el barroco. Mozart y Haydn legaron bellísimos ejemplos de sinfonías concertantes, como la Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta en Mí bemol mayor, K. 364, de Mozart; también está la Sinfonía concertante en Sí bemol mayor, Hob. I/105, de Joseph Haydn, para violín, chelo, oboe y fagot.
A finales del siglo XVIII, existía también, y con mucha popularidad, las obras de cámara para violín, piano y violoncello. Esta formación tal vez se debió al nacimiento y pronta aceptación del piano en sustitución del clavicémbalo. Si bien la nobleza del clavicémbalo, clavecín están fuera de toda duda, su sonido rasposo no dejaba de producir alguna incomodidad cercana a la que sentimos hoy cuando alguien araña un pizarrón. Bach escribió brillantes conciertos para clavicémbalos como los BWV 1054, 1055, y 1056. Por su parte, Beethoven recibió con alegría la llegada del piano, sobre el que escribió sus primeras composiciones: la Op 1, precisamente tres obras para piano, violín y violoncello. Sin embargo, no fue Beethoven el inventor de esta combinación. Lo que sí hizo fue escribir un concierto para estos tres instrumentos, único en la historia de la música clásica occidental.
Beethoven bosquejó el primer movimiento a inicios de 1803, durante su período más prolífico, que va de 1803 a 1806. Al mismo tiempo componía la sonata para piano No. 21 en do mayor, Op. 53, la sonata para piano Waldstein —llamada “L’Aurore” en Francia, porque para la crítica francesa, los primeros acordes del tercer movimiento, rondo. allegretto moderato, evocan al amanecer—; la meridiana sinfonía No. 3 Eroica, en mí bemol mayor, Op. 55; la sonata en fa menor Op, 57, Appassionata}; así como el primero — el No. 7 en fa mayor—, de los tres cuartetos Razumovski Op. 59. La Sinfonía No. 4 en si bemol mayor, Op. 60, fue compuesta por Ludwig van Beethoven en 1806; y la famosísima sinfonía No. 5 en do menor, Op. 67, Sinfonía del destino de 1804
Una siguiente singularidad del Triple concierto es que combina la grandilocuencia de un concierto beethoveniano con la intimidad de la música de cámara. De hecho, sus primeros compases abren la puerta a lo que parecería una gran obra, como el concierto para piano y orquesta No. 3, en do menor Op. 37, de 1800, o el llamado “Emperador de todos los conciertos”, el No. 5 en mi bemol mayor, Op. 73, de 1809-1811.
La parte íntima del triple concierto se ve cuando los tres instrumentos abren un diálogo que parece dejar de lado, incluso excluir, a la orquesta.
El primer movimiento ocupa casi la mitad de la obra sin que por ello agote la riqueza del diálogo de los solistas. El segundo movimiento es sorprendentemente ligero: la orquesta y un solo de cello introducen una melodía-himno que repite el piano con grandes elaboraciones. Pero en vez de desarrollar este tema, los solistas pronto entran en un diálogo que conduce directamente al tercer movimiento. Éste abre con un tema que utiliza los ritmos de la polonesa que se mantienen durante todo el movimiento, llamado, con justicia, “Rondo alla Polaca”.
Esta obra que fue dedicada al archiduque Rodolfo de Austria (1788-1831), 18 años menor que Beethoven, y con quien el músico mantuvo una amistad fraterna y un razonable respeto como intérprete. A él también está dedicado el Trío en si bemol mayor para violín, violonchelo y piano, Op. 97, llamado, precisamente Archiduque, escrito entre 1810 y 1811.
Coda: las grabaciones recomendables son las de Anne-Sophie Mutter, Mark Zeltser, Yo-Yo Ma, y Herbert von Karajan con la filarmónica de Berlín, en el sello Deutsche Grammophon, de 1985; y la señorial y eterna formación de Sviatoslav Richter, David Oistrakh, y Mstislav Rostropovich, bajo la batuta de Herbert von Karajan y la filarmónica de Berlín, para Angel Records, 1970. Y, parafraseando al escritor José Gurpegui cuando dijo “Ver París y morir”, yo digo: escuchar el Triple concierto y vivir