Emilia Pérez desafía a Trump

Opinión
/ 24 enero 2025

La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood debió haber anunciado las nominaciones para el Óscar el 12 de enero, pero los incendios en Los Ángeles obligaron a posponer el evento para el 14, y luego para el 17. El fuego lo hizo imposible, por lo que se reprogramó para este 23, tres días después de que Donald Trump asumiera la Presidencia de Estados Unidos. Nadie calculó que aquel momento donde se hubiera anunciado que el filme “Emilia Pérez” había arrasado con las nominaciones, pudiera haber cambiado tanto su contexto y su significado en apenas nueve días. Hace una semana y media, Estados Unidos vivía una realidad que hoy está siendo demolida con una fuerza indómita.

“Emilia Pérez”, un musical en español que ha partido por la mitad a los críticos de cine y a quienes la han visto, narra la vida de un capo de las drogas en México que decide dar un giro a su vida, simulando su muerte y sometiéndose a una intervención para cambiar de género, renaciendo como una mujer llamada Emilia Pérez que funda una organización no gubernamental dedicada a la búsqueda de los desaparecidos asesinados por los cárteles de las drogas. La película obtuvo 13 nominaciones, varias en las principales categorías, superando a todas sus competidoras.

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La película se estrenó en el festival cinematográfico de Cannes en mayo de 2024, durante la campaña presidencial en Estados Unidos, y un mes antes del primer debate presidencial donde el colapso de Joe Biden fue tan dramático que detonó el final de su campaña por la reelección. Nadie sabía en ese entonces qué sucedería en la elección de noviembre, aunque había altas expectativas, sobre todo con la sustituta del expresidente, Kamala Harris, que los demócratas ganarían. Tampoco se esperaba que “Emilia Pérez” fuera a ser tan controvertida y, menos aún, de tan profundo contraste con la actualidad.

Diez días después de que Trump arrasó en las elecciones presidenciales, venció el plazo para presentar nominaciones al Óscar. El voto para seleccionar las mejores empezó el 8 de enero de este año y terminó cuatro días después. Una semana después Trump tomó posesión, como culminación de su victoria en la gran guerra cultural que se desató en Estados Unidos.

Desde su discurso inaugural proclamó el fin del “wokismo”, un término que significa “el despertar”, que aunque nació hace casi un siglo para describir a la comunidad negra informada, desde hace 15 años comenzó a utilizarse como una forma de abrir los ojos para combatir la desigualdad social, la negación de los derechos de los colectivos LGBTQ (lesbianas, homosexuales, bisexuales, transgénero y queer, que describe una identidad de género y sexual distinta a la heterosexual y cisgénero). Pero no se detuvo ahí.

Ese mismo día canceló las acciones afirmativas establecidas por Biden dentro del gobierno federal para abrirse a la diversidad, la equidad y la inclusión, y ordenó suspender de sus labores a todas las personas LGBTQ y urgió a quienes trabajan con ellas a denunciarlas en un plano no mayor de 10 días. Trump criticó lo que llamó la “ideología de género” que dijo impulsó la izquierda en su país, y dijo que a partir de ese día, el lunes, “la política oficial del gobierno de Estados Unidos sería que solo hay dos géneros, masculino y femenino”. Su frase generó una enorme algarabía entre sus seguidores, en particular de los cristianos que fueron cruciales en la aplastante victoria de Trump en las elecciones, donde el 56% de ellos, entre un electorado donde dos de cada tres estadounidenses son cristianos, votaron por él.

La contrarrevolución cultural y la inmigración fueron las dos prioridades con las cuales Trump empezó su cruzada en la Casa Blanca. Su discurso generó una respuesta casi inmediata de la obispa Mariann Budde, líder de la Diócesis Episcopal de Washington, que el miércoles, en un servicio interreligioso en la Catedral Nacional para las primeras oraciones inaugurales a presidentes que se han hecho desde 1933, le pidió a Trump “compasión” por los inmigrantes y las personas LGBTQ. No era algo que hubiera pensado por largo tiempo, le confió a The New York Times, al que le agregó que cuando escuchó el mensaje del presidente, que ya no era de campaña sino de gobierno, pensó que la gente estaría preguntándose, “¿irá alguien a decir algo?”.

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Trump demandó una disculpa de la obispa, pero se mantuvo. “No veo ninguna razón para disculparme por haber pedido compasión”, dijo. En medio de la reverberación que ofreció a todos aquellos a quienes iban dirigidas las punzantes palabras de Trump -porque pudo haber cambiado la política de Biden sin la violencia retórica y la sevicia administrativa- apareció “Emilia Pérez” y sus enormes 13 nominaciones al Oscar.

No se sabe cuántas estatuillas se llevará “Emilia Pérez”. El voto para determinar los Óscar tiene como plazo el 18 de febrero, para ser entregados en Los Ángeles, el 2 de marzo, pero para como se ha visto el talante de Trump, las nominaciones al musical es un desafío. Jacques Audiard, el cineasta francés que la dirigió, pensaba en la víspera del anuncio de las nominaciones, que el regreso de Trump haría voltear a la Academia hacia un cine más local. No fue así.

Hace ocho años, cuando Trump ganó su primera elección presidencial, Hollywood, mayoritariamente liberal y demócrata, respondió. Lo más notable fue la serie “The Handmaid’s Tale” (“Los cuentos de la criada”), que mostraba un país partido tras una guerra civil, con una dictadura encabezada por la extrema derecha cristiana que controlaba Washington y el Este de Estados Unidos. La multipremiada serie parecía premonitoria, incluso utilizando algunas frases que anticipaban la narrativa de Trump, como llamar “traidores de género” a los homosexuales.

La serie, inspirada en el libro de la canadiense Margarte Atwood, reflejaba una sociedad distópica donde no había democracia, y reinaba un fundamentalismo teocrático, al que enfrentaba una guerrilla. “Emilia Pérez” es todo lo que Trump odia, una película que Hollywood le ha puesto enfrente y que de alguna manera la duda imaginaria de la obispa Budde: sí hubo alguien que dijo algo.

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