Separar los residuos en casa, apagar la luz, cerrar bien la llave del agua, usar transporte público -que por cierto es pésimo-, se escucha y se ve en campañas en pro de la defensa de un medio ambiente sano. Un ciudadano de clase baja o media así, bien obediente, es lo quieren las élites económicas. Además, a ese ciudadano que forma parte de los ríos de gente común, se le hace sentir que es a causa de sus acciones que este planeta está en emergencia climática. Si bien, cada acción cuenta y es vital que cada persona ponga de su parte, la incidencia de los ciudadanos de clases desfavorecidas y de ingreso medio bajo, es nimia comparada con el daño que generan fábricas -gubernamentales o no-, empresas diversas y corporaciones informáticas.
En este contexto, no importa cuál ciudad latinoamericana sea, si es medianamente grande, valora las apariencias y las compras. En ciudades así, ser un ambientalista tiene que ver con ser confundido con un activista amargado y desquiciado, o peor, con un ser que odia lo que no puede tener.
Sin embargo, como el perro de Pavlov, los mensajes visuales masivos invitan a desear. Así, el escaso salario se va en bagatelas que serán tiradas al cesto de residuos muy pronto. Ropa de mala calidad, productos basura que se anuncian como alimentos, todo esto al amparo de los permisos gubernamentales. Se compra algo que solo genera un aumento en la frustración, al conseguir comprar solamente una imitación barata.
Por otro lado, las élites prosiguen marcando la pauta de un estilo de vida que se basa en el despilfarro. Pero claro, las grandes mayorías están obligadas por las campañas publicitarias y por la ley, a cuidar el planeta.
Actualmente el top del horror lo conforman cien empresas que son las más contaminantes del planeta, las cuales generan casi tres cuartas partes de las emisiones de gases con efecto invernadero. Estas empresas cuyos dueños son responsables del menoscabo de la vida en el planeta, se encuentran en una lista que, si bien la tomé del año 2019, es decir previa a la pandemia, dudo que haya sufrido modificaciones significativas, pues ¿cómo desaparecen los negocios más prósperos si están permitidos por las élites gubernamentales? Aquí la liga que se puede consultar: https://decolonialatlas.wordpress.com/2019/04/27/names-and-locations-of-the-top-100-people-killing-the-planet/
Y como siempre, se deposita la responsabilidad en el ciudadano que si sale a comprar algo, se topa con un sistema muy bien armado, donde los corporativos de productos alimenticios por ejemplo, tienen todos los anaqueles adjudicados. No compres, dicen, y ¿qué compra entonces el ciudadano promedio? Pues lo que hay. Por eso es acertado decir que el Estado es el que está cometiendo un delito al permitir que los productos que se venden, son los responsables de la deforestación de miles y millones de hectáreas de ecosistemas. Y esto sin mencionar el envasado plástico que se convierte en un mar contaminante.
¿Quién sería el que se anime a proponer un cambio radical? Nadie. Si es un empresario, sufrirá el ostracismo. Tomemos un ejemplo, el caso del negocio automotriz que tanto contamina, por algo no se desea arreglar el transporte público, si no ¿Qué tanto descendería la compra de autos? No se podría anunciar como un logro del empleo y del progreso. Como vemos, es la serpiente que se muerde la cola.
Mientras, todos a separar residuos, a apagar la luz, a cuidar el consumo de agua, a revisar nuestros autos o a tomar el infame transporte público y a no comprar tanta ropa, como si de veras el salario alcanzara para comprar y comprar. Pero así están las cosas; la responsabilidad, dicen, es del 99 por ciento, cuando es una mentira. Sin embargo, así están discursos y esfuerzos para machacarla a la ciudadanía desde todas las esferas de poder.
El vocablo poder proviene del latín vulgar posere y más lejanamente de la raíz indoeuropea poti, que refiere al amo, dueño o esposo.