Esa rara medalla que AMLO se cuelga
Pese a mi reticencia a practicar cualquier actividad o disciplina que pudiera llegar a considerarse especialidad olímpica (vamos a ver qué dice el Comité en 2028 sobre la “lucha con chairos”), me gusta la celebración de estas justas deportivas e incluso las disfruto.
Y es que detrás de cada logro hay una pequeña gran historia de superación que, amén de inspiración personal, pudiera ser material para una emotiva biopic, lacrimógena, pero motivadora.
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No necesito contarle la curiosa relación que México tiene con su deporte: Los mexicanos son público cautivo e incondicional de una Selección de futbol que no deja de defraudarlo; se congrega para ver encuentros de box que, independientemente del resultado, le dejan insatisfecho. Eso sí, se conmueve hasta las lágrimas cuando algún atleta del que jamás escuchó mentar, en una disciplina de la que nunca tuvo noticia, recibe el oro mientras suenan las notas del poderoso temazo de Nunó y Bocanegra (¡qué lástima que no pasaron de “one hit wonders”!).
Nuestros gobiernos (de toda la vida, no vamos a decir que sólo el actual) se cuelgan a su vez a los atletas galardonados como si fueran sus propias medallitas para presumir; no obstante la política de apoyo al talento deportivo en México ha sido históricamente errática, turbia y siempre insuficiente.
Eso sí, nunca autoridad alguna tuvo jamás los huevotes de doña Ana Gabriela Guevara para decir de los atletas “¡Que vendan calzones!”, si es que buscaban financiarse su actividad y participación en torneos de talla mundial.
Es −muy a propósito de la sede de los Juegos de la XXXIII Olimpiada− el equivalente de aquella insensible respuesta de María Antonieta: “¡Que coman pasteles!”. Nomás que a la Reina de Francia la derrocaron y le atendieron un dolor de garganta con un té de hoja de guillotina. En cambio, a la reina mexicana de la pista no hay quien la mueva de la Conade y, hasta donde sabemos, se está dando “la vie en rose” en París a costa de “la trésorerie”.
Fiel a la tradición, el Presidente felicita puntualmente a cada atleta que pone en alto el nombre de nuestra garnachera nación, aunque no tenga la más pálida idea de qué especialidad se trata o si nuestro representante llegó a Europa nadando.
Y ya le digo, eso es lo normal, lo de cada sexenio. Nomás que la 4T tiene la curiosa costumbre de colgarse otras medallitas que ningún honor representan, aunque por alguna razón don Andrés Manuel insiste en que debemos presumir con orgullo.
Me refiero en concreto a las remesas. Hace menos de una semana, la cuenta oficial de la plataforma X, del Gobierno Mexicano, “tuiteó” una gráfica que ilustraba el inusitado crecimiento que ha tenido el monto de las remesas durante el presente sexenio, en comparación con los dos anteriores.
De acuerdo con la imagen presentada por el Gobierno de la República, durante la gestión de Felipe Calderón nuestros paisanos migrantes en EU enviaron a México 143 mil millones de dólares, monto que experimentó un leve crecimiento durante el mandato del Príncipe de Atlacomulco, Enrique Peña Nieto (165 mil millones).
Pero nada comparado con la gestión de nuestro milagro macuspano, que prácticamente dobló en este rubro a su archienemigo, “el Bacacho” Calderón.
Según el “tuitazo”, durante el gobierno de la 4T han entrado a México 284 mil millones de dólares y ello nos debería tener bailando de contentos.
Yo, como prácticamente cualquiera que no milite en la secta cuatroteísta, no me explico cómo o por qué esta cifra debe de alegrarnos si en realidad supone un fracaso que tampoco creo que haya necesidad de explicar.
Y no entremos en la delicada polémica sobre si el flujo de remesas está siendo utilizado por los cárteles para lavar dinero, lo que explicaría en parte ese inusitado incremento en la cantidad de dólares que se inyectan al país por la vía del sudor de nuestros connacionales.
El presidente López Obrador niega categóricamente que se esté lavando dinero con las remesas. Repito: AMLO niega rotundamente que el narco esté lavando dinero con las remesas que tanto presume. Usted saque sus propias conclusiones, según valore la palabra de un señor que dice que va a dejar un sistema de salud mejor que el de Dinamarca.
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En fin, que sólo quería extrañarme por esa rara compulsión de este gobierno por colgarse la medalla de las remesas, recubiertas no de metales preciosos sino de sangre y sudor (y lágrimas también, muy seguramente).
Sin importar que en el discurso oficial ahora se le quiera dar trato de “héroes” a los paisanos trabajando al otro lado de la frontera, su esfuerzo, su contribución a nuestra economía nacional y su compromiso con sus familiares en México, no es nada de lo que pueda o deba ufanarse ningún gobierno.
La lógica lopezobradoriana insiste, sin embargo, que es una medalla; la lógica simple nos grita que es una medalla al fracaso.