Estampas saltillenses
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Algunos operadores de los camiones de transporte de personal se detienen frente a un cajero automático cercano al puente cercano a las oficinas del IMSS a retirar dinero, y como suelen hacerlo él y sus compañeros, se estacionan de manera indebida—de forma transversal—, en el área del banco, quitando el lugar a otros clientes que se ven afectados. En otra escena, el chofer del camión de pasajeros foráneo color rojo, no respeta el semáforo en el mismo lugar, quitando el paso a los automovilistas.
Se trata de “detalles” aparentemente sin importancia, sin embargo, van escalando, y cada vez se observa con mayor frecuencia a conductores que se pasan los altos o la luz roja, con el riesgo de provocar un accidente. ¿Y qué decir de los motociclistas, que siguen perdiendo la vida, a manos de automovilistas ebrios? ¿Hace falta vigilancia? ¿Son permisivas las autoridades o la ley? ¿Ha sido tal el crecimiento de la ciudad que no hay suficientes elementos para vigilar las vialidades? Se extraña a personajes del pasado, como “Corpitos,” y Pedro Sifuentes con sus desarmadores y pinzas para quitar las placas de los infractores. El mismo Flores Tapia en un tiempo se desempeñó como agente de tránsito.
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A fines de los 40s y principios de los 50s del siglo pasado el crecimiento de Saltillo se fue desplegando hacia el norte; fábricas, comercios y hoteles surgieron por ese rumbo, dando lugar al surgimiento de asentamientos de la clase alta y media alta como el de la colonia República, donde jugamos beisbol en unos llanos frente a la Cinsa. Esta dinámica cobró fuerza rumbo al Club Campestre, con el desarrollo de nuevos fraccionamientos. Transcurre el tiempo y el progreso pasa la factura; las grandes industrias como las dedicadas a la fundición y otras similares, comenzaron a contaminar el medio ambiente en esos rumbos.
La parte sur de la ciudad se rezagó del crecimiento, y parecía llevarse la peor parte, sin embargo, ahora tal vez, la mejor calidad del aire se encuentra en la zona alta de Saltillo. Por las mañanas al transitar de sur a norte, se observa la capa de contaminación en la parte baja; una especie de nata que cubre a los saltillenses que habitamos por acá.
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Si un dron sobrevolara sobre la ciudad, sería posible observar una especie de puntos que llaman la atención; son los baches, ¿acaso se trata de un mal endémico? Esta caries del asfalto forma parte de nuestro paisaje urbano desde tiempos lejanos. ¿Por qué existen? ¿Son inevitables? Después de las lluvias los hoyancos de una gran variedad de tamaños brotaron como hongos. ¿Se vale soñar con un recarpeteo de calidad, que le ponga punto final a este problema?
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Hace días se dieron a conocer los resultados de un estudio, que colocó a Saltillo como la ciudad más educada de México. (Vanguardia 30 de marzo 2024). El ejercicio incluye comportamientos como: no obstruir el tráfico al estacionarse, distraerse con el celular en espacios públicos, arrojar basura a la calle, saltarse las filas, desobedecer los semáforos, tratar mal al personal de servicio y no respetar los carriles de las bicicletas, entre otros. A raíz de esta honrosa distinción, sentí la motivación para realizar una indagación sobre los hábitos de lectura de los saltillenses, para lo cual me dirigí a la tienda con el emblema de los tecolotes, y pude constatar que llegan mensualmente a la llamada en un tiempo, la “Atenas de México”, alrededor de 20 ejemplares de la revista “Letras Libres” que dirige Enrique Krauze, y otra cantidad igual de “Nexos” de Aguilar Camín; en total 40 unidades para una población que ronda el millón de habitantes en su zona conurbada. ¿Son estos números un indicador confiable de nuestro nivel cultural? ¿Somos una sociedad culta? ¿Estamos realmente bien educados?
El chivo mayor ya comenzó a romper los cristales de las casas foráneas.