¿Es inadecuado el título? Si desconocemos el origen de la ética, ¿es correcto hablar de una ética femenina?, y, de ser afirmativa la respuesta, entonces ¿debe hablarse de una ética masculina? Preguntas complejas, preguntas necesarias.
Me convencen Carol Gilligan, la genética y la realidad. Gilligan por sus aportaciones y por su labor como eticista, psicóloga y feminista. En su libro “In a Different Voice” (1982), aborda temas acerca de las “relaciones éticas”, esto es, vínculos honestos y dignos de confianza. La genética me atrapa por lo que los cromosomas saben de nosotros y por lo que nosotros ignoramos de ellos. Muchas diferencias deben esconder: XX no es lo mismo que XY. XX va más allá del útero y XY va más allá del pene. Embarazar y criar son atributos de la mujer. Atributos transformados en virtudes femeninas, en la denominada ética de la virtud.
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Los hombres se hicieron cazadores mientras que las mujeres criaban. Cazar y ser fuerte, quizás lo sabremos en el futuro, se deba a algunos aminoácidos del cromosoma Y. Embarazar depende de los cromosomas X. Criar significa amar. Cazar significa matar. Quizás por eso las mujeres asesinan poco y los hombres, mucho. Gilligan lo explica de otra forma. Existen dos vías de pensamiento moral; una ética del cuidado (Ethics of Care), y otra que se ocupa de los derechos y de la justicia. Aunque no son mutuamente excluyentes, la primera es “más” femenina y la segunda es “más” masculina.
Me invitan también a pensar el machismo y sucedáneos: feminicidio, mejores sueldos a hombres que a mujeres, aunque las segundas sean más doctas, escasa representación de mujeres en direcciones académicas o políticas, ínfimo número de presidentas. Me atrae la sabiduría de Muhammad Yunus, Premio Nobel de la Paz (2006), fundador del Banco Grameen. Yunus desarrolló el concepto de microcréditos y comprendió que el éxito de los préstamos económicos radica en otorgarlos a la mujer y no al hombre; la mujer cuida a la familia.
Me persuade también la falta de certeza de los grandes maestros, sean filósofos, sociólogos o científicos. No se sabe de dónde proviene la ética. Y nunca lo sabremos: el origen de la ética escapa a cualquier indagatoria. En cambio, si sabemos que la biología −XX, XY−, la vieja realidad −embarazar y cuidar, cazar y alimentar−, y la nueva realidad, mujeres infravaloradas, debe devenir una ética diferente, una ética feminista.
En “In a Different Voice”, Gilligan sugiere que las “mujeres hablan con una voz diferente”, la “voz del cuidado”. Esa voz tiene cualidades empáticas y emana de un sentido de responsabilidad hacia los otros. En los hombres privan los factores que dan origen a una ética de la justicia y de los derechos. Según Gilligan, la ética masculina, basada en normas, tiende a resolver conflictos, aunque, en este tópico, discrepo de Gilligan: la zozobra del mundo contemporáneo se debe a la violencia masculina. La ética femenina, cimentada en las relaciones personales, en la amistad y en la intimidad tiende a prevenir daños y a cuidar, i.e., ética del cuidado. La ética femenina atiende y se ocupa de otros. En síntesis, hay una ética masculina de la justicia y una ética femenina del cuidado.
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La división entre una y otra ética no es absoluta. Hombres y mujeres cuidan y se preocupan por la justicia. El mundo adolece tanto de cuidado humano como de justicia. Cuidar y ser justos son legados de la casa primigenia. Mezclar ambos saberes es el reto. Ambas éticas deben reforzarse. La ética del cuidado escucha y aporta grandes resultados. ¿Quién busca en México a sus desaparecidos?