Fiestas de adultos
La falta de atención en la infancia cobra factura en las reuniones sociales
Un amigo me invitó a la fiesta de cumpleaños de su hermana organizada en una quinta. Me dijo que era por la tarde, así que no me pude negar (mi excusa para no ir a una fiesta es que no me gusta desvelarme, y como todo mundo se celebra en la noche no había sido necesario pensar en otra justificación). Pues fui.
Éramos diez personas sentadas en una sala circular. Lo común en un grupo de más de cinco es que cada quien agarre su interlocutor y se ponga a platicar. Por extraño que parezca, todos nos involucramos en una misma conversación. No apareció el típico paciente con trastorno histriónico de la personalidad a querer adueñarse de la fiesta, no: aquí la gente participaba casi de manera equitativa.
Hablamos puras tonterías, eso sí, pero estábamos de buen humor y cada intervención parecía tener su gracia. Pues a uno de los invitados se le ocurrió sacar una guitarra de no sé dónde y nos dijo Bueno, los voy a deleitar con esta canción de Nicho Hinojosa que dice así... y se puso a cantar (vaya, cantar sería mucho decir: ese vato más que cantar, declamaba, igual que el Hinojosa) y todos nos tuvimos que callar para escucharlo.
Cuando terminó se le aplaudió, yo dije Vale, no merecía el aplauso pero igual vino por su cuota de atención y ya se puede ir contento a su casa; usar la palabra “deleitar” fue demasiado porque haber memorizado una rola mientras tocas el círculo de sol tampoco es para tanto, y mira que mis estándares musicales son bastante bajos, pero bueno, dale chance. Pues ándale que el vato pensó que los aplausos eran sinceros y se aventó otra canción y otra y otra.
A la quinta yo me puse a platicar con mi amigo y cuando el aspirante a trovador terminó nos dijo: denme chance, chavos, porque luego me desconcentro. ¿Peeeeeeerdón? O sea, el vato arruinó la conversación y nos obligó a escucharlo “cantar”, como si todos estuviéramos ahí para “deleitarnos”. -Vinimos a la fiesta de una morra, compadre, no somos tu público-. Por eso siempre les decía a las maestras del taller infantil de artes que no les festejaran cualquier ocurrencia a los niños, que fueran exigentes, que los alumnos debían dar todo en el escenario y que se rompieran una pierna si era posible oioioioi, es bromi, pero sí, no sé de dónde habrá sacado ese vato tanta seguridad para disponer de nuestro tiempo.
Como era de esperarse, la gente empezó a bostezar y a despedirse, y el vato no comprendió que se estaban yendo por su culpa y siguió tocando la guitarra. Cuando me fui mi amigo me dijo discretamente: sí se la bañó este c@brón ¿no? Pero no respondí porque era como echarle más limón a la herida, aunque sí me quedé con ganas de decirle ¿Para esto me puse a planchar la ropa en mi día de descanso? Equis, él no tenía la culpa así que chitón. Como sugerencia le dije que, así como en unas fiestas piden que no lleven a los niños, sería buena idea prohibir la entrada a vatos con guitarra, sobre todo a esos que traen chamarra y boina cuando hace un calor de los mil demonios.