Hablemos de Dios 171: luz y oscuridad

Opinión
/ 27 abril 2024

El tema fáustico pegó de inmediato: ¿por qué el diablo, Satanás, Belcebú o como usted quiera llamarle al maligno, por qué éste siempre responde y rápido a los llamados de los humanos para el famoso trueque ancestral: cambiar tesoros por nuestra inservible alma? Sí, es el famoso y eterno pacto con el diablo. Desde el origen de la misma humanidad, los hombres han pensado lo anterior. Mejor escrito, primero lo sintieron y luego lo ideologizaron, lo pensaron.

En orden: primero fue la concepción primigenia y básica de la idea de la existencia de un Dios el cual creó el mundo y lo rige. Luego, la concepción antagónica era obligada: la figura del diablo, del demonio, de donde proceden nuestros males, azares nefastos y calamidades. No pocos comentarios me están llegando con este tema o arista dentro de esta ya larga y dilatada saga de textos de “Hablemos de Dios”.

TE PUEDE INTERESAR: Café Montaigne 289: Poesía melancólica

Agradezco que usted siga coleccionando estos textos en su legajo respectivo. Hartos lectores igual, me han comentado de ya editar una buena selección de ellos como libro. Sin duda. Es decir, me gustaría reescribir varios de éstos, agregar sílabas nuevas a textos ya escritos y seguir explorando otros vericuetos.

Pactar con el diablo, hacer el famoso pacto fáustico. El diablo en el arte, el diablo en la literatura, el diablo en la música, tema inagotable sin duda. ¿De existir el diablo, el maligno, cómo representarlo plásticamente, o bien, cómo deletrearlo verbalmente?, ¿cómo lo imagina usted?, ¿cómo se representa éste o cómo se habla del demonio en la literatura? A vuela pluma es lo siguiente: en ocasiones es un espíritu, algo invisible que tienta a los hombres. En otras ocasiones adquiere la figura de un hombre, figura antropomorfa. Una de sus representaciones muy socorrida es que el diablo se viste de mujer: una mujer seductora y siempre de asombrosa belleza. En otras ocasiones el diablo se convierte o se metamorfosea en un animal repugnante.

Una de las más antiguas representaciones escritas en lengua española sobre los demonios, es la que se puede leer en “El caballero Zifar”, texto del siglo XIV. Lea usted un fragmento: “Vinieron (a) caer súbitamente dos diablos muy espantosos, negros más que pez y de viles formas... y lanzaban llamas de azufre por la boca, y tenían los dientes de tres órdenes y así fieros y grandes como azadones; y por las ventanas de las narices no dejaban de caer gusanos... y salir serpientes muy crueles y culebras como alacranes...”. Caray, con este demonio cualquiera sí se asusta.

Pero la cosa es sencilla y complicada a la vez: si no sabemos si existe Dios a ciencia cierta, pues menos sabemos si existe el diablo y toda su corte infernal (etimológicamente es el que divide, el que miente, el padre de la mentira). Todo mundo lo sabe, pero leamos la siguiente idea en una economía de lenguaje digna de elogio en voz de A. Van Hageland: “Instintivamente e influenciado por el miedo, el ser humano relacionó la idea del bien con la luz y la del mal con la oscuridad”.

El hombre primitivo empezó a crear y moldear estos demonios funestos en la oscuridad y penumbra del bosque y en los aullidos de fieras carroñeras. Tal vez empezó a crear sus demonios cuando contemplaba su propia sombra siguiéndole todo el tiempo. O al ver reflejada su imagen en las aguas quietas de un estanque. También, los demonios no pocas veces nacen de los sueños. Los sueños y el mundo onírico (bajo los párpados) son las principales incubadoras de diablos y ángeles infernales.

ESQUINA-BAJAN

En una frase genial de André Gide, éste refleja o retrata lo invisible: “¿Por qué me temes? Tú sabes bien que yo no existo”. ¿Entonces para qué lo hemos creado nosotros los humanos, para verter en él todos nuestros yerros y maldad? Es decir, como un chivo expiatorio. Tal vez. Lea usted y a vuela pluma por esta vez, una rápida lista de pactos con el diablo iniciando por el emblemático y más famoso de donde deriva todo, “Fausto” de Goethe. “El diablo en la botella” cuento largo de Robert L. Stevenson del cual ya le he contado en un par de ocasiones anteriores.

Gemelo de este texto (palimpsesto o de plano, plagio) es el cuento del maestro Juan José Arreola incluido en su libro “Confabulario”, “Un pacto con el diablo”. “El herrero miseria” de Ricardo Guiraldes. En este apretado recuento, no puede faltar ese ser atormentado y genial, Edgar Allan Poe, el cual tiene letras dedicadas al tema, entre ellos “El diablo en el campanario”. De Herman Melville hay un texto poco conocido y muy difícil de conseguir, “El infierno de las doncellas”.

Inquietan dos cosas las cuales se huelen en el ambiente conforme uno va avanzando en cuadrar este puzle: no hay pacto del diablo con mujeres. Y cuando el diablo quiere adquirir una condición o imagen antropomorfa, se metamorfosea o se convierte en mujer. Una bella y tentadora mujer todo el tiempo, como señal y dibujo de la excitación y perdición para el hombre. Qué le vamos hacer, así ha sido siempre y así va a seguir la cosa.

LETRAS MINÚSCULAS

En el “Libro del Caballero Zifar” del siglo XIV, hay un demonio (una mujer) de un lago la cual se merienda a cuanto caballero cae en sus embrujos. Ella misma se autonombra... “Señora de la traición”.

TEMAS

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM