Hablemos de Dios 194

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Gracias por leerme. Gracias por atender esta saga de reflexiones y textos sobre ese inasible Dios. Gracias de corazón, palabra y pensamiento. De entrada, no puedo “escribir algo bonito” sobre Dios. Como varios lectores me lo han pedido. Lo agradezco, pero no. Y no puedo, porque no creo en ello, en eso. Eso de “Dios me habla” o sentir su halito fundador en mi pluma, pues en mi caso no se me ha dado. Creo jamás se va a manifestar. Eso se me hace, de escribirlo, una charlatanería de mi parte, una basura sin fundamento. Por eso respeto, pero no creo en lo más mínimo en los magos que venden humo, los que escriben de superación personal, mejora del desarrollo humano con sólo pensarlo y demás yerbas.
¿Por qué los escritores, los poetas, los que nos dedicamos a pergeñar letras en una libreta de papel fino y antiguo, los que usamos afilados lápiz de grafito o pluma fuente, nos sentimos más seguros y hasta contentos y felices (es un decir) en soledad y no acompañados? Porque el escribir es un acto solitario. Como nacer, como morir. Se nace solo, mediante un grito. Se muere en orfandad. Muchas de las ocasiones, en otro grito. Lea usted:
“En los vastos cielos estrellados
que están más allá de la razón,
bajo la regencia de los hados
que nadie sabe lo que son,
hay sistemas infinitos,
Soles centros de mundos suyos,
Y cada sol es un Dios”.
Es nuestro poeta de las últimas entregas, Fernando Pessoa. Y usted lo nota: vuelven aparecer varios elementos los cuales usted ya ha identificado plenamente: la sin razón de la razón, la locura, la demencia, la búsqueda de “algo” más allá de nosotros, y resulta que Pessoa rastrilla una especie de panteísmo que se creía superado: el sol es Dios. Y el panteísmo es eso: Dios está en todo lugar, en todas partes y es todo: un animal, un cervatillo, un humano, un ser vivo, una roca, un río, un mar inmenso, un relámpago... la naturaleza toda.
Otros versos devastadores: “Y en esa hora en que yo y la muerte/ nos hemos de encontrar/ ¿Qué es lo que veré? ¿Qué es lo que sabré?/¡Horror! La vida es mala y es mala la muerte”. Por cierto, este libro del cual le he hablado, “El primer Fausto”, no lo firma ninguno de sus heterónimos, sino él mismo. A reserva de volver al tema y al gran Fernando Pessoa, lea usted las preguntas eternas que usted y yo no hemos hecho aquí: “¿Existe o no existe Dios? ¿Hay alma o no?”. Sigue la incertidumbre: “¡Horror supremo! ¡Y no poder gritar/ a Dios –no lo hay– pidiendo alivio!”.
Grande y atormentado este Pessoa. Tan grande y atormentado como nuestro... Efraín Huerta. Debo tener su obra casi completa, pero, la había leído a trompicones. Es uno de mis pendientes, leerlo y anotarlo a plenitud. Murió de cáncer en la garganta y sin poder hablar. Pero dejó una obra brava que aún hoy se disfruta a mares. Se le critica mucho su parte social y comprometida. Pero un poeta no puede estar ajeno al mundo que lo rodea. Cuando Marcel Proust se encerró a morir en una habitación del Ritz en Europa y la tapó para evitar la intromisión de cualquier ruido exterior, amén de haber sido una locura, fue una patología suprema.
ESQUINA-BAJAN
Los temas de Huerta como los de Pessoa, como los de Baudelaire, como los de Paul Verlaine forman un enorme corpus con líneas concomitantes. Es donde bulle y hierve el ser humano y toda su calamidad, genio y miserias. Es decir, en Efraín Huerta aparecen las autoridades civiles del país y del extranjero, los representantes del clero, la creciente desazón y desesperanza social ante el estado de las cosas, el estado policiaco, eso llamado hambre... en fin, todo ello es puesto bajo la lupa del poeta en sus versos. Hay un largo poema de Huerta, “Dolorido canto a la Iglesia Católica y a quienes en ella suelen confiar”.
Lo vamos abordar en subsecuentes textos, pero de entrada, lea usted este alarido verdadero:
“Bendito sea el temor escalofriante.
Y bendito tu nombre, Jesucristo, varón a sangre y fuego,
Látigo y maldición. Bendito sea tu nombre, como maldito es,
Bajo el polvo de siglos, el crujir de sotanas
(Águilas de rencor y lascivia);
Tremendo el maestro Huerta. Esto me ha recordado aquel memorable pasaje de “Don Quijote de la Mancha” cuando el esmirriado caballero le espeta a su escudero Sancho Panza al dar vuelta a una esquina de un pueblo ibérico: “Con la Iglesia hemos topado...” ¿Vino Dios y Jesucristo a fundar una religión, una Iglesia o varias Iglesias y credos? Absolutamente no. Lea usted al iracundo Efraín Huerta: “Bendito seas Jesucristo a la orilla del lago,/ y santa tu palabra de bondad y miseria./ Pero maldito sea quien en tu nombre alzó/ la cruz del latrocinio, y tus bellas espinas subastó en el mercado”.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Sabe usted cuántas reliquias “auténticas” hay diseminadas de los restos de Jesús en las Iglesias del mundo? El puro engaño.