Hablemos de Dios 209: Desde la óptica de Luis Alberto de Cuenca
Gracias por sus letras, atención y lectura. Gracias por hacer suyas mis ideas, lecturas y palabras. Hartos, hartos comentarios me han llegado con motivo de seguir explorando a Dios, ese ser inasible, a través de las letras, poemas y versos de los grandes poetas y creadores. En este especial caso, hemos tomado como pretexto, como buen pretexto, a un poeta venoso y garboso, ibérico él, Luis Alberto de Cuenca.
Y le repito mis ideas machaconas de siempre: en un buen escritor, en un creador con toda la palabra y genio de por medio, en él podemos encontrar las claves de todo, absolutamente todo: la vida, la sensualidad, las emociones, las pasiones, la muerte, la melancolía... y claro, eso llamado materia divina. El hablar de Dios, su libro, ese libro de libros llamado la Biblia, hablar de su materia divina (en caso de existir), en fin, explorar y hablar de Dios.
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En el poeta ibérico el cual ha sido un descubrimiento para mí, encontramos, usted encontrará todo lo anterior. Y así son los grandes autores, su genio nos alcanza y nos sobrepasa. Siempre. Entremos entonces en materia de una vez. Le repito la ficha del libro el cual tengo en la mano: “Jardín de la memoria”, una antología personal de sus poemas. Editado por la Universidad de las Américas de Puebla.
No deja de ser “curioso”, no sé cómo más decirlo, que un poeta tan alto y venoso como el ibérico, realice aquel viejo mantra, al cual está acostumbrado todo mundo: abrir al azar la Biblia para “encontrar respuestas”, “escuchar consejo” o “encontrar una guía” para un atribulado problema. Basura, señor lector. Así no funciona la Biblia. Digamos que usted tiene un gran problema y usted abre al azar la Biblia y en dicho parágrafo se lee a la letra: “Y entonces se escuchó el rebuzno de un burro...”. ¿La Biblia le recomienda rebuznar como un burro? En fin. Leamos una parte del texto titulado “Navidades de 1995”:
“Tiempo de Navidad. Tiempo de angustia.
Abro al azar la Biblia y lo primero
Que me viene a los ojos es la historia
De una tarde, camino de Emaús
(Una tarde que nunca viviré)”.
La Biblia no es un libro, no, es un plan de vida aquí en la tierra. Se necesitan años de estudio para medio comprenderla. No es un cuento, aunque tiene cuentos. No es una novela, aunque tienen novelas. No es un poema, no, es el gran y dilatado poema de la humanidad. ¿Abrirla al azar? Es ignorancia, nada más.
¿Quién y cómo lo dijo? Fue Karl Marx y si mi memoria, precaria ya, no me falla, dijo que la religión era el opio de los pueblos. Le doy la razón, sí y no. No hay contradicción de por medio. En un bello poema recordando su infancia, el poeta Cuenca rescata esa senda ya andada, esa mina inagotable de recuerdos que es la vida pasada y nos regala una bella estampa de las memorias de tiempos pretéritos, pero vivos en su memoria, en el jardín de su memoria:
“La casa que tenía un arcón misterioso
Que guardaba el secreto de la sabiduría
Y del amor eterno, la droga de la fe,
La copa del olvido y el cáliz del coraje”.
ESQUINA-BAJAN
“La droga de la fe”. ¿Es mejor no tener fe? No lo sé. ¿Es mejor no tener ni creer en Dios? Lo he platicado antes aquí mismo, en un gran, gran artículo deletreado en el diario “El País” de España, el filósofo y teólogo Juan Arias escribió: “Cada vez que hoy me preguntan si creo que es mejor o no creer en Dios suelo responder que eso no tiene importancia, ya que si existiese Dios, lo importante sería que él creyera en nosotros, como me había dicho monseñor Romero, quizás en su última entrevista antes de ser asesinado a tiros...”. Puf, tremendo, luego continúa el maestro...
“¿Se es más feliz sin Dios? Depende, señores. Difícil sentirse libres y realizados con el Dios al que aman y adoran los dictadores -con los que, por cierto, la Iglesia siempre se ha entendido mejor que con los demócratas-; difícil con el Dios absolutista incompatible con la democracia o con el Dios que recela de la sexualidad. Es difícil que las personas, jóvenes o adultas, no lleven dentro de sí la sombra de un Dios castrador, aquel del que en un colegio de religiosas la madre superiora había escrito en los retretes de las alumnas: ‘Dios te está mirando’”.
Pero, nadie se escapa al grito de dolor de un monte, no cualquier monte, sino el Monte Calavera. Lea usted a Luis Alberto de Cuenca:
“A golpe de dolor, Gólgota arriba,
Con la cruz de la angustia en las espaldas
Y el pecho devorado por el buitre
De una lenta y cruel melancolía
Seguimos avanzando”.
Seguimos avanzando y caminando aunque estemos hundidos no pocas veces en las simas de la desesperación y del dolor, de la melancolía y la tristeza perenes. Seguimos avanzando tal vez por un simple y sencillo motivo...
LETRAS MINÚSCULAS
Dios con nosotros. Siempre.