Hablemos de Dios 212: Estuvo presente en el discurso inicial de Donald Trump
Da qué pensar lo siguiente. Inicio hoy con una sentencia, un aforismo del todo conocido. Es del dominio público, pues: en la guerra. En las trincheras no hay ateos. Cuando la vida aprieta y estamos a punto de perderlo todo, es decir, la vida, pues todo mundo se aferra a un clavo ardiente. Nunca, jamás he escuchado en momentos de tribulación agobiantes, que alguien diga e implore a voz en cuello y garganta: “Sálvame Albert Einstein de este gran problema”. O bien, “Gran científico Newton, mándame tu manzana científica para yo comerla y ser sabio y pasar mis exámenes finales”.
Nunca lo he escuchado. ¿Usted sí? Lo respeto. Lo bien cierto es lo siguiente: en su discurso de toma de protesta como Presidente de Estados Unidos el pasado día 20 de enero, Donald Trump nombró a Dios en tres ocasiones... e hizo rabiar y aplaudir a sus escuchas. Juró como su Presidente número 47. Incluyó a Dios en tres ocasiones e incendió a su nación. Fue un discurso memorable, de colección.
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¿Dios juega a los dados con nosotros?, ¿se ríe de nosotros, nos ama?, ¿Dios está en nuestra vida trivial y terrena?, ¿Dios tiene injerencia en un accidente, en un atentado de muerte, un problema brutal en nuestra salud o de plano, es mejor invocar a Nikola Tesla, condenado a la muerte por su homosexualismo?, ¿o de plano y mejor convocamos a Stephen Hawking de quien todo mundo ha oído hablar, pero nadie lee?, ¿y si invocamos a Galileo Galilei y su germen de que el mundo gira y se mueve?
Lea usted un fragmento, el primero de lo que dijo Trump de Dios, ese insabible Dios: “Hace solo unos meses, en ese hermoso campo de Pensilvania, una bala de un asesino penetró mi oreja. Pero sentí entonces, y creo incluso ahora, que mi vida fue salvada por una razón. Dios me salvó para hacer a América grande nuevamente”.
Y claro, hay que recordar lo que aquí usted y yo tenemos años explorando: Dios es una creación del hombre, de los poetas, de los literatos, de los trovadores, de los filósofos. ¿Y la ciencia? Bien, están en su sitio. Sólo creen en cosas “verificables”. Lea usted a quien usted y yo hemos explorado y nunca lo hemos agotado, es el poeta Jaime Sabines.
Podemos leer a Sabines en clave de amargura o amorosa (es lo mismo), en clave gastronómica (lo hemos estado haciendo en nuestro encuentro dominical aquí en la revista “360”) incluso y ahora con la tontería de “equidad de género” (¿significa algo?), si usted lee sus poemas, encontrará versos rudos contra las mujeres. Pero al final de cuentas, poesía. Pero hoy... políticamente incorrecto. Aquí se lo contaré en próxima entrega con motivo de ese estúpido “revisionismo” en clave de “género”.
Escribe Jaime Sabines: “Uno es el agua de la sed que tiene,/ El silencio que calla nuestra lengua,/ el pan, la sal, y la amorosa urgencia/ de aire movido en cada célula”. Bellos y potentes versos los cuales nos describen en clave de gastronomía. Ahora lea esto: “Cortemos la fruta del árbol negro,/ bebamos el agua del río negro,/ respiremos el aire negro”. La peste en pleno. Sí, la maldita pandemia del COVID que ahora, va a ser otra cosa. Ya va a llegar. Ahora estos versos: “Se está enfermo de miedo como de paludismo/ Alguien se refugia en las pequeñas cosas,/ los libros, el café, las amistades...”. Café y cigarro fueron amigos inseparables del chiapaneco Jaime Sabines.
ESQUINA-BAJAN
Llegamos al quid de la cuestión el día de hoy: lo vamos a abordar en clave divina. Leamos someramente sus textos poéticos en esa búsqueda eterna de encontrar a Dios, increpar a Dios o inventar a Dios. ¿No tenemos Dios? Es necesario inventarlo... y creer en él. ¿Quién? Todos. Todo mundo. ¿Es poco un Dios para tanta dificultad y para tanta humanidad? Pues es entonces menester inventarse varios dioses (como los mayas, los aztecas, los hindúes...), de todo tipo de color, añada, vocación y pelaje.
¿Quién lo inventa? Pues usted y yo, los humanos. Los “homo sapiens”. ¿Los perros tienen su dios perruno? La gente dice: los perros son “inteligentes”. Pues es entonces necesario: pregunte al perro o bien, a su dueño por dicho dios perruno. De hecho, los humanos quieren y aman más a sus mastines y no a un ser humano, a un semejante de Dios, a un vecino, a un próximo, al prójimo. Los seres humanos quieren más a un perro y se preocupan más por él y no por un suicida.
¿Qué es el hombre?, ¿acaso el hombre no existe, tal vez sea sólo una “sombra que me habita”? Se pregunta el poeta Jaime Sabines. Tal vez el hombre sólo sea su propia sombra, pero al final de cuentas, sombra divina: “Hombre. No sé. Sombra de Dios/ perdida./ Sobre el tiempo, sin Dios,/ sombra, su sombra todavía./ Ciega, sin ojos, ciega,/ –no busca a nadie,/ espera–/ camina”. Cuando vivía el poeta chiapaneco al cual conocí y parlé con él en tres ocasiones en Guadalajara, Jaime Sabines, la vida se vivía: murió bebiendo interminables tazas de café y fumando su eterno pitillo en los labios. De allí entonces nos acerca un Dios cotidiano, casi real... “Es mi cuarto, mi noche, mi cigarro./ Hora de Dios creciente./ Oscuro hueco aquí bajo mis manos”.
LETRAS MINÚSCULAS
Ahora lea usted la segunda referencia de Donald Trump en su discurso de asunción a la Presidencia de EEUU: “Somos un pueblo, una familia y una gloriosa nación bajo Dios”. Sin palabras, sin palabras.