Ingenuas preguntas a la Señora del Tepeyac

Opinión
/ 11 diciembre 2021
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Este aspirante a reportero de VANGUARDIA, solicitó una entrevista a la Virgen de Guadalupe. Y fue atendido inmediatamente sin necesidad de antesalas ni recomendaciones políticas o eclesiales.

—Ante todo, Señora, muchas gracias por atenderme personalmente, a pesar de que en este día usted está muy ocupada. Atenderá a millones de peregrinos en su Basílica en forma presencial y a muchos más que se conectan con usted desde su corazón en línea directa o mediante las redes invisibles y silenciosas de su fe.

—No tiene que agradecer. Estoy aquí desde hace cinco siglos, para atenderlos a todos.

—¿Tiene usted alguna explicación de porqué la buscan hoy tantos millones? ¿Cuál es su oferta o su promesa o su producto para tener tanto poder de convocatoria en tantos países y durante tantos siglos?

—Creo que les doy lo que necesitan y a veces también lo que me piden.

—¿Me puede explicar un poco más esas frases? Es un secreto muy valioso para la mercadotecnia.

—Mire hace cinco siglos yo le dije a mi Hijo: la mayoría de tus hermanos, los indios y los pobres, son marginados, explotados y humillados por sus hermanos los colonizadores católicos. Están tristes y abandonados, como si estuvieran amenazados por una epidemia universal. Y yo aquí que soy su madre, ya me cansé de contemplar tanto dolor y desconfianza. No puedo quedarme con los brazos cruzados al verlos enemistados como Caín y Abel.

Bajé al cerro del Tepeyac. No busqué ni busco a los conquistadores católicos para denunciar sus crímenes contra sus hermanos, sabía que no me iban a hacer caso. El poder corrompe con mayor facilidad que el amor. Decidí fortalecer a los débiles para que se sintieran orgullosos de su dignidad humana y cristiana, de su piel y de su cultura, de sus creencias y de sus tradiciones. Me identifiqué con ellos: me volví morena, me vestí con sus colores preferidos, verde nopal y azul de cielo. Las estrellas y las constelaciones son mi mensaje trascendente, un adorno cósmico y discreto, así me gusta ser a mí. Pero sobre todo manifesté lo que más me gusta de mí y lo que soy para ellos: mi maternidad... soy una de ellos porque soy su madre y tengo su sangre... y les dije: “¿No estoy yo aquí, yo que soy tu madre? ¿No estás en mi regazo?”, para revivirles la confianza.

Con eso fue suficiente. Desde entonces ya no se sintieron cristianos de segunda clase, “escalerilla de tablas” como me dijo Juan Diego, y no se sienten marginados extranjeros en el hogar de nuestro Padre Dios.

—¿Entonces usted no vino a hacerles milagros a los mexicanos?

—Sí vine a eso. Pero no los milagros que los vuelvan flojos y atenidos, una madre no hace eso. Sino los milagros que hacemos cada día en la familia y en el pueblo. Vine a construir y mantener su fe –como lo hace toda madre cristiana– para que con ella hagan el milagro de creer en su fortaleza y no en la debilidad que tanto les achacan. Por eso siguen hablando conmigo y me buscan. Aunque lleguen tristes y abatidos cuando platicamos salen fortalecidos y llenos de esperanza. Y renace en ellos la confianza en nuestro Padre Dios. ¿Hay algo más valioso que eso?

—Muchas gracias, Señora, ya no le quito más su tiempo... tenía otras preguntas, pero con esto ya las contestó.

—Estoy para servirte –me dijo con una sonrisa. Besé su manto con respeto y admiración, y me retiré conservando su sonrisa.

Esa entrevista me revivió con una fe más fuerte y me dio gusto ser moreno y mexicano...

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