La esperanza: entre el desamparo y la resistencia
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A Alejandro José Hochmann
Las palabras del escritor húngaro Imre Kertesz traspasan el corazón del hombre contemporáneo, cuando nos recuerda que “vivir con un sentimiento de desamparo, hoy en día, es probablemente el estado moral en que, resistiendo, podemos ser fieles a nuestra época”.
Sobreviviente del holocausto y del estalinismo, las dos experiencias que marcaron con sangre y fuego el siglo XX; Kertesz asegura que la característica central de dicho siglo consistió en “haber barrido de manera completa a la persona y a la personalidad”. El siglo XX, fue “la era de la irracionalidad”, sentencia el autor.
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Durante esos 100 años, “el soldado se convirtió en asesino profesional; la política, en crimen; el capital, en una gran fábrica equipada con hornos crematorios y destinada a eliminar seres humanos; la ley, en reglas de juego de un juego sucio; la libertad universal, en la cárcel de los pueblos; el antisemitismo, en Auschwitz; el sentimiento nacional, en genocidio”.
Ante esta abrumadora realidad, Imre Kertesz, también Premio Nobel de Literatura, se pregunta si queda algún papel qué jugar o influencia qué ejercer, al arte, a la religión, a la cultura y a la civilización, producto de la creatividad universal y del esfuerzo del hombre por ser mejor y más perfecto.
Su respuesta es brutal: “La ausencia del espíritu queda reflejada en una terrible falta de energía, en el lamento mudo del ser humano que luego busca expresarse a través de frenéticos excesos”, cual presagio para el Siglo XXI.
Desde lo más profundo del corazón de Imre, alumbrado por el dolor enraizado a la historia, aparece Ernesto Sábato, escritor argentino, quien nos invita a resistir sin soslayar el desamparo en cual nos encontramos.
Y subraya con tenacidad una exigencia: “Debemos tener, una vez más, fe en el hombre, más allá del miedo que nos paraliza para actuar”. Porque, las más de las veces, insiste Sabato, “los hombres no nos acercamos, siquiera al umbral de lo que está pasando en el mundo, de lo que está pasando a todos, y entonces perdemos la oportunidad de habérnosla jugado, y terminamos domesticados en la obediencia a una sociedad que no respeta la dignidad del hombre”.
E insiste, mientras combate los molinos de viento, “muchos afirmarán que lo mejor es no involucrarse, porque los ideales finalmente son envilecidos como esos amores platónicos que parecen ensuciarse con la encarnación”.
Y arremete de nuevo al sostener que “probablemente algo de eso sea cierto, pero las heridas de los hombres nos reclaman, porque paradójicamente, el ser humano sólo se salvará si pone su vida en riesgo por el otro hombre, por su prójimo”.
Los perros ladran, mientras Ernesto cabalga sobre Rocinante, para gritar a los cuatro vientos que “desde nuestro compromiso ante la orfandad (en que se encuentra nuestro mundo y su porvenir) puede surgir otra manera de vivir, donde el replegarse sobre sí mismo sea escándalo, donde el hombre pueda descubrir y crear una existencia diferente”.
Sábato coincide con Kertesz al admitir que la historia es el más grande conjunto de “aberraciones, guerras, persecuciones, torturas e injusticias, pero, a la vez, o por eso mismo, millones de hombres y mujeres se sacrifican para cuidar a los más desventurados” y construir un mejor futuro para todos nosotros.
Ellos, incluidos Ernesto e Imre, encarnan la resistencia. Y juntos, abanderan las palabras del poeta Eugenio Yevtushenko cuando escribe: “Quisiera combatir en todas tus barricadas/ humanidad/ y morir cada noche como una luna exhausta/ y amanecer cada día/ como sol recién nacido/ con una suave mancha inmortal en la cabeza”.
Al parecer, la tarea es una: Aprender a resistir, en el encuentro solidario y radical con nosotros mismos a través del otro, a pesar del desamparo que nos agobia cada día.
Sí, hasta que la inteligencia profética de Ernesto e Imre florezcan en nuestros corazones e inteligencias a través de otro mundo posible.
Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución.