La IA o el borrar la contribución de la colectividad
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La IA es por tanto otro modelo reluciente que conforma el despojo del saber de todos en beneficio de unos cuantos
Seguimos encantados, así como encantamiento, de comprar paquetes de Inteligencia Artificial que nos resuelvan las cosas, muletas simbólicas cada vez más pegadas a la forma de expresarnos, de escribir, de pensar, de crear; cada vez más cercanas a la piel o incluso dentro de la piel, insertas. Ventajas que nos dejan tartamudos, pobres léxicamente, menguados en la capacidad de comprensión de la complejidad.
Y odas de los distribuidores que se encargan de sacar tajada por vender artilugios sofisticados en esta América Latina tiranizada por los grandes mercados globales. Cantos de sirenas cibernéticas: si no te adentras con nosotras al océano digital, te quedas fuera, eres pretérito, pútrido.
Y olerás a pobre, a rezagado tecnológico, a eso otro que no tiene cabida en el mapa de un mundo que ya está totalmente distribuido y seccionado como rebanadas de pastel para Apple, Google, Microsoft, Amazon, McDonald´s y Nvidia. Y por supuesto, sí, es la expulsión machacada por comunicaciones que refrendan la norma y la alteridad ominosa. Estas empresas han tejido bien la red para que la humanidad ande por allí, ya sea como usuaria, como consumidora, como compradora de acciones o como revendedora de estos productos. (Quien diga que lo que se vende en McDonald´s es alimento, merece una gran exclamación de sorpresa).
La IA, alucinante y maravillosa tékne que se usa para fines médicos también, ha invisibilizado y blanqueado todo el conocimiento colectivo que ha sido generado a través de miles de años. Así, gracias a los esfuerzos mercadotécnicos y a las alianzas con gobiernos y organizaciones, se presenta como “nuevo”.
Quién diría que las normas financieras de estos grandes corporativos con todo y sus contratos de confidencialidad y firmas sobre la protección a la “propiedad intelectual”, desdibujan los orígenes de la IA, los cuales están en un pasado lejano. Allí tenemos a Aristóteles, en el año 330 antes de nuestra era, quien describió los silogismos, los que a partir de presupuestos dados, generan conclusiones racionales; ellos conforman parte de la forma de operar de la mente humana y son un elemento fundamental para la IA. O el caso de la primera máquina autocontrolada -un regulador del flujo de agua-, concebida por el inventor y matemático Ctesibio de Alejandría, en el año 250 antes de nuestra era, el cual actuaba modificando su comportamiento correcta o racionalmente. Y de allí hay un salto hasta el año 1315 con el filósofo, poeta y místico Ramon Llull, quien infirió que el razonamiento podía ser efectuado de manera artificial.
La IA se apoya fuertemente en la lógica matemática, que aparece a finales de 1800 con el alemán Gottlob Frege, o en la neurociencia que surgió a partir de los descubrimientos del médico español Santiago Ramón y Cajal, con sus estudios de proteínas y neuronas como base de la estructura celular del cerebro humano, o en la lingüística que hunde sus huellas germinales en la antigua India con Panini. Solo menciono a unos cuantos hitos, que permiten ver cómo estos y otros aportes, ahora se privatizan y monetizan.
Seguro la economía hegemónica que está al frente de la IA no dialogará tampoco en este caso con las economías solidaria, comunitaria o informal. Y menos, con la ética, pues no figura en el mapa mercantil de este sitio omnívoro que se alimenta de lo que la humanidad genera. La IA es por tanto otro modelo reluciente que conforma el despojo del saber de todos en beneficio de unos cuantos. Aquí va el abuso, otra vez, con otro rostro. Claro, hay más ángulos para abordar la IA, pero a mí me gustó este.
El vocablo artificial proviene del latín artificialis y está conformado por ars/artis que significa obra o trabajo que expresa mucha creatividad, así como por facere que alude a hacer y por el sufijo alis, que refiere a pertenencia.