La profecía
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Hombre de genio e ingenio fue fray Servando Teresa de Mier. “El increíble fray Servando” le llamó don Alfonso Junco, regiomontano ilustre a quien su tierra natal no le ha hecho justicia.
Con las chispeantes frases del dominico podría llenarse no digo un libro, sino una colección de ellos. Fue él quien hizo del temible tribunal de la Santa Inquisición aquella definición sucinta que la describió como “un Cristo, dos candeleros y tres majaderos”.
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Gustaba de hablar fray Servando, y hablaba bien. “Su voz -dice un contemporáneo- sonaba como una campana de plata”. Otro famoso palabrista, don Carlos María de Bustamante, hizo una anotación en los días en que fray Servando estuvo en la cárcel, llevado por la desesperación de Iturbide: “... El P. Mier charla en la Inquisición como una cotorra. Cuando se le dijo que de orden de Su Majestad Imperial estaba incomunicado, respondió: ‘Dígale usted que ya sé todo lo que ha pasado; que se vaya al cuerno, que eso se llama tener miedo’”.
Don Alfonso Reyes imaginó a fray Servando asomado a una ventana del Palacio Nacional y midiendo con los ojos la distancia que lo separaba del suelo, quizá para intentar una nueva fuga, pues toda la empresa de su vida fue fugarse de quienes querían oprimirlo y oprimir a los hombres. “El único crimen que había en Mier era fugarse -dice el mismo Bustamante-, y éste lo era personalísimo e incomunicable”.
Hasta de la tumba se fugó el inquieto fraile: en 1842 su cuerpo momificado fue sacado por falta de espacio de la Capilla de los Sepulcros del Convento de Santo Domingo, y puesto en otro sitio del convento. Ahí fue encontrado en 1861, al hacerse trabajos para abrir una calle. Ontañón dice que mientras todas las momias estaban retorcidas en actitudes siniestras, la de fray Servando estaba erguida, derecha, “con su mejor aire espectacular’”. La expresión no puede ser más justa y más cabal.
Fray Servando, en efecto, era espectacular. Era, diría yo, hombre de espectáculo. Notabilísimo actor de escena habría sido, y pues no lo fue sus dotes de histrión las puso en ejercicio en sus discursos del Congreso. Tenía fácil el sollozo, y a la menor provocación abría los grifos de su llanto. Otra vez habla Bustamante: “Cuando cayó Iturbide y se formó el gobierno yo vi correr dos hilos de los ojos del P. Mier. Tal escena me trastornó y me hizo recordar los torrentes que ha derramado este anciano venerable por la gloria y libertad de un pueblo que tan justamente le adora”.
Actor era fray Servando, no cabe duda. Hasta de su muerte hizo un espectáculo. “Monseñor Fr. Servando Teresa de Mier, en caridad ruega a Vuestra Señoría acudir a la ceremonia del Santo Viático que le administrará el Excelentísimo Señor Ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, Don Miguel Ramos Arizpe, en el Palacio Federal, mañana viernes en la tarde. México, 15 de Noviembre de 1827”. Y allá fue el sacro convite, curiosa mezcla de procesión religiosa y manifestación cívica, con música y acompañamiento de soldados que desfilaron siguiendo la sagrada forma que llevaba don Miguel Ramos Arizpe, desde la iglesia de la Santa Veracruz, en la alameda, hasta las habitaciones que la bondad de don Guadalupe Victoria dispuso para fray Servando en el Palacio Nacional. Y todavía ahí, después de recibir el santo óleo de su antes archienemigo Ramos Arizpe, pidió permiso de decir “cuatro palabras” y pronunció una larguísima perorata que por poco hace que los asistentes requirieran el postrer sacramento que acababa él de recibir.
Solicitó en ese discurso fray Servando perdón por todos los yerros cometidos. Si alguno cometió no fue el de la falta de amor a México. Amó a su patria y siempre deseó para ella lo mejor. Llevado por ese amor dijo en el Primer Congreso Constituyente, el 15 de diciembre de 1823, aquel profético discurso en que con asombrosa clarividencia vaticinó todos los males que se abatirían sobre México si se depositaba todo el poder en un solo hombre. O en una sola mujer, habrá que añadir ahora.