La tarde y sus celajes: cuando llega la vejez

Opinión
/ 5 julio 2022
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El número de personas mayores que carecen de cuidados se ha incrementado notablemente. Ha aumentado la proyección de vida gracias al sistema de salud implementado en los últimos años, pero con ello no se ha equiparado el que las personas que están en este grupo de edad tengan mejores cuidados.

El poeta Vicente Riva Palacio cantó a la vejez de una manera sublime, diciendo que tiene la vejez horas tan bellas / como tiene la tarde sus celajes / como tiene la noche sus estrellas.

Una edad sublime. Una edad en la que los ojos descubren horizontes distintos a los hasta entonces vividos. Una edad en la que el pasado se comprende y puede ser revisitado para entender cómo fueron pasando los años y madurando los frutos; cómo llegaron las ausencias y cómo fueron adquiriendo tonos de azul y gris los paisajes.

Esas ausencias que pesan y las debilidades que se acentúan. El no poderse valer por sí mismos, el no poder controlar lo que hasta entonces giraba en torno suyo puede ocasionar ansiedad, tristeza, melancolía.

Si en el camino pueden andar quienes lo recorrieron a su lado, de su mano, las personas adultas se sienten seguras y protegidas. Así como en un momento fueron ellos protectores de quienes estuvieron a su cargo.

Hoy, descorazona ver cómo muchos que fueron amados, cuidados, protegidos, no puedan estar junto a sus mayores. Una sociedad que no vela por sus adultos está condenada a que su futuro mismo esté comprometido.

Mujeres y hombres requieren de una atención más específica y vigilada de los habitantes de estas sociedades modernas. Hace cosa de unos treinta años, leí en un diario que, en época de vacaciones, en un país de Europa, se dejaba hasta en gasolineras a los adultos. Al regreso de sus días de descanso se dirigían a localizarlos en residencias para ancianos o en hospitales.

La nota en cuestión daba cuenta de la forma en que se deshumanizaba por completo el trato a los adultos mayores. Hoy por hoy, en las familias, deberíamos preguntarnos cómo hacemos en las sociedades actuales para que los ancianos sean respetados en sus derechos: a la vida, a la salud, a la integridad, a la dignidad.

Por mucho tiempo la tarea fue encomendada a los familiares. Hoy, muchos familiares no pueden con el peso de sus trabajos y no saben cómo hacer con sus padres, madres, abuelos.

Las casas paternas, donde radican aún sus padres, pueden ser tomadas como hoteles o como salones de fiestas. Como hoteles, únicamente para ir a dormir. Como salón de fiestas, reuniones continuas para realizar festejos con los amigos.

Hemos de preguntarnos constantemente sobre el bienestar de nuestros adultos mayores. Hemos de preguntarnos como sociedad lo que estamos haciendo cada uno de nosotros por ellos, que todo lo dieron por nuestras vidas y que nos llevaron de la mano por este camino llamado existencia.

Muchos argumentos se ponen quienes no cumplen con sus deberes de hijos, entre ellos el cansancio derivado del trabajo; enfermedades o situaciones particulares. Pero todos y cada uno de estos argumentos pudieron esgrimir quienes cumplieron con su deber como padres, otros tantos como abuelos, tíos.

Empecemos por respetar, como ocurrió en el pasado, a los ancianos. Respetemos sus canas y sus arrugas, que como bien lo decía Simone de Beauvoir: “Las arrugas de la piel son ese algo indescriptible que procede del alma”.

Entendamos ese proceso único e individual que asume cada uno de los ancianos; y, si se tiene suerte, un día se asumirá también.

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