La tierra que nos sostiene
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La práctica artística está en la naturaleza: parte de la tierra, de lo que genera, lo que conecta y lo que nutre. En la edición pasada hice una breve introducción sobre el arte y el ecofeminismo. Ahora compartiré la obra de artistas latinoamericanas contemporáneas que desde diversas prácticas hacen una trabajo con elementos que nos otorga la naturaleza.
Silvia Umpierrez (Uruguay 1961). La conocí a inicios del 2022. Escuché que en su obra había memorias de sus antepasados pescadores y que ella, fielmente recolectaba fibras orgánicas que llegaban a la playa del Río de la Plata. A través de una pantalla la vi tejer ramas de diferentes tamaños y otros materiales. En ese momento no comprendía muy bien cuál era su quehacer, pero me maravillaba cómo su voz tenue se transformaba y fortalecía cuando hablaba de su historia familia y cómo a través de las tramas, comprendía mejor su vida, sanaba su linaje y entendía el vínculo entre el pasado y el presente.
Silvia y el material con el que teje se encuentra. Después de recolectar, clasifica por colores, texturas y tamaños, para convertirlo en algo nuevo. Todo aquello que está seco e inerte, la artista lo revive con sus manos y lo convierte en tapices orgánicos o cestas de muchos tipos.
Además de ser docente y tener una escuela dedicada a la enseñanza de las artes a la infancia, Silvia es una gran maestra tejedora y se ha concentrado en el rescate de técnicas textiles antiguas para llevarlas a distintas formas de expresión. Cuenta con un profundo conocimiento de fibras naturales y de plantas, que comparte tanto en su obra como en los talleres de cestería, formando así nuevas comunidades de tejedoras de diversas edades que ven lo artístico en lo utilitario, el arte en la artesanía.
Recientemente presentó en el Museo Blanes de Montevideo la instalación titulada Crisálida, en la cual expande los límites de su trabajo e invita al espectador a vivirla con todos sus sentidos. Capullos que parecen semillas, nidos que parecen cestas, hojas que parecen aves en vuelo y un hilo rojo que nos conecta con la tierra.
Desde otras formas de obrar, Virginia Michlig (Argentina, 1982), activista ambiental y artista huertera ha estado lejos del sistema del arte y que solo en contadas ocasiones regresa, quizá donde ve un sentido de comunidad o una conexión que la haga cuestionarse desde el arte hacia los procesos de activismo y conciencia agroecológica.
Empezó su huerto en 2011 pero no fue hasta el año 2017 que empezó a armar y fotografiar palabras con las frutas, verduras o raíces cosechadas. Su obra habla del tiempo, los ciclos, la observación y el esfuerzo por procurar la vida. Cultiva semillas que recolecta de su propio huerto: albahaca, cilantro, cebollín, arúgula, berenjena, tomates de diferentes tipos, pimientos, zapallos exóticos, sandías, entre muchos otros dependiendo de la temporada.
Su postura artístico-política es muy concreta: llevarse a procesos mucho más lentos, más sutiles y profundos, enraizamiento y compromiso hacia el cuidado de las plantas, mismas que detonan mejores posibilidades de vida, y que, al mismo tiempo, la alejen no solo de la industrialización de los alimentos que nos coarta el derecho a la salud, sino también hacer un reclamo por las exigencias de la productividad artística que se me mide con la vara del capitalismo.
Por último, Yunuen Díaz (México, 1982) es artista visual, poeta y catedrática de la UAEM. Además de ser una artista que trabaja desde la multidisciplina y en muchos momentos, desde la colectividad. Sus proyectos de investigación-creación van dirigidas al feminismo, visibilidad de género, problemáticas socioculturales, etc.
A primera vista su obra está carga de poética y sutilezas, pero al entrar en ella, hay una crítica directa al sistema patriarcal en el que vivimos. Podría mencionar muchas de sus piezas, pero me concentraré Barro y arroz proyecto presentado en Cuernavaca a finales de 2021 y en este año en Querétaro. En esta exhibición habla sobre las políticas alimentarias, a través de la producción del arroz en Morelos, las formas de devastación de los campos de cultivo a causa del crecimiento masivo de las ciudades, la industrialización del grano de baja calidad que pone en desventaja al cultivado en su estado, así como la tradición alfarera desarrollada por mujeres de la comunidad de Cuentepec, con quien elaboró los comales que fueron intervenidos por frases de ella y de escritoras feministas, así como ollas para germinar arroz.
Es una gran pieza instalatoria que se compone de muchas piezas que parecerían sencillas pero que están cargadas de simbolismos y significados contundentes.
Al estudiar la obra de las tres artistas confirmo que los procesos nunca son lineales, no son siempre iguales y no sentimos lo mismo siempre. Los procesos SON, y se sostienen de intuiciones y deseos.