La última y nos vamos (II): Imágenes que suenan, sonidos que pintan

Opinión
/ 27 diciembre 2024

No sé usted, estimado lector, pero este atrilista escucha colores y ve sonidos cromáticos siempre que escucha, especialmente, música sinfónica, pero esa sensación disminuye notablemente con la música de cámara o de algún instrumento solista. Sinestesia, le llaman los científicos a esta “sensación secundaria que se produce en una parte del cuerpo a consecuencia de un estímulo aplicado en otra parte de él” (Diccionario de la Lengua Española, 1992). Ignoro si se trata de una habilidad o una disfunción, solo sé que la experiencia es sumamente agradable y estimulante.

La última vez que experimenté la sinestesia fue escuchando a la Orquesta Filarmónica del Desierto interpretar una selección de la Suite de ballet El Cascanueces del ruso Piotr Ilich Tchaikovsky, obra que compuso y estrenó en 1892. Quizá por ello disfrutamos hoy en día de piezas sinfónicas de una variada paleta cromática que habita los pliegos pautados, obras tales como Los planetas de Gustav Holst, cualquiera de las piezas para orquesta de Debussy, los poemas sinfónicos de Liszt y los de Richard Strauss, y de muchos otros compositores que volcaron sus creatividad y entusiasmo en esta novedosa estructura musical.

El siglo 19, el del romanticismo musical, fue el periodo en el que se dio una expansión en la capacidad creativa del compositor de esa época, manifestándose en el ingenio y la pericia en el manejo de esa maravillosa invención sonora que es la orquesta moderna, la que empezó a configurarse desde algunas de las últimas obras de Mozart, pasando por el volcánico Beethoven y transitando por todo ese siglo maravilloso que fue el antepasado. Héctor Berlioz con su Sinfonía Fantástica (1830) abrió las puertas de una nueva manera de crear música. Su Gran tratado de instrumentación, publicado en 1844, compila las características propias de los instrumentos musicales conocidos en ese entonces, además de explorar aspectos más acuciosos como el timbre, la elasticidad sonora, limitaciones del registro, etc. A partir de ese tratado, al que luego Berlioz añadió otro capítulo sobre dirección orquestal, muchos compositores lo tomaron como guía para sus propias creaciones.

Recuerdo una master class que tomé hace ya varias décadas con una pianista argentina (no recuerdo su nombre, lo confieso con pena) que aconsejaba a un alumno nobel e insistía mucho en la creación de imágenes, colores y emociones para asentar y fijar el espíritu de la primera pieza del primer libro de Annés de pélerinage de Franz Liszt, Chapelle de Guillaume Tell. El joven pianista tenía dificultad para crear el sonido monástico y solemne de la obra. Entonces ella disertó sobre aspectos emocionales de Liszt que permearon sus años de viajes y lecturas que realizó al lado de su esposa.

Pero la pianista argentina fue más allá de lo meramente anecdótico y biográfico, empujó al alumno a imaginar la atmósfera de una capilla, del carácter himnológico, del espíritu de dignidad serena y de libertad que hay en las notas y pasajes sublimes de la pieza pianística, de la historia del héroe que exalta Liszt en el epígrafe citando a Schiller: “Uno para todos, todos para uno”. Apeló al potencial del alumno para crear un sonido “catedralicio”, de pilares macizos y zonas amplias (esas expresiones usó ella). Tales frases abrieron en mí un mundo ignoto en la parcela inconmensurable de la interpretación musical. Al final del curso la maestra cerró su curso aconsejándonos a leer y expandir así nuestras capacidades de percepción.

No hay nada de descabellado en afirmar que una verdadera y profunda interpretación de una pieza musical, sea ésta de música de cámara, para piano u otro instrumento, o de una obra sinfónica, está ligada no solo al talento y potencial del intérprete, sino que ésta se nutre y expande su temperamento y espíritu sonoro basado en la experiencia de vida y del bagaje de lecturas y vivencias relacionadas con otras bellas artes que el intérprete establezca. Este concepto no ha decaído ni menguado desde que el compositor se vio a sí mismo como artista, uno que crea nuevas narrativas sonoras, al contrario, se ha afianzado en las modernas técnicas pedagógicas que utilizan los grandes (y no tan grandes) maestros de la interpretación musical.

CODA

Feliz año nuevo les desea este atrilista a cada uno y todos los amables lectores que se detuvieron pacientemente a leer esta columna a lo largo de este año feneciente. Que haya abundante música y arte en su vida, además de prosperidad y salud plena.

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