Las canciones y la vida con Joan Manuel Serrat
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“De vez en cuando la vida”... “Y al volver la vista atrás”... Serrat. Joan Manuel Serrat. Cabellos largos cuando nosotros también los tuvimos. No coincidíamos en edad, pero sí en la forma en que soñar e ilusionar. Los años comenzaban y la imagen del cantante y autor, del que se enfrentó al exilio, del que se vino a México a seguir soñando y reclamando y exigiendo justicia, se apareció por primera vez en mis años universitarios.
Por Serrat imaginé la vastedad del Mediterráneo, la belleza de una palabra auténtica dada con amor.
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“Cantares”. Esa simbiosis del poema de Antonio Machado y la voz propia de Joan Manuel. La imagen del poeta que debía marchar al exilio y muere en Colliure, Francia. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, y al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que no se ha de volver a pisar”.
Qué fuerza. Qué profunda reflexión de aquel que tiene que irse. Que prepara sus maletas. Que dice adiós con lágrimas a su hogar, a su tierra, a los amados suyos, bastándole el sabor de verdad, el de la dignidad, el de la defensa por ideas de justicia y libertad.
Palabras de libertad que encontraremos también en los versos del poema de Miguel Hernández, “El Herido”, “canto, lucho, pervivo, para la libertad, mis ojos y manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo...”. Del mismo Miguel Hernández las “Nanas de las Cebollas”, Serrat interpreta un doloroso canto en donde lo único para la madre es “hambre y cebolla”. “Cebolla, escarcha de tus días y de mis noches”.
Promesa aún, con las palabras de Miguel Hernández, en la voz de Serrat, canta al hijo: “Ríete niño, que te traigo la luna cuando es preciso. Tu risa me hace libre, me pone alas; soledades me quita, cárcel me arranca; boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea”.
“Es tu risa la espada más victoriosa, vencedor de las flores y las alondras, rival del sol, porvenir de mis huesos y de mi amor...”.
Serrat hizo suyas las canciones de esperanza. Puso música a ilusiones, a reflexión y denuncia. Para Serrat, la mujer que espera, en Penélope, es una imagen de tristeza, pero asimismo de la fortaleza de quien está ahí para atesorar un recuerdo y darle vida esperándolo.
Colocó en nosotros el poeta al pueblo colgado de un barranco que todos tuvimos en la niñez y en la adolescencia: las formas de ser de ese pueblo, los característicos pobladores, la joven que sueña con el amor; el joven que desea salir de ahí, la desesperanza de un vacío que Dios sabe cuándo se llenará. Nunca imaginé el pueblo de la infancia en una ciudad agobiante y hostil en que se convirtió en la hora adulta.
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Y luego, “Aquellas Pequeñas Cosas”. Todos tenemos algunas que nos hablan desde la infancia; que recogimos y no olvidamos de nuestra adolescencia, de nuestra juventud, y creyendo que “las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón o en un papel o en un cajón...”. Están ahí, al abrir un libro y toparse con una línea compartida con alguien; una broma en común y única, que se fue para no volver, pues sólo un par de sonrisas la compartían; el estallido de las flores en primavera y la canción de otoño. Las pequeñas cosas que nos cantó Serrat permanecen ocultas en nuestras almas, y con estas se irán en el último suspiro.
A Serrat, gracias por todo ello, y felicidades por el merecido Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024 a que se ha hecho acreedor. ¡Enhorabuena!