Las desventajas de una educación de élite
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¿De qué servía estudiar en Harvard, si no era para poder acercarme a la gente que más necesitaba de que las personas preparadas para resolver los problemas más complejos de nuestras sociedades, lo hicieran junto con ellas?
Cuando leí por primera vez el artículo Las desventajas de una educación de élite, escrito por William Deresiewicz y publicado en The American Scholar el 1 de junio de 2008, justo me encontraba iniciando mi posgrado en Harvard, mi educación “de élite”.
En él, Deresiewicz narra cómo se dio cuenta de que el camino que había emprendido para obtener la prestigiosa educación de la que gozó, le había alejado de la realidad de la mayoría de las personas en su país. Notó, a sus 35 años, que, esperando a que un plomero reparara una tubería en su cocina, no tenía idea de cómo iniciar o mantener una conversación con él. Después de 14 años y varios grados académicos de instituciones prestigiosas, no sabía cómo hablar con este hombre. Podía tener conversaciones con personas de otras culturas y en otros idiomas sobre temas académicos relevantes, pero no podía hablar con el hombre común.
Cuando terminé el texto, algo muy profundo resonó en mí y me llenó de preocupación: ¿De qué servía estudiar en Harvard, si no era para poder acercarme a la gente que más necesitaba de que las personas preparadas para resolver los problemas más complejos de nuestras sociedades, lo hicieran junto con ellas? ¿De qué servía el carísimo título que confería un grado académico, colgado en el muro de una oficina, si esa inversión no era para respaldar la voz de nuestro pueblo?
Desde ese momento comencé a cuestionar de manera mucho más dura y crítica la manera en que invertimos en la educación pública, y también, en educación privada, aquellas personas que tenemos el privilegio de poder hacerlo.
Las universidades más prestigiosas en todo el mundo, como también en nuestro país, han perdido el foco sobre lo que realmente importa: “¿Cómo ayudamos a formar personas que nos ayuden a avanzar hacia sociedades más justas, prósperas, armoniosas?”.
Hoy contamos con más profesionales que nunca, con formación en las mejores universidades del mundo, que se encuentran abismalmente en desconexión con la realidad de la mayoría de las personas que cohabitan este planeta.
En este mundo de profesionales ¿Qué tan desconectados estamos de la realidad de la mayoría de las personas, que nos parece más relevante educarles en que el PIB debe crecer al 4% anual, que tratar de entender por qué dependen de un subsidio de gobierno para poder comer? ¿Y qué tanto de esta desconexión se forma y se fortalece en esas instituciones que nos hacen sentir especiales porque nos preparan con conocimientos y herramientas que la mayoría de la población no tienen a su alcance?
Y eso es lo que más me preocupa, que estemos convirtiendo a nuestras universidades en herramientas de desconexión, más que en vínculos útiles para proveer soluciones para todas las personas, especialmente para aquellas sin acceso a estos conocimientos y herramientas. Las universidades de élite lo son en gran medida porque son elitistas.
En un mundo en el que los centros que concentraban conocimientos de forma cerrada, como las universidades más exclusivas, están perdiendo ese poder de concentración. Uno en el que el conocimiento cada vez se democratiza más y provee a más personas de mayor autonomía en su formación profesional ¿Por qué habríamos de mantener en pedestales a instituciones que están fracasando notablemente en popularizar y democratizar sus causas? ¿Por qué seguir subsidiando a quienes se dedican a formar a las élites y a precarizar a las personas más desventajadas?
Personas que me conocieron de hace muchos años, piensan que mi experiencia en Harvard me cambió, y tienen razón, tal vez no de la manera en la que cambia a la mayoría de personas que estudian en instituciones de élite. Para mí, esa evidente desconexión entre la realidad de la comunidad de la universidad más prestigiosa del mundo, y la de las personas cuyo acceso a estas comunidades está altamente restringida, reformó mi manera de entender la educación, y mi propósito en ella.