‘Los poetas no tienen biografía’

Opinión
/ 7 junio 2023
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León Felipe, en el prólogo de su polémica traducción de “Canto a mí mismo” de Walt Whitman (versión que, confieso, disfruté mucho) escribe a manera de poema: “Los poetas no tienen biografía, tienen destino. Y el destino no se narra, se canta”. A pesar de esta frase impactante y solemne, a mí me gusta pensar que los poetas sí tienen biografías. Con los años, leerlas se ha convertido en una de mis aficiones más queridas. Justo en las últimas semanas pasé por el “Retrato hablado de Arthur Rimbaud” de Michel Butor, “Gabriela Mistral, en fuego y agua dibujada” de Sara Sefchovich, los “Nueve maestros ingleses” del fabuloso André Maurois y “Vida y obra de Fernando Pessoa” de João Gaspar Simões. Hay tantos estilos para contar una vida como vidas mismas. Está el biógrafo infumable que intenta “poetizar” su relato con frases pomposas y de poca sustancia; por otro lado, habita la estirpe académica de quienes llenan cientos de cuartillas con pequeñísimas y cargadas notas al pie; y la obra que promete biografía y al final resulta una novela o simplemente puro cuento. Pero volvamos a la idea de León Felipe: ¿la biografía de un poeta es su propia poesía?

En el libro de Sefchovich aparece una cita de Octavio Paz, quien dice que ninguna obra escapa a la biografía del autor y ningún autor escapa a su circunstancia. Vida y obra se estudian de la mano. Curiosamente, fue un libro de Paz el que me llevó a reflexionar sobre la naturaleza de las biografías de poetas. Se trata de “Cuarenta años de escribir poesía”, conferencias inéditas, hasta entonces, que el escritor impartió en El Colegio Nacional en 1975. En esa época ya era un autor maduro y consolidado. A través de sus palabras, lo vemos de niño leer a Arthur Conan Doyle y Julio Verne. Luego conocemos al joven que dio grandes tropiezos en los versos de su primer poemario. Cada poema evoca una anécdota, una lectura o un encuentro. Aunque Paz no dejó una autobiografía como tal, me atrevo a decir que este libro se acerca un poco a serlo. Al menos es un ejercicio de historiar una parte de su vida marcada duramente por los claroscuros, que ahora lo han condenado a la cancelación. Otra biografía “involuntaria”, por llamarle de alguna forma, podría ser “La respuesta a Sor Filotea” de Sor Juana Inés de la Cruz. La carta era en realidad una autodefensa, pero al mismo tiempo nos regala un invaluable testimonio biográfico de la monja jerónima.

Existen, también, los acercamientos a la biografía desde una fascinación personal, como es el caso de Stefan Zweig con su libro “La lucha contra el demonio”, en el que retrata a Hölderlin, Kleist y Nietzsche, tres grandes voces líricas en lengua alemana. Este volumen pretendía ser la segunda parte de la serie “Los constructores del mundo, Tipología del espíritu” (en la primera habló de Balzac, Dickens y Dostoievski). Zweig propone a estos autores en triadas siguiendo el ejemplo de Plutarco y sus “Vidas Paralelas”, en donde presenta las biografías de griegos y romanos para analizar desde el contraste. Zweig explica: “Así como las fórmulas empobrecen, la comparación enriquece, pues realza los valores, dando una serie de reflejos que, alrededor de las figuras, forman como un marco de profundidad en el espacio”.

La variedad de biografías de poetas es interminable. Pienso en los desesperados apuntes autoficcionales de Marina Tsvietáieva o en la novela “La campana de Cristal” de Sylvia Plath, mucho más cercana a la realidad que a la ficción; en la asombrosa antología de malditos que hizo Paul Verlaine, donde él se rebautiza como “Pauvre Lelian” (Pobre Lelián); en los heterónimos de Fernando Pessoa, quien supo ser bajo la máscara. Este último poeta tenía más clara la relación entre vida y escritura. Con la firma de Alberto Caeiro nos dice: “Si después de que yo muera quieren escribir mi biografía, / no hay nada más sencillo. / Hay sólo dos fechas; la de mi nacimiento y la de mi muerte. / Entre una y otra, todos los días son míos”.

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