Los sueños, sueños no son

Opinión
/ 10 febrero 2025

El film me trajo a la memoria a algunos hipnotizadores que hace muchos años vinieron a Saltillo, cuando eso del hipnotismo estaba muy de moda

Ayer vi, cine en pantuflas, una película antigüita: “El Hipnotizador”. El film me trajo a la memoria a algunos hipnotizadores que hace muchos años vinieron a Saltillo, cuando eso del hipnotismo estaba muy de moda.

El primero que recuerdo fue un tal Fassman. Se hacía llamar “El Hombre Demonio”. Salía a escena todo de negro hasta los pies vestido, con una capa de seda roja en forma de alas de murciélago que ciertamente le daba traza demoníaca. Decía que no era hipnotizador. Eso del hipnotismo lo dejaba a los charlatanes. Él era “mesmerizador”; seguía las enseñanzas de su maestro Mesmer, cuyo nombre citaba con la unción con que un creyente pronuncia el santo nombre del Señor.

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Ahora sé que el tal Mesmer −Friedrich Anton− fue un médico vienés. Amigo de músicos, trató de cerca a Gluck. En su casa se estrenó la ópera “Bastián y Bastiana”, nada menos que de Mozart. Ese Mesmer enseñaba que todas las cosas del universo están sujetas a un orden derivado de la atracción que los astros ejercen unos sobre otros. Llamó a esa fuerza “magnetismo”, y estudió los efectos que tiene en los humanos. Se dio a sí mismo el título de “magnetizador”. Sus colegas médicos lo obligaron a salir de Viena, y fue a dar a París. Ahí presentó sus experimentos ante una especie de jurado cuyos miembros lo descalificaron y llamaron loco. De ese sínodo formaron parte Lavoisier, Benjamin Franklin y el doctor Joseph Guillotin, inventor del instrumento de muerte que llevó su nombre y que luego lo mató a él.

Cuando aquel Fassman que digo se presentó aquí, en el Cine Royal, hipnotizó −perdón: mesmerizó− a un individuo al que hizo llorar con llanto de bebé. Un tipo del público gritó: “¡Es palero!”. El Hombre Demonio fijó en él la mirada, y luego le ordenó que subiera al escenario. El hombre obedeció con pasos de sonámbulo. Fassman le dijo que el bebé estaba llorando porque tenía hambre, y que él era su mamá. Entonces el tipo se desabrochó la camisa, se sacó un pecho y empezó a amamantar al hijo que nada más él veía.

Otro hipnotizador que nos visitó fue el Profesor Alba. Éste actuó en el Cine Saltillo, entonces llamado Teatro Obrero. Hipnotizó a tres señores del público, entre ellos un médico muy conocido. Les dijo que estaban en una cantina, y les preguntó: “¿Qué van a tomar?”. Contestó el primero: “Un whisky”. Pidió el segundo: “Una cuba”. “Y usted ¿qué quiere? −le preguntó el hipnotizador al tercero−. Como entre sueños respondió el doctor: “Quiero ser Presidente Municipal”. Nunca logró su intento.

Tiempo después, cuando era yo director del Ateneo Fuente glorioso, pensé que un hipnotizador que por esos días vino a Saltillo, Taurus do Brasil, podía enseñarles algo a los muchachos acerca de las infinitas posibilidades de la mente. Le pedí que diera en el Paraninfo una demostración de su ciencia. A la función asistieron alumnos y maestros, entre ellos una profesora ya de cierta edad. Señorita de las de antes, parecía monja por los severos vestidos que acostumbraba usar. Hablaba siempre en voz baja y con los ojos puestos en el suelo. Era la imagen viva de la modestia, el recato y la virtud.

No tardó en caer la dicha señorita bajo el influjo hipnótico de Taurus. La hizo subir al foro con un pequeño grupo de muchachas y muchachos. Les dijo que se hallaban en una fiesta, y que todos estaban bebiendo licor. “¿Cómo se sienten?” −les preguntó−. Dijo una muchachita: “Estoy muy contenta”. Declaró un alumno: “Me siento feliz”. Y manifestó la virtuosa maestra: “¡Yo ya ando bien peda!”.

No cabe duda: la mente tiene cosas raras que usualmente no salen a la luz. Es mejor no moverle.

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