Los supremacistas

Opinión
/ 31 octubre 2024

Supremacía es una palabra complicada.

No se puede utilizar ya sin que resuenen los ecos del fascismo. De hecho, su adjetivo derivado, supremacista, es un calificativo muy poco elogioso, reservado para los peores ejemplares de ser humano que podamos toparnos en la vida.

El término supremacía ni siquiera está emparentado con la gloria que confiere el triunfo, digamos, en una civilizada contienda deportiva.

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No, supremacía significa aplastar, aniquilar no a un adversario, sino a todo aquel que ose ser diferente, al que no pertenece, al que piense distinto.

Supremacía es el término que eligen quienes aún creen que existen distintas razas humanas −¡y peor aún!−, que algunas son mejores que las otras.

Se habla de “supremacía blanca”, por ejemplo, y de inmediato sabemos que se trata de gente peligrosa a la que es mejor evitar y bajo ninguna circunstancia votar.

Supremacía es una buena palabra que tuvo mala suerte, porque en su devenir histórico se la apropiaron siempre las peores ideologías.

Yo no sé en qué rayos pensaban los siervos del partido oficial que pastorean al resto del rebaño legislativo, cuando decidieron impulsar una reforma de “supremacía constitucional”.

Y es que nada les costaba, aunque promovieran la misma reforma exacta, haberla nombrado con un título más... no sé... digamos... menos... ¡supremacista!

Me recuerda mucho cierto segmento cómico (“sketch” que se dice en el argot de la telecomedia) en el que un oficial nazi repara en las insignias de su uniforme que tiene forma de calaveras. Y muy consternado le pregunta a otro oficial: “¿Por qué usamos calaveras? ¿Acaso nosotros somos los malos?”.

Quizás y por no dejar, tal vez, podría la moreniza cuatrotera formularse esa misma pregunta introspectiva, cada vez que el “hociquiurs” se les desborda de orgullo al hablar de la tal Supremacía:

“¿No seremos de pura casualidad nosotros los malos, los rufianes de esta historia?”.

¿Qué les costaba haber sido un poco más modestos y honrar la tradición impuesta por el tlatoani emérito, de ponerle nombres pinches a sus ocurrencias?

“La Reforma para Quitarle lo Mañoso al Poder Judicial... del Bienestar” (el remate “del bienestar” es obligadísimo; es a la 4T lo que “de la Sierra”, “de Tijuana” o “de Durango” es a los nombres de música horrible y buchona).

Le repito, ni siquiera estoy pidiendo por hoy que reconsiderasen un sólo párrafo o enunciado de su mamotreto. A estas alturas ya me conformaba con que no se hubieran descarado de esa manera, ondeando la bandera de una supremacía ideológica bajo la cual, desde luego, no es posible ni el diálogo ni el disenso, tampoco la posibilidad de revisar nada, mucho menos de rectificar.

¡Vamos! Que se les agradece la honestidad, pero... ¿es en serio? ¿Supremacía? ¿No había de veras, de veras, de veritas, me lo juritas, otra palabra mejor?

¡Dale pues! ¡Que sea supremacía ‘entons’!

Como buenos supremacistas (y esta parece ser una constante en todas sus variantes), los de la 4T son muy valientes a la hora de ladrar en bola, de soltar diatribas, de largar consignas y de apabullar a gritos a cualquiera que trate de interpelarlos. Pero cuando de cometer sus fechorías se trata, prefieren la oscuridad, la discreción, una operación expedita y, de ser posible, anónima. Como los orgullosos supremacistas del KKK, que al amparo de la noche y con capucha, hacen su labor persuasiva.

A los supremacistas del bienestar les gusta dar el albazo, pegar el madruguete, agarrar a la de por sí escasa, torpe e incompetente oposición fuera de lugar para que su proyecto supremacista se apruebe “ipso-chingam” sin mayores incidentes ni cuestionamientos.

Y no olvidemos el papel que en todo esto juegan los “yunes”, refiriéndome por este infame apellido ya no a la infame y jarocha mancuerna legislativa padre-hijo, sino empleándolo ya como mote genérico para esos que desde su curul faltan a su palabra y traicionan a sus votantes.

La porra le manda un saludo a la senadora priista (hoy expriista) Cynthia López Castro, por haber inasistido a la votación de esta reforma, pero sobre todo por haber ofrecido la excusa más genérica posible y más pendeja del mundo:

¿Tuvo un día muy pesado? ¿Ay, en serio? ¿Se le bajó la presión y no había coquita cerca? ¡Ay no, pobre! ¿De veras no tenía el celular a mano? ¡No hay duda de que Diosito le da sus peores batallas a sus guerreras más hipócritas! ¡Mustia!

Esos son los nombres que debemos recordar la próxima vez que anden ahí mendigando el voto. Porque va a suceder, quizás bajo los colores del partido oficial, pero de que vuelven estos caraduras, siempre vuelven.

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De esperanza de México a Transformación. Ahora resulta que estamos en pos de una supuesta supremacía. ¿De qué? Sólo que sea de sus particulares intereses, porque ideología no tienen ninguna, como no sea una colección de frases huecas para repetir ad nauseam.

¿Supremacía? ¿Acaso no saben cómo han terminado todos aquellos experimentos sociales en los que se trató de imponer una visión única y suprema de lo que es el gobierno, el ejercicio del poder, la relación estado-ciudadanos?

Les recuerdo, todas sin excepción −de derecha o de izquierda− tronaron y bastante pronto por cierto. Claro, no sin antes convertir el jardín donde florecieron en una enorme letrina a cielo abierto.

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