Saltillo: Del clima y otras conversaciones

Opinión
/ 17 abril 2025

Yo oí decir a mi padre alguna vez que en determinados años había en la sierra tal abundancia de venados que algunos llegaban a beber en las acequias de las calles de la ciudad

¿Cómo era en otros tiempos el clima de nuestra ciudad? El doctor J.W. Wardsworth vivió en Saltillo en el antepasado siglo, y tuvo el buen cuidado de hacer algunas observaciones muy metódicas que anotó y que han llegado hasta nosotros. Hablando del clima saltillero en esos años −1878 a 1880− dice el doctor Wardsworth lo siguiente:

“El clima es seco y sano, no tiene igual en este continente. Los meses más calurosos no son julio y agosto, sino mayo y junio. Los aguaceros comienzan en junio, cayendo copiosamente por una o dos horas en las tardes, lavan las calles, reducen la temperatura y refrescan la atmósfera después de ellos”.

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Aun en los meses de más calor, registra el acucioso observador, el termómetro no pasaba jamás de 30 grados. Las lluvias eran abundantes. En 1878 el doctor Wardsworth registró, en junio, 17 días de lluvia; en julio, 22; en agosto, 11 y en septiembre, 10.

Las tales lluvias explican quizá la abundancia de aguas que había en el valle, cuyos ricos manantiales bastaban muy sobradamente no sólo para satisfacer las necesidades de los habitantes del lugar, sino para proveer a las de una agricultura floreciente. Dice don Esteban L. Portillo en su ubérrimo

“Anuario Coahuilense”: “Existe en la ciudad el vertiente conocido con el nombre de ‘el Ojo de Agua principal’, situado en una de las colonias más elevadas que tenemos al Sur de la ciudad, pues se halla a 60 metros de altura sobre el nivel de la fuente que existe en la Plaza de la Independencia. La descarga que tienen sus aguas en 24 horas es de 1,600 metros cúbicos. La potencia de esta agua al hacer su descarga en la fuente de la plaza es de 300 caballos. Este ojo de agua es interesante, no solamente por el rico manantial de agua dulce que posee, sino también como punto histórico por ser ésta la causa principal que decidió a los primeros pobladores a fundar la ciudad que en la actualidad habitamos”.

La misma abundancia de aguas debe haber habido en toda la extensión del municipio, pues éste era rico en haciendas y ranchos. De las primeras, tienen especial resonancia los nombres de Aguanueva, Buenavista, El Chiflón, Derramadero, Encantada, Los Muchachos, San Juan de la Vaquería, Los González, Los Rodríguez y Los Valdez. Entre los ranchos, quedan aún los nombres de El Álamo, Las Varas, Rancho de Peña, El Sauz y Rancho Nuevo. En esas haciendas y esos ranchos se cultivaban desde luego el maíz, el trigo y el frijol, pero también se sembraba cebada, garbanzo y, dice el mismo don Esteban, alpiste, anís, comino, mostaza y chía. Recordemos que, en especial las tierras del Valle de las Labores, es decir La Capellanía, Ramos Arizpe, eran pródigas en hortalizas. Asombrado, el padre Morfi declaró que repollos y coles como las que él había visto ahí, no se daban en ninguna otra parte de la América.

Las sierras vecinas eran abundantes en flora y fauna. “Las partes montañosas de este municipio −dice Portillo− están pobladas de madera”. Había en ellas, y en las planicies, oso, venado, berrendo, pumas, coyote y liebre. Yo oí decir a mi padre alguna vez que en determinados años había en la sierra tal abundancia de venados que algunos llegaban a beber en las acequias de las calles de la ciudad.

¡Qué tiempos! Y ¡qué clima!

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