Los títulos suenan: cuando la literatura dialoga con la música (I)
Preludio, fuga, suite, estudio, sonata, sonatina, toccata, nocturno, scherzo, etc., son algunos títulos de formas estructurales en la música para piano- así como de otros instrumentos- que, para el pianista principiante, son intimidantes y farragosos (para mí lo fueron, en su momento). Tuve la suerte de contar con maestros que se deshicieron en explicaciones para orientarme en el selvático mundo de la música.
El símil es muy aproximado, al menos en mi propia experiencia, dado el apabullante repertorio al que está expuesto el nobel intérprete. Sin embargo, los títulos con el aroma de la literatura embriagan a los compositores desde tiempos inmemoriales. Valga un par de ejemplos memorables.
Johann Kuhnau (1660-1722), compositor, teórico, hábil organista y clavecinista alemán, predecesor del inigualable Bach, y considerado como uno de los primeros compositores que, gracias a su exuberante imaginación, prefiguró el boom de la música programática que delineó el siglo XIX, al componer un ciclo de piezas de imaginación inusitada, vea usted que no exagero: Frische Clavier Früchte, oder Sieben Sonaten, que traducido a nuestro excelso español diría: Frutos frescos para el teclado, o siete sonatas (1696).
Cuatro años después (1700), publicaría un grupo de piezas descriptivas bajo el título (evito el cacofónico alemán) sugestivo de “Seis representaciones musicales de algunas historias bíblicas”. Cabe mencionar que el instrumento utilizado por Kuhnau en ambos ciclos fue el clavecín, ya que el piano no aparecía todavía en el escenario musical (pero cuando lo hizo transfiguró el pensamiento e imaginación musicales).
Las Sonatas bíblicas (Biblische Sonaten) de Kuhnau anticipan la música programática que abundó en el siglo XIX con los compositores eslavos, principalmente, como los protagonistas de la emblemática corriente musical. Las piezas describen escenas representativas de los relatos bíblicos más conocidos, tal como el del enfrentamiento entre el joven David y el filisteo Goliath. La música de este episodio bíblico inscrito en el Antiguo Testamento (1 Samuel 17) es una alegoría muy bien lograda del lenguaje musical en los albores del siglo XVIII, así como una novedosa herramienta hermenéutica para interpretar los escabrosos episodios veterotestamentarios. Con figuraciones rítmicas repetitivas que imitan la atmósfera bélica entre el pueblo hebreo y el de los incircuncisos filisteos, Kuhnau hace gala de una encendida imaginación que se adelanta a su tiempo.
Sin abandonar el siglo XVII, pero en la Francia de Luis XIV, aparece la figura emblemática del genio François Couperin (1668-1733), el miembro más ilustre de una dinástica familia de músicos, muy parecida a la de los Bach en la Turingia alemana. Este organista y clavecinista, que contribuyó a un aceleramiento en la evolución de la técnica de los teclados de ese entonces, fue un portento de imaginación a la hora de titular sus piezas. La más conocida, interpretada y grabada de éstas, Les barricades mystérieuses (Las barricadas misteriosas), es una pieza exquisita compuesta para clavecín en el año de 1717 en el molde del Rondeau (Rondó).
El título sigue siendo un misterio hoy en día. Las interpretaciones de dicho título van de lo simplista a lo más estrambótico. Couperin no dejó alguna explicación al pie de página, ni algún epígrafe que nos concediera alguna pista o certeza de semejante título, ingenioso y digno del encabezado de un cuento o poema. Lo cierto es que la estructura, entramado melódico y contrapuntístico se aproxima a la disquisición filosófica y a la prosa de un episodio existencial. La repetición del tema y las variaciones crean un suspenso sostenido en los racimos armónicos que se distiende cada vez que retorna al tema. Se me antoja pensar que el título es una metáfora del afán de traspasar límites (cognitivos, religiosos, emocionales, amorosos, etc., barricadas al fin de cuentas) que conducen a parcelas ignotas, variaciones no determinantes, pero que por alguna razón inexplicable no es posible concluir, por lo que se vuelve al lugar conocido y seguro, como una reafirmación que nos da certeza.
CODA
“El título de una obra es un género en sí mismo” Julián Herbert.