Luis Buñuel, el difícil amor de Jeanne Rucar
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Luis Buñuel era, para mí, uno de esos nombres grandes que se leen a la par de otros como Salvador Dalí o Federico García Lorca. Recuerdo cómo me impresionó la película “Los olvidados”. También el famosísimo corto de “El perro andaluz”. Pero luego de la lectura de las “Memorias de una mujer sin piano”, su figura me parece inquietante e incómoda. En este pequeño libro, Jeanne Rucar de Buñuel, pareja del cineasta por 58 años, cuenta cómo era la vida con él. A pesar del tono amoroso con el que recuerda a su marido, la Jeanne de 82 años alzó la voz. Lo retrata como un hombre profundamente celoso. Le prohibió dedicarse a la gimnasia porque “enseñaba mucho las piernas” (Jeanne fue medallista olímpica). Le prohibió seguir con sus clases de piano (porque el maestro era bien parecido). Le prohibió conocer a muchos de sus amigos (para que no se enamoraran de ella). Le prohibió que tuviera visitas en la casa (porque “invaden mi privacidad”). Le prohibió hablar de política (porque unos artistas pensaron que las ideas de Jeanne eran interesantes). Pero también tuvo buenos momentos como novio o padre amoroso.
Las “Memorias” fueron escritas con la ayuda de Marisol Martín del Campo, porque la viuda de Buñuel estaba ciega. Desde el prólogo, la escritora nos advierte que en esta historia hay dos Luises: el público como cineasta vanguardista, moderno y atrevido; y el segundo como hombre casado por lo civil, sumamente estricto con su familia. El libro está dividido en capítulos que resumen ciertas épocas en la vida de Jeanne, desde que nació, su infancia en medio de la Primera Guerra Mundial, su juventud y matrimonio con Buñuel. Hay una anécdota escalofriante con la que inicia la aparición del cineasta en el relato (y en la vida de Jeanne). Lo pondré en párrafo aparte.
Cuenta Rucar: “Como ya dije, al salir de las clases de anatomía nos gustaba visitar a Joaquín Peinado en su estudio. Una tarde nos presentaron a Hernando Viñes, también pintor, y a Luis Buñuel, recién llegado de París. Luis se puso muy contento al ver a tres jovencitas en el estudio. Pensó que éramos putas (...). En seguida llamó aparte a Joaquín y le propuso en voz baja: ―Tengo unas pastillas que se disuelven en vino y excitan a las mujeres. Vamos a darles. Joaquín se indignó: ―Estas chicas son unas señoritas respetables, hijas de familia”. Confieso que me costó trabajo leer esto, porque Rucar no lo relata en forma acusatoria, o al menos no aparentemente. Lo que más me sorprendió fue comprobar la veracidad de la anécdota narrada por el mismo Luis Buñuel en su autobiografía titulada “Mi último suspiro” (dedicada a su esposa). A continuación, transcribo sus palabras.
“Inmediatamente, se me ocurrió una idea maquiavélica —pero, en el fondo, muy ingenua— para ganarnos a las tres muchachas. En Zaragoza, un teniente de Caballería me había hablado hacía poco de un afrodisíaco potentísimo, el clorhidrato de yohimbina, capaz de vencer la más terca resistencia. Yo expuse la idea a Peinado y a Viñes: invitábamos a las tres chicas, les ofrecíamos champaña y les echábamos en la copa unas gotas de clorhidrato de yohimbina. Yo creía sinceramente en la viabilidad del plan. Pero Hernando Viñes me respondió que él era católico y que nunca tomaría parte en una canallada semejante”.
El libro de Jeanne no es una narración amarillista ni rencorosa, pero deja entrever otra faceta de Buñuel como un hombre inseguro. A la par de estas acciones, Rucar relata otros momentos más luminosos de su marido, como su triunfo en el cine y el cambio de vida que esto les trajo a los dos. Cuando le preguntaron por qué quiso sacar un libro, contestó: “Para imitar a Luis. ¿Por qué no he de contar, yo también, mi vida?”. Al leer las “Memorias de una mujer sin piano” vemos que Jeanne fue una artista y que, como su esposo Buñuel y cualquier ser humano, no pudo escapar de la contradicción. Resulta un testimonio fuerte y a la vez conmovedor, porque al final, el silencio no la venció.
“Fui una joven osada por casarme con Luis. Era brusco, no me hablaba de sus películas o de sus intereses, nunca le pregunté, sabía que no obtendría respuesta. No me arrepiento, fui feliz con él”. -Jeanne Rucar.