Memoria de lectura, una travesía en solitario
Este año leí pocos libros. Aunque no soy un ferviente contabilizador de mis lecturas, sí me tomo en serio el tiempo que dedico a cada uno de ellos. La velocidad de lectura ya no es un acicate como lo fue en su momento cuando era estudiante de la licenciatura en letras españolas: leer tres o cuatro libros a la vez para entregar un ensayo de cada uno de ellos en un lapso de una semana o menos.
La lectura de un libro debe ser, pienso yo, escandida con mesura: leer es un periplo sin retorno, va en una sola dirección. Cada uno vive su experiencia de lectura con la individualidad y el sentido de liturgia que construye alrededor de ese acto de imaginación. He caído una y otra vez en el extraño ejercicio de comparar la lectura de una partitura con la lectura de un texto literario.
Figúrese usted que una novela puede ser comparada con una sinfonía o un poema sinfónico, dadas las dimensiones colosales de ellas. Un cuento podría equipararse con un preludio o un scherzo, gracias a la extensión constreñida de estas estructuras. Un poema en verso libre podría hermanarse con una balada o una rapsodia. Forzada o no, esta medida no deja de ser un ejercicio lúdico e ingenioso, elementos indispensables para que la lectura devenga experiencia estética.
Los maestros consumados en la narración musical fueron, sin duda, Schumann y Liszt, en el siglo XIX; en los albores del siglo XX, Ravel, Debussy y el excéntrico Satie, al igual que Richard Strauss, Camille Saint-Saëns y Mahler, entre otros. Muchas de sus piezas derivaron de las lecturas depuradas de los textos que leyeron.
Pero la experiencia literaria no es exclusiva de los compositores, también los intérpretes (esos músicos que Octavio Paz desdeñó en vida) son consumados lectores que se han valido de la literatura tanto para enriquecer su interpretación como para apuntalar su enseñanza. Ejemplos los hay en abundancia, pero sobresalen Claudio Arrau, Alfred Brendel, András Schiff y Nikolaus Harnoncourt, eruditos no solo en el arte de reinterpretar con sapiencia sino, también, sabios en sazonar su enseñanza con su experiencia literaria. Todos estos músicos supieron hermanar estas dos vertientes del arte: la música y la literatura.
Llego a este punto del Atril y caigo en la cuenta de que mi propósito era compartir algunas de mis lecturas realizadas en este año feneciente. He aquí algunas: Al sur de la literatura. Mi breve atlas, de Eugenia Flores Soria. Un delicioso periplo literario en el que se aprecia el gusto refinado y vasta visión de Flores Soria. En aforísticos ensayos de prosa ágil, erudita e inventiva, resume la vida y obra, tanto de escritoras olvidadas como de autores consagrados; Los habitantes del libro, de Lobsang Castañeda. Un breve libro sobre libros que desciende directamente de los ensayos de Walter Benjamin sobre bibliotecas. En sus páginas transitan bibliólatras, librofílicos, bibliótafos, bibliocleptos, esticomantes, prologuistas, bibliopeas, correctores, antólogos y muchos otros habitantes de nombres fantásticos; El juego del arte, de Hugo Hiriart. Un tratado de estética, un ensayo lúcido sobre el tema de la imaginación. La erudición desplegada en sus páginas se dosifica en breves capítulos que abordan las artes plásticas, la literatura y la música en un registro amplio; Cuentos completos, de Jesús Gardea. Odontólogo de profesión, Gardea es un escritor señero, silencioso, que publicó su primer libro a los cuarenta años (como Brahms su primera sinfonía), ganador del premio Xavier Villaurrutia con su libro de cuentos Septiembre y los otros días. Su obra está preñada de una sensibilidad visual, semejante a la de un pintor; su hijo Iván la denominó “La escuela de la mirada”; La sombra del mamut, de Fabio Morábito. Otro escritor laureado con el premio Xavier Villaurrutia. En este último libro de cuentos, Morábito registra un tono radical, en el que la imaginación no es privativa de la una mente ágil, sino que ésta se despliega en el mundo azaroso de la realidad. Su prosa es sencilla, contundente.
CODA
“Déjennos ustedes solos y sin libros y enseguida nos haremos un lío, nos extraviaremos”. Dostoievski.