Mirador 10/05/2023
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Mi señora −¡ah, mi señora!− dice que soy muy sensible.
Mis amigos −¡ah, los amigos!− dicen que soy muy sensiblero.
No sé. El caso es que ayer busqué un clavel blanco y no lo hallé.
En mi jardín hay un tiesto de claveles, pero son rojos como los sevillanos a los que cantó Lara. En la florería a la que fui a buscar el clavel blanco me dijeron que los claveles ya no están de moda.
Y ¿para qué quería yo ese clavel? Aquí viene lo de sensible, sensiblero o las dos cosas. Sucede que en mi ciudad había una costumbre de pasados tiempos. El 10 de mayo las personas cuya madre vivía aún llevaban en el pecho o la solapa un clavel rojo. Quienes la habían perdido lo llevaban blanco. Yo quise ponerme hoy un clavel blanco, pero no lo hallé.
Me entristecí al principio, lo confieso. Me habría gustado revivir aquel rito de mi infancia y juventud. Pero luego pensé que una madre nunca muere. Está viva siempre en el recuerdo, como una siempreviva. (He ahí lo sensiblero). Corté entonces un clavel rojo de los de mi jardín y me lo puse al pecho. Supe entonces que mi mamá está conmigo todavía. (He aquí lo sensible).
¡Hasta mañana!...