Mirador 21/12/23

Opinión
/ 21 diciembre 2023

Cuadros plásticos, se llamaban.

Las muchachitas del Colegio Saltillense, el de mayor prosapia en mi ciudad, Saltillo, eran la Virgen, San José –a una de ellas le ponían barba, lo mismo que a las que representaban a los pastores y los Reyes Magos–, y otras con cara de ángeles la hacían de ángeles.

En un aparador de la Ferretería Sieber posaban inmóviles durante tres minutos figurando un Nacimiento, mientras la gente las contemplaba con devoción. Se corría luego una cortina, y las niñas descansaban hasta su nueva aparición. Y así durante una hora.

Todo Saltillo iba a ver aquellos cuadros plásticos, indispensable parte de la Navidad, lo mismo que el trenecito Lionel que en otro escaparate de la ferretería daba vueltas y vueltas ante la admiración –y la escondida ilusión– de los niños que no podíamos esperar que ni Santa, ni el Niño Dios ni los Reyes nos trajeran jamás ese tesoro que a nuestros amiguitos ricos, cosa extraña, sí les traían.

Ahora estoy mirando aquellos cuadros plásticos, y a las niñas que parecían ángeles. Muchas de ellas están ya en el Cielo, el lugar que les correspondía. Y el trenecito sigue dando vueltas en mi memoria. En él voy yo, eterno pasajero. Ya sé cuál es la próxima estación.

¡Hasta mañana!...

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