Montaña y silencio, una combinación asociada a la muerte

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El mundo ha mutado enormemente en los últimos años. Mutó a pasos de gigante. Imposible detener los cambios, en mi caso y juicio personal, ha mutado y cambiado en un 90 por ciento para mal. Pero, mi juicio crítico y negativo, tal vez sea intrascendente porque usted bien lo sabe, eso de “adaptarme”, acceder a las múltiples plataformas digitales en “tiempo real”, habitar el mundo virtual y su galimatías y demás sandeces, ni me va ni me viene y jamás me ha interesado.
Junto a un puñado de humanos, una tribu de escritores y periodistas de este abnegado país llamado México, estamos afiliados a algo sencillo y complicado, y lo defendemos a muerte: “la cultura de la resistencia”. Resistimos, sólo eso, y no vamos a cambiar. Resistimos. Este clan, este grupo, nos informamos, leemos, investigamos... para no cambiar. ¿Vacunas contra el maldito bicho chino? Era agua de radiador. Luego, se cambió por agua de horchata. Pero, dichas aguas inyectadas en la vena de los apocados humanos, no siempre funcionaron, es decir, no todos han muerto, como se quería. Por eso ahora se habla de interminables dosis nuevas de vacunas, es como las actualizaciones en su celular “inteligente”.
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La dictadura sanitaria marca a la letra que si no te moriste en su momento con tres dosis, ahora tienes que “reforzar” tu inmunidad, poniéndote dos o tres más... hasta que caigas como tabla y mueras. Como miles de humanos que mueren caminando al Oxxo, en un taxi, en un transporte colectivo, en un supermercado, en la fila de las tortillas. Mi tesis se ha cumplido: las vacunas desarrollaron o potenciaron extrañas enfermedades en todo mundo. Hace poco, un amigo entrañable, al cual aquí lo vamos a bautizar como Mr. RM, hombre culto, vegetariano y muy disciplinado y harto activo en sus trabajos, fue trepanado en un lugar de cuerpo de emergencia por una extraña dolencia que se hizo monstruosa y lo amenazaba.
Cuando Mr. RM me mandó vía mensaje corto el nombre de su enfermedad, aquello parecía más bien el nombre de un dinosaurio antediluviano. Ya luego me puntualizó qué era y su atroz padecimiento. Hoy está en franca recuperación. El hombre es mucho más joven a su servidor. Bueno, todo mundo es más joven a este escritor. Repito, es vegetariano y lleva una vida de familia ejemplar, casi monástica en sus fines de semana. Cuando le dije que se recuperara rápido para zamparnos un buen par de botellones de vino tinto (Chianti, mi preferido), a la par de un inmenso trozo de carne bien asada y, claro, par de digestivos y un postre de delicada estirpe (con miras a recuperar energía y brindar por la vida), todo ello con base en un aforismo puntilloso de Virginia Woolf: “Una buena comida es muy importante para una buena conversación”, mi amigo, Mr. RM, me regresó lo siguiente: “Maestro, lo que necesito es una montaña y silencio”.
Sin duda, harto respetable lo anterior. Y ante un mundo harto estresante y depresivo, el caminar en el silencio atronador de una montaña, amén de ser bello, es tal vez obligado. Pero en mi caso no es lo mío. ¿Por qué le vino semejante dilema de salud a mi amigo, fue su vida muy saludable, fue la falta de proteínas en su cuerpo, su dieta milimétrica y precisa? No lo sé. Él y nadie más lo sabe y sus doctores, los cuales hoy lo han rescatado de una afectación mayor.
ESQUINA-BAJAN
Montaña y silencio, gran combinación. Lo cual para mí y en este momento lo he asociado a la muerte. El morir. Es decir, ¿quiere usted una definición de estar muerto? Pues es algo poético, es estar sepultado en una montaña, en un monte, en un cerro y sí, estar rodeado de un silencio perpetuo. Lo dice la Biblia, en especial Juan: Dios, Jesucristo es palabra, es verbo ardiente. El silencio es la muerte, la mudez total y plena. Y eterna, claro.
Montaña y silencio, gran combinación. Prometeo, cuenta la mitología antigua, encolerizó contra el mismísimo Júpiter y fue hasta el cielo por el fuego, último elemento que les faltaba a los mortales para desarrollar una civilización. Este encendió una rama en las brasas del calor solar y entregó la llama al hombre. Júpiter envió a Pandora a la tierra para distribuir toda clase desgracias y calamidades. Encadenó a Prometeo en la cima del monte Cáucaso y le asignó a una voraz águila o pajarraco que le devoraba el hígado, reconstituido todas las mañanas.
Usted mejor que nadie lo sabe, el maestro Jesucristo fue crucificado en el Monte Calavera, de allí su perpetuo calvario. En un Monte, también usted lo sabe, Moisés recibió de Jehová las tablas de la Ley. La simbología del monte, de la montaña es obvia: subir al cielo, ascender de nuestra triste y precaria condición humana para acercarnos al creador. Los montes siempre se revisten de poder sagrado: Sinaí, Horeb, Tabor; el monte Carmelo, el Calvario. Los montes de Grecia, el famoso Capitolio.
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Dice la inconmensurable Virginia Woolf: “Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si uno ha comida mal”. Le creo. Mi amigo, luego de este tremendo aviso de salud, ¿dejará de comer pastura, flores, alpiste y agua, y se alimentará de un buen trozo de carne y pescado a las brasas bañado con un buen tinto? No lo sé, él tomará sus decisiones. Pero ha quedado zumbando el matrimonio de montaña y silencio.
LETRAS MINÚSCULAS
Sí, es “La subida al Monte Carmelo” de san Juan de la Cruz. Regresaré al tema con un tríptico.