Saltillo: Tiempo de gatos

Opinión
/ 2 julio 2025

En el libro ‘Incensario’, de Otilio González, aparece por primera vez un extraño poema de tema inusitado: ‘Los Amores de los Gatos’. En él describe el poeta el amoroso encuentro de gatos y gatas en la nupcial alcoba de las azoteas

Desde niño oí hablar de Otilio González. En una antigua casa de la calle de Hidalgo al sur vivía aún su madre, y con ella la hermana del poeta, Gudelia, y su menor hermano, Héctor. Ahí se hablaba del querido muerto como de un ser amado que andaba en largo viaje, pero que cualquier día iba a regresar.

La leyenda aureolaba el recuerdo del bardo caído en flor de edad en la bárbara matanza de Huitzilac ordenada por Álvaro Obregón. Yo escuché un relato que me estremeció: por uno de esos sombríos azares de la vida −o de la muerte− el hijo del poeta llevaba el mismo nombre que el del sicario que le quitó la vida. Inmediatamente, al terminar el sepelio del difunto, su viuda fue a tramitar el cambio de nombre para su hijo. Le puso otro, y prohibió que en su casa se mencionara el nombre que antes se decía con amor y ahora tenía resonancias de odio.

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En el libro “Incensario”, de Otilio González, aparece por primera vez un extraño poema de tema inusitado: “Los Amores de los Gatos”. En él describe el poeta el amoroso encuentro de gatos y gatas en la nupcial alcoba de las azoteas. El asunto, y lo descriptivo de los versos, deben haber hecho enarcar las cejas a más de algún purista de la moral o de la estética.

*

“...Los bravos, los fuertes, los machos zahareños,

triunfantes y altivos alzan la cabeza;

ellos son los dueños

de las tiernas hembras por cuya guapeza

jugaron la vida con ardiente celo

bajo la indecisa claridad del cielo...

*

Por eso en arrimo de amores fogosos

les tocan las ancas redondas y henchidas,

los flancos felposos;

les peinan el cuello con tibias lamidas,

es rascan el vientre acariciadores,

y ellos y ellas tiemblan con vagos temblores...

*

Mimosas y quietas consienten las gatas;

extienden el cuerpo cuanto largas son,

y, al aire las patas,

se dan deseosas a la dulce unción...”.

*

Ese libro de Otilo González lleva un prólogo de Jesús Urueta, el máximo orador mexicano de aquel tiempo. Como todos los oradores de su estilo, don Chucho se las arregló en ese prólogo para expresar el menor número posible de ideas con la mayor cantidad posible de palabras, y con las más sonoras.

He aquí una muestra mínima:

“...La Musa de usted se parece a la divina Eos de Homero, la del trono de oro, la que con sus dedos color de rosa derrama la luz de las mañanas sobre los trabajos de los hombres y las glorias de los dioses. Y yo ahora no puedo acercarme a esa criatura uraniana: la ahuyentaría mi torvo espíritu, se irritarían más contra mí los Inmortales, y me castigarían las Furias...”.

Mejor aquí termino.

Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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