Navidad en Saltillo: prejuicios e indiferencias

Opinión
/ 30 diciembre 2022

No importa dónde se nazca, o en qué condiciones, en el caminar vamos desarrollando temperamento y personalidad, egoísmos o lealtades, sociedades miserables o solidarias.

El 25 de diciembre acudí a la barra del bar de un restaurante a pedir una “roca”, para que mi estómago intoxicado por el recalentado navideño pudiera calmarse. Encontré alivio, y fue cuando analicé que mi malestar no solo fue por un guiso grasoso, sino por la experiencia previa de observar cómo la gente que compraba sus regalos de Navidad de última hora ignoraba, en su mayoría, a las personas en situación de calle. Esta población que ya tiene una identidad en casi cualquier ciudad del mundo, personas que viven con alguna adicción, o que tienen alguna discapacidad o problemas de salud (algunos de ellos de nacimiento, que les impiden caminar y obligan a usar muletas o una patineta para desplazarse), y que al paso de los años es difícil que encuentren o mantengan un trabajo, lo que les dificulta sostenerse y acceder a sus derechos, orillados a subsistir en espacios públicos.

En el 2017 en la Ciudad de México el Instituto de Asistencia e Integración Social (IASIS) de la Secretaría de Desarrollo Social, coordinó el Censo de Poblaciones Callejeras y publicó que había 100 puntos de alta concentración, en donde se podían localizar poco menos de siete mil personas, en su mayoría hombres. Personas que necesitan ropa, baño, cobijas, lavado de ropa, corte de cabello, pero sobre todo atención psiquiátrica y médica. Por allá del 2008 en Saltillo se creó la Casa de Medio Camino, que dependía de Cáritas, institución de la Iglesia Católica que desarrolla proyectos de caridad, la cual no se pudo o no se quiso sostener por los altos costos que se requieren para mantener a esta población. Y definitivamente que en Saltillo, en este cierre 2022, podemos hablar de cientos de personas indigentes o callejeras, y lo mismo sucede en otras de nuestras pequeñas ciudades en Coahuila. Las calles del Centro son las que concentran a esta población, y se les puede ubicar con facilidad, incluso con nombre, gustos y necesidades.

Un estudio de 2019 de la COPRED de la Ciudad de México reveló que un 82.4 por ciento de la población que vive en la calle sufre maltrato, indiferencia y rechazo. “Su derecho a la integridad, a la libertad y a la seguridad personal es vulnerado, pues los golpean y los explotan”. Eso es exactamente lo que pasó con la señora Santa, que estuvo por las calles del Centro de Saltillo este 24 de diciembre. Un señor con cachucha azul que boleaba los zapatos de un cliente en Padre Flores casi esquina con Ocampo en tres ocasiones le dijo de forma grosera que se retirara de ahí, cuando ella solo pedía “su Navidad”. Ni siquiera se limitó por tener a un cliente frente a él. Otro tipo de botas, en esa misma esquina, la vio burlón y la retó: cuando ella se le acercó a pedir una moneda, él dejó caer una moneda de un peso y le preguntó si también recogía piedras, pues alcanzó a ver que junto con las monedas recabadas había una roca. Hubo jóvenes y adolescentes que también se burlaban de ella en su cara, que la señalaban.

Ahí mismo, en la calle Narciso Mendoza y Padre Flores, donde los policías municipales están como “buitres”, desalmados y bribones, al acecho para robar a los ambulantes mientras les sacan una firma, un par de agentes se burlaron de ella e incluso imitaron su tono gangoso para hablar cuando pasaron a su lado. Una mujer que daba el paso a peatones y autos en Aldama, y una religiosa que vestía una falda larga azul, también la ignoraron: ninguna de las dos volteó en las tres ocasiones que ella les pidió una moneda. Un policía más, ahora frente al hotel Jardín, donde los de su gremio suelen cobrar tarifa a las prostitutas, en lugar de darle un saludo o una moneda, le dijo a la señora Santa: “¡caminándole, caminándole!“, como si una persona no pudiera sentarse en las calles del Centro... ¡ni que se tratara de la Plaza de Armas llena de vallas!

$!Señora Santa en calles de Saltillo.

Sí hubo empatía de varias personas. Por ejemplo, don Juan, originario de un pueblo de Oaxaca, quien estaba tocando el acordeón en una banca. Su hija Diana siempre tiene un trastecito para recibir el dinero que la gente les da. La chica le tuvo cierto miedo a la mujer, ante la posibilidad de que fuera agresiva (como algunas personas en situación de calle que son así por lo mal que la han pasado anteriormente), pero su papá le decía que no tuviera temor. Juan tenía unas botellas de agua en la banca, y dirigiéndose a la señora Santa le dijo que las retiraría para que ella pudiera sentarse. Santa colocó en la banca su morral de cosas y sacó un peluche gigante que, ya sentado en la banca, era casi del mismo tamaño que Juan. La señora le indicó al músico que el muñeco era para la niña. El papá, siempre amable, le pidió a Diana que le agradeciera a Santa, y así sucedió. El peluche se fue con ella a casa esa Nochebuena.

Pero la situación fue diferente cuando Santa se acercó previamente a una señora que llevaba de la mano a una menor de edad, quienes haciendo mala cara le sacaron la vuelta tanto a ella como al regalo, como si les hubiera ofrecido una bomba.

Había muchas mujeres esa tarde en el Centro. La mayoría de personas que le dieron dinero a Santa fueron mujeres. También había un grupo de jóvenes que se organizaron para hacer sandwiches para ofrecer en Navidad, junto con un refresco. Estuvieron un rato por el Mercado Juárez y calles aledañas. Igual que un joven que cargaba en la espalda una mochila negra, que pasó varias veces ofreciendo lonches. Así fue como vendedores ambulantes y barrenderos recibieron algo de comer en ese día especial por el nacimiento de Jesús.

El señor Domingo fue otra persona que fue empática con la señora. Estaba sentado en el piso, nació con un problema en las piernas y es como si no las tuviera. Se levanta con la ayuda de unas muletas. Por fortuna una amiga suya le cocina, lava su ropa y le ayuda en su casa en la colonia Loma Linda. Así es como él puede salir a pedir dinero con una cachucha. Santa llegó a sentarse junto a él, y la gente que pasaba se agachaba a poner una moneda en la gorra y otra en el vaso de ella. La señora le ofreció pan de pulque y él agradeció. Después de unos minutos, Domingo le ofreció a ella fritos que había pedido fiados por 35 pesos. Santa no comió y se retiró, pero fue como si hubiera habido una conexión entre ambos. No eran amigos, quizá colegas, pero la gente compartía con ambos sus monedas y ellos compartían entre sí lo que tenían.

La persona que con mayor tacto se acercó a Santa, fue un empleado de limpia pública que estaba barriendo el lugar. Para recoger la basura y retirar los desechos del basurero donde ella estaba recargada, le pidió permiso casi disculpándose de molestarla para hacer su trabajo. Fue muy dulce la escena. Con una diferencia total de la prepotencia delincuencial de los policías, basada en saber tratar a un ser humano con dignidad.

Hubo muchas personas que se impresionaron de la facha de la mujer, que siempre estuvo sentadita en la calle, sobre todo cuando ella les entregaba un regalo, pero otros más la trataron de forma normal: unos jóvenes le regalaron un cigarro y hasta se lo encendieron, “es normal, llegan y te piden uno”, dijeron; y otra señora le agradeció el obsequio y sacó unas monedas para que se comprara un refresco. Una mamá y su niña reaccionaron minutos después de recibir un regalo de Santa, pues regresaron para agradecerle con unos billetes.

En la Plaza Manuel Acuña, esa en la que señores pasan horas ahí, hubo otra reacción digna de mención. Un hombre que estaba sentado, solo, recibió la visita inesperada de Santa, quien ocupó el espacio de al lado. Él no se inmutó. La señora le mostró su vasito con monedas y él colocó otras cuantas dentro, sin mencionar ninguna palabra. Ella buscó entre sus bolsos y sacó un bastón de caramelo, se lo dió y se fue. El hombre tomó entonces papel sanitario de entre sus cosas, observando la golosina que había recibido. “Las personas que menos tienen, y de las que menos esperas, te dan una lección”, dijo mientras secaba sus lágrimas. Se ve que Cristo le ha dado lecciones y oportunidades.

Otra lección fuerte sucedió afuera del templo de San Esteban, en Acuña. Ahí estaba un joven sentado y la señora aprovechó para colocarse junto a él, y así poder entregar regalos a las niñas o niños que pasaban. Él observó a Santa y le puso dos monedas de 10 pesos en su vasito, pero eso no le bastó. Se quitó una cadena que llevaba en el cuello con una imagen religiosa; sin embargo ella se negó a aceptarla. Se la puso nuevamente e intentó ahora con un rosario de madera, pero Santa dijo nuevamente que no. Se buscó entre su ropa algo más que pudiera darle a su vecina y encontró muchas monedas; todas se las ofreció, pero obtuvo la misma respuesta. Frustrado, sacó un gorro tejido de su morral y se lo acercó, pero también hubo un no. Optó entonces por sacurse la ropa, levantarse e irse. Le dijo adiós. ¿Cómo se pierde el miedo a compartir, o cómo se aprende a compartir? ¿Por qué hay personas a las que les cuesta tanto acercarse a otra? ¿Cómo es que este joven tuvo el valor de ofrecer todo cuanto tenía a Santa?

No creo que se trate de una virtud teologal a desarrollar, sino de una actitud que, aunque cuesta, busca mitigar el dolor y la injusticia. Estas acciones de solidaridad se practican cuando se tiene o ha tenido un hueco en el alma, o una carencia física. No importa dónde se nazca, o en qué condiciones, en el caminar vamos desarrollando temperamento y personalidad, egoísmos o lealtades, sociedades miserables o solidarias. Pienso que es necesario eliminar prejuicios y discriminaciones para hacernos hermanas y hermanos, y tener una sociedad avanzada, sin población en la calle, sin personas con hambre. Hay que darnos la oportunidad de dar, de escuchar y, de esa forma, también permitirnos recibir.

En uno de los dos estados del país donde se vivirán campañas electorales en los próximos meses, ¿dónde están las o los candidatos que cambiarán la indiferencia por la misericordia, y la acumulación por la distribución equitativa?

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