Me basta cerrar los ojos para viajar en el tiempo y encontrarme de nuevo con mis años infantiles, vestida con una túnica rosa, mis rizos sueltos sobre la espalda, enredados en las alas salidas de las manos de mi madre, para “vestirme” de ángel y ser parte del enjambre de chiquillos que celebramos la fiesta del niño Jesús. Las posadas del 16 al 24 de diciembre tenían lugar en las diferentes casas de las mamás organizadoras.
Eran el paraíso terrenal para cada uno de nosotros, cada nochecita había piñata, “aguinaldos” repletos de dulces, y sobre todo la alegría de estar juntos, gritando, brincando, dándole con todo al jarro convertido en estrella multicolor de cinco picos del que brotaban al romperse más dulces, cañas de azúcar, tejocotes, mandarinas, naranjas, silbatos, confeti... Y los cantos que acompañaban a la sagrada familia llevada en andas en el peregrinar de casa en casa... “En nombre del cieloooo... os pido posada...”.
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Bendita sea mi madre, que me regaló una niñez colmada de cuanto hace feliz a un niño: amor, protección, cuidados, toda su atención... Hoy día hay tantos niños y adolescentes enfermos de abandono y de soledad interior... ¿Cómo es que sus padres se han desafanado de ellos? Lo que vives en tu infancia es en mucho lo que define el adulto que serás.
Es tiempo para hacer reconsideraciones, tan bonito que es querer y que te quieran, pero eso se aprende entre los brazos de tu madre, en el abrazo de tu padre, en esas miradas cargadas de luz que recibes de ellos y que no necesitan de lenguaje alguno para expresar lo que sienten por ti. Te blindan para los avatares con los que vas a encontrarte a lo largo de la vida, y vas a poder sortear con más bríos las horas de tristeza y de quebranto.
A mí me gusta la Navidad, me sabe a calidez, a regocijo, a invitación a ser felices, a renovarnos por dentro, a reflexionar sobre nuestra actitud y recordar que estamos aquí para ser felices. No diga que no tiene tiempo para hablarle a ese amigo o amiga que tanto ha significado en su vida, la amistad es como una planta, necesita ser regada, o se seca. Abrace a esas personas que siempre están a su lado, su familia, dígales cuánto los ama, no escatime sus muestras de cariño, aprenda a expresarlas, no salga con la monserga de que “a mí no se me da”. Sorpréndalos y sorpréndase a sí mismo y practique todos los días. Hágase la promesa de ser más expresivo. No reniegue de la genética con la que fuimos concebidos.
Déjese invadir por el espíritu navideño, disfrútelo, acuérdese que la vida es corta, muy corta, y que no vale la pena ocuparse de naderías e intrascendencias. Estamos en plena celebración del nacimiento del Hijo de Dios, del Mesías que vino a enseñarnos a amarnos entre nosotros. Y ya es hora de hacer un montón de reconsideraciones y darnos cuenta de que somos una sociedad con severos problemas de mezquindad y de egoísmo, que nos estamos convirtiendo en extraños, y no se vale, porque es lo que les estamos enseñando a las nuevas generaciones, y me pregunto ¿qué derecho nos asiste para desgraciarles la existencia?, ¿por qué mejor no nos ocupamos de enseñarles a descubrir su luz interior, para que entiendan a pie juntillas la maravilla de ser personas en toda la extensión de su significado?
La Navidad nos da esta oportunidad, no la desperdiciemos, saquemos lo mejor de nosotros mismos, encendamos nuestra alma. Hagamos cuanto esté a nuestro alcance para ser mejores personas. Es indispensable, sí, INDISPENSABLE, que reencaucemos las razones de nuestra estancia sobre la faz de la tierra, tenemos cada uno de nosotros un poderoso tesoro a descubrir, vamos a sacarlo, ahí está todo el potencial del que fuimos dotados para enriquecer nuestra vida y la de los demás con quienes compartimos tiempo y espacio.
El mejor regalo que le podemos hacer a nuestra familia, no está en los obsequios materiales, de verdad, está en el tiempo que les dediquemos, que les escuchemos, que les digamos sin palabras todo lo que representan en nuestra vida y también en los “te quiero” que salen del corazón, y que saben al manjar más exquisito. Colmemos cualquier vacío que les provoque desazón, tristeza, desesperanza, con amor. El amor lo puede todo. Es la mejor inversión el bienestar emocional, porque nos hace más resilientes, y por ende más equilibrados y felices.
Estamos viviendo tiempos muy difíciles, estamos haciendo del mundo un sitio inhóspito en el que cada día es más complicada la convivencia. La voracidad de la humanidad es peor que la bomba atómica, y si le permitimos que siga creciendo, nuestra extinción pasará de ser mito a realidad. Einstein decía que no sabía cómo sería la tercera guerra nuclear, pero que estaba seguro que la cuarta se haría con palos y con piedras. Así de claro y de triste. Mejor pongamos lo mejor de nosotros mismos para que sean la paz, la concordia, el diálogo, el entendimiento, la prudencia, la tolerancia, el respeto, la consideración... nuestra norma de vida. Los abrazos con el corazón y les deseo una Navidad colmada de bendiciones para ustedes y sus seres queridos. ¡Felicidades!