No debe Claudia repetir la sumisión de AMLO ante Trump
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Don Venustiano Carranza era terco, tozudo, empecinado y, si se me perdona la expresión, cabeciduro. He recordado la frase que alguna vez pronunció, hablando de él, don José de la Luz Valdés, leal carrancista. Me dijo aquel gran revolucionario refiriéndose con familiar afecto a Carranza: “Al viejo no le entraba ni el hacha”. Sin embargo, esa terquedad de don Venustiano sirvió una vez para salvar la dignidad de México. He aquí ese relato. En abril de 1914 la guarnición militar de Veracruz llevó a la cárcel a varios marinos norteamericanos tripulantes del ballenero “Dolphin”. (Me pregunto qué andaría haciendo un barco ballenero en Veracruz. Interesante sería averiguar si aquel fue un hecho aislado o si el jarocho puerto recibía con frecuencia balleneros que hacían escala en su viaje entre New Bedford o Nantucket y las heladas y procelosas aguas del Cabo de Hornos). Aquellos rudos hombres de mar habían hecho un escándalo en el puerto. Mandaba la guarnición local un general de sonoroso nombre: Ignacio Morelos Zaragoza. La prisión de los marinos yanquis provocó un conflicto internacional. Intervinieron cónsules, embajadores y funcionarios de ambas naciones. Por órdenes de su Gobierno el contralmirante Henry T. Mayo ancló seis barcos frente al puerto y exigió una disculpa por la aprehensión de los sujetos. Demandó también, a modo de desagravio, que se izara la bandera de los Estados Unidos en la capitanía del puerto y que los mexicanos la saludaran con una salva de 21 cañonazos. Morelos Zaragoza consultó con el Gobierno Federal, encabezado a la sazón por Victoriano Huerta, y recibió instrucciones de no plegarse a las exigencias del estadounidense. El asunto, de carácter diplomático, no militar, sería atendido por los caminos de la diplomacia. Entonces, sin previa declaración de guerra, la fuerza naval americana atacó Veracruz. Eso sucedió el 21 y 22 de abril. La población se defendió heroicamente, pero el artero ataque costó quinientas bajas entre muertos y heridos. Los americanos dieron importancia enorme al acontecimiento. La embajada yanqui decidió castigar a Huerta por el desacato. Para combatirlo, el presidente norteamericano Wilson entró en comunicación con Carranza. Le ofrecía facilitarle la adquisición de armas en Estados Unidos a cambio de que se allanara a participar en manejos que de alguna manera serían supervisados por el gobierno americano. Carranza rechazó de plano la proposición. Mientras tanto, Huerta se negó a ordenar el famoso saludo a la bandera americana, y se negó también a renunciar, como querían los americanos. Wilson, amenazado de ridículo, ideó una salida decorosa, y solicitó la mediación de Argentina, Brasil y Chile para arreglar los problemas entre México y Estados Unidos. A esa comisión se le llamó “ABC”. De nueva cuenta Carranza se negó a participar en los arreglos. En su calidad de Jefe del Ejército Constitucionalista le exigió a Huerta la rendición incondicional y su renuncia, y a Estados Unidos la inmediata salida de México. Al final se salió con la suya en ambos asuntos. Era terco don Venustiano. Patrióticamente terco. Hice este relato porque en su trato con Trump el presidente López se mostró no sólo obsequioso, sino aun sumiso. Bajo el velo de una pretendida amistad, el mandatario yanqui hizo del mexicano un instrumento a su servicio en cuestiones de tanta importancia como el trato a los migrantes. Ahora el mundo afronta nuevamente una amenaza: la de la reelección del tortuoso magnate, que sigue haciendo su campaña. Esperemos que, en su caso, la conducta de Claudia Sheinbaum ante Trump sea distinta del claudicante comportamiento de López Obrador... FIN.
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