No le damos oportunidad a la paz
“Leyendo las noticias y realmente se ve mal / No le dan una oportunidad a la paz / Eso fue solo un sueño que algunos de nosotros tuvimos”.
Con estas líneas comienza Joni Mitchell su canción “California” de 1966. También resultan ser dolorosamente aplicables al año en que nos encontramos, como demuestran algunas estadísticas a punto de concluir este mes:
El 24 de febrero, Rusia invadió Ucrania, lo que causó la huida de más de 6.5 millones de ucranianos y ucranianas de sus hogares e intensificó una guerra que comenzó en 2014.
En lo que va del año, se han registrado más de 220 feminicidios en México, concentrados mayormente en el Estado de México, Nuevo León y Veracruz.
El 12 de mayo, un joven de 18 años manejó hacia la escuela Robb Elementary School en Uvalde, Texas, con dos rifles y decenas de municiones, y asesinó a 19 niños y niñas y a dos maestras.
Dichos eventos y fenómenos constituyen una realidad a la que nos hemos visto obligadas a acostumbrarnos. Seguimos reaccionando, asombrándonos y reprochando, al menos desde nuestras redes sociales, ante actos de violencia. Pero, ¿qué pasa después del impacto inicial, las publicaciones de indignación y las demandas para que haya más medidas de seguridad, conciencia y paz?
Continuamos con nuestras rutinas y las noticias se vuelven viejas. La empatía, al menos en algunas y algunos, permanece. Pero se deposita en el próximo evento que sacude a comunidades o países, aunque sea por uno o dos meses.
No pretendo aquí atribuir la responsabilidad de controlar problemáticas tan complejas a quienes han tenido un carácter de mero espectador mientras ocurrían eventos como los que mencioné. Sin embargo, me causa inquietud pensar cuál puede ser el rol de quienes no nos encontramos afrontando directamente una situación de este tipo, pero, a fin de cuentas, formamos parte de una sociedad que sí lo hace.
Más que nunca, nuestras opiniones y los discursos
que esparcimos adoptan un papel protagonista y contribuyen a determinar el rumbo que toman situaciones relevantes, para bien o para mal. Incluso
el hecho de no pronunciarnos sobre una problemática
puede impactar de forma positiva o negativa en un nivel importante.
Un ejemplo ocurre cuando nos vemos ante un hecho como el hallazgo de una víctima de feminicidio. No se hacen esperar teorías de lo que ocurrió, prejuicios hacia la víctima o a las personas señaladas como responsables (en ocasiones, injustamente), e incluso el esparcimiento y presunción de fake news. Sumado a una serie de omisiones y deficiencias en el actuar de autoridades, esto tiene el poder de destruir una investigación e imposibilitar el esclarecimiento de los hechos.
Cuando ocurre otro desafortunado acontecimiento, como el tiroteo a la escuela primaria hace unos días, somos rápidos en hacer saber cómo nos sentimos a través de nuestras plataformas. Pero, ¿cómo actuamos cuando vemos una situación de violencia ocurriendo justo frente a nosotras y nosotros?
Desde 1948, personal militar, policial y civil de las Naciones Unidas se han dedicado a intervenir en misiones y operaciones iniciadas a raíz de manifestaciones de violencia, enfermedades y otros problemas sociales. Por ello, se ha declarado el 29 de mayo como el Día Internacional del Personal de Paz de las Naciones Unidas. El “personal de paz” se conforma de más de 87 mil mujeres y hombres que atienden áreas relevantes como los derechos humanos, salud y educación, y derechos de la mujer. Temáticamente, el día para conmemorarles se denomina este año como “Personas. Paz. Desarrollo. El poder de las alianzas”.
Para quienes no formamos parte, es fácil quitarnos responsabilidad de haber causado o tener que atender problemáticas sociales. Sin embargo, el objetivo por el que lucha el personal de paz es uno que también se encuentra en manos del resto de nosotras y nosotros, en nuestro rol como personal jurídico, de salud, de educación, psicológico y otros.
Y si bien nunca van a ser innecesarios la indignación y el cuestionamiento hacia las instancias cuya función es proteger a la ciudadanía, es igual
de importante analizar las contribuciones que de manera
activa todas y todos hacemos para crear una mejor o peor realidad.
El autor es investigador
del Centro de Estudios Constitucionales Comparados
de la Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos
de VANGUARDIA
y la Academia IDH