Pablo Almaraz Mejía ‘Bolillo’, el de los ojos azules

Opinión
/ 8 noviembre 2024

Bolillo tiene muy presente a Ferino, su tío materno quien fue músico del pueblo (tocaba el violín). De niño Ferino quedó invidente a causa de la viruela. Tenía su orquesta y tocaba con Tiburcio “Tibu” y el charrito en la plaza. El apodo de Bolillo surgió porque su tío le decía: Este niño es un “bolillito” por su tez blanca. Pablo siempre tuvo la curiosidad de saber: “¿Cómo sabía que mi piel era blanca?”. El Bolillo nació en Viesca el 21 de marzo de 1951. Fue el séptimo hijo de Hermeregilda Mejía Rentería y Valentín Almaraz Montiel, fueron doce hermanos: Sotero (f), Ciprino, Pedro, Flora (f), Martha, “Wicha”, luego nace Pablo “Bolillo”, Lencha, Luz, Magdalena, Cecilia, José Ángel “la becerra (f).

Su niñez la pasó en el barrio El Tinaco, donde nació y creció. Ahí jugaba descalzo con sus amigos. Su ropa siempre quedaba marcada como si fuera “mapa” a causa de la sudoración y el suelo salino de Viesca. A los seis años lo enviaron a la escuela, pero no le gustó estar en el salón. Se salía (se echaba la venada) para jugar canicas, a los encantados o simplemente ver el agua correr por la acequia. No resistía mojarse y meterse. De niño le tocó ver algunos de los manantiales de la zona, azules como sus ojos. Así, no logró aprender a leer ni a escribir, pero en el transcurso de la vida fue aprendiendo a escribir su nombre y conocer algunas letras, y a hacer las cuentas en su mente.

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Para que no se desbalagara, su papá se lo llevaba junto con sus hermanos a recolectar candelilla. Lo hacía descalzo. Los primeros años solo cortaba la planta y formaba montones que sus hermanos apeaban del cerro. A los 11 años ya podía amarrar los tercios de la candelilla y competía con sus mayores a ver quién bajaba más. Luego aprendió a quemar la candelilla y obtener la cera que después vendía su papá, de lo obtenido le daba algo para comprar pan y galletas. Observaba y veía a su padre que sin papel ni calculadora hacía cuentas y tratos con las personas. Así fue aprendiendo a vender y cobrar por su cera. Sostiene en forma retadora que en los cerros está el dinero, solo hay que ir por él.

Aprendió a cortar leña de mezquite y hacer “chabetes” para obtener carbón. Su papá le decía que esos hornos se deben cuidar muy bien para que no ardan de más y tampoco se apaguen. La leña debe estar bien tapada e irse calcinando poco a poco para lograr el mejor carbón. Bolillo es uno de los mejores en este trabajo. Capacita gustoso a las nuevas generaciones. A su vez, aprendió albañilería, prestando atención a sacar niveles y calcular el material que se debía usar para pisos, enjarres o techos. Él construyó su casa.

Lo que más le gusta hacer es sembrar. A su papá le debe sus conocimientos de las siembras de temporal. Sabe cosechar chile, tomate, cebolla, ajo, caña, frijol, maíz, entre otros productos. Desde los ocho años entendió qué semillas se sembraban por temporada y cuándo se debían cosechar, también si la luna era buena o no para cultivar. En sus siembras no utiliza químicos; por tanto, lo que cosecha es de calidad, y agrega “como dicen hoy los fresas, es orgánico”. Se anotó para ser ejidatario desde los 12 años y lo logró. Le gusta decir: “No cualquiera lo consigue en la vida”. Recuerda que su papá los llevaba de día de campo en su carro de mulas y les decía que ellos podían ir cualquier día porque ellos no tenían patrón. Un tiempo se fue a trabajar como fierrero y soldador en las construcciones, pero no le agradó, sintió que le faltaba la libertad y el aire limpio de la sierra.

De joven participó en la danza de plumas de la Capilla, tradición que aún se conserva. Se siente orgulloso que sus bisnietos sean integrantes de la danza. Con María del Refugio Favela Cuenca procreó siete hijos: Jesús, Gilberto, Margarita, Verónica, Sergio (f), Eduardo y Juan Pablo. Sergio murió de una mordida de víbora de cascabel a los siete meses de nacido, el niño lloraba y lloraba y aunque su mamá lo atendía, no cesaba el llanto. Al levantarse encontró la víbora de cascabel deslizándose. Lo llevaron de inmediato a Torreón, pero no sobrevivió. Bolillo tiene 73 años, le gusta mucho la música, escucharla e ir a los bailes. Es la conexión con su tío. Considera que la práctica hace al maestro, por eso aún anda sembrando, cosechando y trabajando, aplicando lo aprendido de su padre. Para él, así será hasta el último día que Dios le preste.

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