Las palabras −se ha dicho desde Nebrija a Chomsky− son como las hojitas que de los árboles se caen: nacen, viven y desaparecen.
En el curso de mi existencia he visto surgir vocablos que tuvieron uso durante cierto tiempo, ora corto, ora largo, y luego dejaron de emplearse y cayeron en olvido.
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¿Sabrán los muchachos de ahora −y algunas muchachas− el significado del verbo “pichonear”? Ese término estuvo muy en boga en los años de mi primera juventud. En otras juventudes anteriores también se usó tal verbo, pues don Artemio de Valle Arizpe se lo comunicó al eminente filólogo Santamaría, quien lo puso en su gran Diccionario de Mejicanismos:
“PICHONEAR: En el norte en Coahuila al menos, según Valle Arizpe, cachondear, guacamolear, manosear a una mujer...”.
Tal era, en efecto, el sentido que dábamos a esa palabra, aunque referido estrictamente el manoseo al busto femenino, que lo demás ya era otra cosa. Amables compañeras que no oponían resistencia a los tocamientos pectorales se volvían leonas africanas o tigresas de Hircania cuando la mano pretendía viajar a otras regiones más pudendas. De la tapia todo; de la huerta nada.
¿Y ese otro verbo, “guacamolear”? Por estas latitudes no se ha usado. El mismo Santamaría lo define:
“GUACAMOLEAR: Cachondear, manosear con propósito sensual”.
Añade don Francisco:
“GUACAMOLEO: Manoseo de una hembra por el hombre, o viceversa”.
Ahora caigo, como dicen en las comedias españolas. Ya me explico por qué acá no tuvimos nunca esa palabra: porque el guacamoleo es de ida y vuelta −es decir, en él también participa la mujer− y el pichoneo, en cambio, era obra exclusiva de varón. En tal ejercicio la participante no participaba. Quiero decir que se mantenía pasiva. Como en el liberalismo, se limitaba a dejar hacer, dejar pasar. Otra cosa ya era otra cosa, y no se llamaba pichonear. En Tabasco el clima lleva a extremos tropicales; acá no. (Aunque hay que reconocer que el clima está cambiando).
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¿Se sigue usando aquel undoso verbo de feliz memoria, “pichonear”? Supongo que la acción así llamada se lleva a cabo todavía, y alguna palabra debe haber para nombrarla. ¿Será la misma? A lo mejor ha sido substituida por algún voquible extranjero sacado del lenguaje de la computación. No sé... En todo caso he querido dejar constancia de ese término tan musical y evocatorio. Sirva este pequeño e inofensivo ejercicio filológico para ilustrar aquella verdad sabida por Chomsky y por Nebrija: el lenguaje es un objeto vivo que se transforma de continuo. También nosotros nos transformamos con el tiempo, pero lo pichonea... quiero decir, lo bailado quién nos lo quita.