Palabras perdidas
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¡Cuántas palabras hemos perdido, cuántas! Yo formaría un catálogo con ellas, pero la lista quedaría ilegible, por mis lágrimas.
-¿Es usted lloroncito, licenciado?
-Bastante. Eso, sabe usted, llega con la edad. No le diré que lloro al escuchar “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido”, y menos si estoy en el suelo donde he nacido, pero sí lloro −a veces− con la película “Un Rincón Cerca del Cielo”. Ese film, no sé por qué, me produce tiernas emociones.
-Ya entiendo, licenciado. Lo felicito por sus sentimientos.
-Muchas gracias. A sus órdenes. Igual me causan llanto los versos de don Ramón de Campoamor, especialmente esos que dicen:
Hojas del árbol caídas
juguete del viento son.
Las ilusiones perdidas
hojas son ¡ay! desprendidas
del árbol del corazón.
Con eso también lloro, sobre todo en la parte que dice ¡ay!
-Me lo explico, licenciado. Es digna de encomio su sensibilidad.
-Muchas gracias. A sus órdenes. ¿Se ha dado usted cuenta de que en estos tiempos ya casi nadie llora? Antes pasaba por la ciudad un río de lágrimas. Las madres se sentían obligadas a sufrir y, como consecuencia, a llorar. Pensaban que era su obligación profesional. Por eso los hijos hacían sufrir a sus mamás, para ayudarlas a cumplir su deber. Algunos se volvían borrachos, aunque el alcohol les producía náuseas: querían dar a sus madrecitas motivos para el lloro. Otros se iban a vivir a Ramos Arizpe con objeto de ser el hijo ausente y que sus madres los lloraran. Era algo muy bonito.
-Me conmueven sus palabras, licenciado.
-Muchas gracias. A sus órdenes. La verdad es que ya no hay amor filial. Y de los hijos menos. Eso a mí me mortifica bastante, viera usted. También lamento la pérdida de algunas palabras que antes se usaban mucho. Creo que con ese tema empezamos nuestra conversación.
-En efecto, licenciado, pero luego nos fuimos por el camino de las lágrimas. ¿Quiere usted mencionar alguna palabra que ha desaparecido?
-Sí. La palabra “triques”. ¿La recuerda usted?
-Vagamente. Trique...
-Perdone: ese vocablo se usaba poco en singular. Era más bien plural. Por ejemplo: “Compro triques. Vendo antigüedades”.
-Ya entiendo. Y ¿qué eran triques?
-Eran las cosas viejas de la casa −muebles, sobre todo− que se arrumbaban en una habitación dispuesta especialmente para el caso: el cuarto de los triques.
-Y dígame una cosa, licenciado: ¿de dónde vendrá esa palabra?
-Creo haber dado con el origen del vocablo. Pienso que viene de “pelitriques”, voz castellana que significa “cualquier cosa de poca entidad y valor”. Abreviación de esa palabra sería “triques”.
-Me parece plausible la explicación, licenciado. Lo felicito.
-Muchas gracias. A sus órdenes.