Platillos posmodernos IV: Utopías y antiutopías de la modernidad

Opinión
/ 1 octubre 2023
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En esta serie de artículos sobre la posmodernidad, falta la pregunta obvia: ¿qué es la modernidad? A cabalidad, debemos afirmar que, al igual que en el caso de la posmodernidad, no hay consenso, pero sí hay una serie de características comunes a las que podamos apuntar. En el siglo XIX se concebía una modernidad triunfante. Cita obligada es el libro de Charles Baudelaire El pintor de la vida moderna (1863), donde la define como “lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable”. Según la poetiza española Piedad Bonnett, esto significa que el arte trascendería las modas pasajeras para acceder a lo imperecedero.

El sociólogo inglés Krishan Kumar, profesor de la Universidad de Virginia, en su libro El surgimiento de la sociedad moderna: Aspectos del desarrollo social y político de Occidente (1988), describe los siguientes aspectos de la modernidad: el individualismo, la diferenciación en las esferas del trabajo, consumo y estilos de vida; la racionalidad donde la ciencia es el parámetro de validación de lo real; la dominación de toda la vida social por criterios económicos; y la expansión, en espacio (que ha derivado en la globalización), y en profundidad, alcanzando las esferas más íntimas de la vida cotidiana (aunque según Foucault, el poder pastoral de la Iglesia ya dominaba las subjetividades desde siglos atrás). La secularización y el surgimiento de la cultura de masas son parte de esta penetración de nuestra subjetividad.

$!Obra de Betsabée Romero creada con apoyo de panaderos.

Tras delinear estos aspectos, ahora veamos qué sucede con la modernidad en la esfera del arte. En primer lugar, la individualidad también se muestra en la creación. Así, tenemos la firma del artista como un valor sine qua non, tanto que las creaciones colectivas se ven depreciadas. Eso lleva al tema de la producción y el trabajo, y a la distinción entre “arte culto” o “alto” frente al arte “popular” o “bajo” (high and low), incluyendo la artesanía, que en el mercado hasta ahora ha ocupado un estatus menor, tanto económico como simbólico. No obstante, han sido la post y transmodernidad las que han cuestionado estas categorías o por lo menos han intentado borramientos entre sus fronteras. Artistas como Ai Wei Wei que emplea alfareros para realizar sus piezas; Demian Hirst, que limita su intervención a una firma sobre objetos artísticos maquilados en sus talleres; o múltiples ejemplos en México que se podrían mencionar, como Betsabée Romero, quien trabajó con la comunidad de Mina, Nuevo León, para crear panes con imágenes de petroglifos de la localidad. Cada uno muestra una sensibilidad y visión distinta del trabajo, aunque sus nombres prevalecen. Pero es el español Santiago Sierra quien, a mi parecer en una tremenda deuda ética del arte contemporáneo, utiliza a los sujetos participantes en sus piezas de la misma manera que el capitalismo global margina y explota. En este sentido, su obra es reconocida por exponer las conflictivas relaciones entre poder, trabajo, procesos de producción y explotación.

Herederos de la modernidad, seguimos confiando en sus valores positivos como la predisposición a experiencias nuevas, la apertura hacia el cambio y el énfasis en la eficacia. En cambio, hemos perdido la confianza tanto en las habilidades humanas como en la regularidad y predictividad de vida social. Aquí llegamos al derrumbamiento de la utopía o la antiutopía en la modernidad, de nuevo siguiendo a Krishan Kumar. La visión de futuro se ha derrumbado, quedando el presente como tendencia y suplantación de la confianza en el porvenir. El descrédito de las instituciones de gobierno, de educación y de justicia se han convertido en temas recurrentes del arte comprometido y del activismo político en el arte.

Frente a la visión pesimista del futuro (a la cual no puede reducirse la realidad), conviene considerar el complejo caleidoscopio fenomenológico de la existencia. Para mí, las posibilidades existen, y entre ellas elijo las que colocan lo humano en el centro: la intuición será un método de conocimiento no convencional, pero igual de valioso; asimismo, la dimensión estética, en su sentido más amplio y humano, el sentido de la complejidad de la percepción y construcción de los fenómenos sensibles, de los afectos, del diálogo y la justicia distributiva y restaurativa, hacia una cultura de paz. Estas orientaciones y actuares vinculantes llevan hoy a la Colectiva de mujeres a invitar a niños y niñas, familias y paseantes a unirse por los asesinados y desaparecidos tejiendo de manera colectiva “Sangre de mi sangre”, mantos rojos con los que, en este quehacer íntimo, paciente y reflexivo, con encuentros e historias personales, cubren monumentos, plazas, puentes, como denuncia a la falta de resolución de violencias personales y estructurales tan dolorosas. Una manera de tocarnos el corazón, de relacionarnos con todo y nuestras contradicciones, de darle sentido al mundo. Así, encontramos una posible respuesta a la trascendencia en el arte, que señalaba Baudelaire, sin duda deseable y perseguida aún.

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