Del ‘amor’ en general y de mí en particular
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“No te busqué porque faltara algo en mis días, te busqué porque tenía tanto que quería compartirlo contigo”. Edel Juárez, escritor.
Nuestro primer acercamiento al amor lo experimentamos desde infantes. Lo hacemos a través de los cuentos, las historias, la poesía, la música y, por supuesto, a través de las celebraciones dedicadas específicamente al amor, como lo es San Valentín, mejor conocido como el Día del Amor y de la Amistad. Algunas de las historias de amor más populares son aquellas enseñadas por Disney, como “La Cenicienta” o “La Bella Durmiente”; relatos que muestran la espera paciente de la doncella por un príncipe valiente que acudirá en su ayuda para salvarla de la pobreza y de la miseria.
Desde muy temprana edad se nos enseñan los roles que debemos asumir a lo largo de nuestra vida con relación al enamoramiento. Nos indican cuáles deben ser nuestras acciones para poder llegar a ser amadas, plenas y felices. Nos dicen que está bien sentarnos a esperar a un príncipe azul, quien llegará a solucionar nuestros problemas, toda nuestra vida. Que nos hará sentirnos seguras y, sobre todo, completas. Nos cuentan lo positivo, dulce y fantasioso de las historias que terminan con el famoso “y vivieron felices para siempre…”.
Pero hay partes de esta historia que prefieren no contarnos. Omiten lo fácil de combinar este falso “amor” con la “violencia”. O que el amor romántico es la herramienta más potente para controlarnos y someternos como mujeres. Olvidan, sobre todo, enseñarnos la realidad: ningún príncipe nos rescata, somos nosotras mismas quienes nos rescatamos.
Es así que través de dichas historias como los estereotipos impuestos por la sociedad convencen a los hombres que nosotras nacimos para servirlos (o como ellos lo entienden: para amarlos). Y peor aún, existen muchísimas mujeres creyéndolo también.
Nos señalan que es correcto aceptar un sinfín de aspectos en contra de nuestra integridad y libertad: el maltrato, el desprecio y los abusos, y la obligación de sentirnos orgullosas y hasta presumir de nuestra increíble capacidad de amar. Como dicen: “el amor todo lo soporta”. Todo esto sin percatarnos de lo generado por estos tratos; una dependencia emocional hacia nuestra pareja y una afectación grave en nuestra confianza y autoestima.
“Si te cela es porque te quiere”, “el amor todo lo vence” y “encontré a mi media naranja” son escuchadas más de una vez. Y podemos llegar a creerlas ciertas. Pero no comprendemos que este amor tan “normal” e “ideal” viene de nuestra cultura patriarcal, perpetuado por tradición, tiene un principio histórico y, sobre todo, un objetivo: subordinar a las mujeres, sus sentimientos y sus decisiones.
Aprendemos estos roles en la familia, los vemos en la escuela, los encontramos diariamente en los medios de comunicación y comenzamos a reforzarlos con nuestras primeras relaciones amorosas. Asimilamos como verdades todos aquellos mitos sobre el amor romántico.
Nadie nos cuenta que vivir dentro de una relación liderada por el amor romántico puede tener riesgos importantes. Podemos perder nuestra autonomía, nuestra libertad y exponernos a ser víctimas de diversos tipos de violencia. Esta tiranía por amor genera una dependencia tan grande que no distingue de clases sociales, etnias, religiones, edades u orientación sexual.
Con el amor romántico como base de nuestra vida nos volvemos personas egoístas y dependientes, creemos la necesidad de recibir algo a cambio por todo aquello que damos, olvidamos la consistencia verdadera de una relación de pareja y empezamos a hacer sacrificios en pro de la otra persona. Eso sí, esperando siempre sacrificios del mismo tipo o en la misma medida. Pero cuando nos damos cuenta de la falta de reciprocidad, es demasiado tarde. Es ahí cuando nos percatamos del poder e importancia dada a nuestra “relación”, consiguiendo afectar todos los demás lazos de amistad y familiares.
El amor es el más grande anhelo de casi todas las personas. Por eso tendemos a idealizarlo. Y, con tal de conseguirlo, aceptamos inclusive migajas para creer que nuestras vidas cobran sentido y así sentirnos a salvo.
Pero debemos entender que esta construcción conocida como “amor romántico” es dependencia, es miedo, es necesidad de compañía, es masoquismo, es idealismo. Puede ser cualquier cosa, pero definitivamente no es amor. Es necesario, definitivamente, entender que el amor es respeto por el tiempo, el cuerpo y el espacio de la pareja. Al final, es propiciar la libertad de todas las personas.
La autora es asistente de investigación del Centro de Educación para los Derechos Humanos de la Academia IDH. Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH