'Don casimiso' y sus rarezas (Crónica de Jesús Peña)
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No hay peor ciego que el que viendo, no ve.
Y la calle está tan llena de historias... rebosa de historias.
Historias que para muchos pueden resultar tan insignificantes a simple vista.
Como la que mi amigo, el fotógrafo Omar Saucedo, descubrió.
Era un señor, ya grande él, al que encontró pintando de monitos la fachada de su casa, en la calle de Pedro Aranda, con su vieja grabadora a todo lo que daba.
Un loco pintando monos con la música a todo volumen.
Parecía una historia tan sin gracia, tan silvestre, tan común.
Pero en fin, nada perdía con ir y mirar.
Y fui y miré.
Era una joyita.
La vida de don Casimiro, que así se llamaba aquel señor, un ex militar que había peleado con narcotraficantes en la sierra de Sinaloa y en todas las sierras peligrosas del país y que ahora se dedicaba a pintar dibujos animados en el frontispicio de su casa.
Qué historia, no sabe cómo la disfruté.
Por muchos días estuve tras don Casimiro, “Cacho”, para sus amigos del barrio.
Entré en su casa llena de trebejos y rarezas, como los cráneos de reses adornando las paredes, conocí a sus cinco perros y me solacé con sus aventuras.
Una granada en el frente de guerra contra los malandros que lo dejó medio sordo y medio tartamudo; una esposa que le salió muy “alegre” y lo abandonó: su pasión por la danza de los matachines que lo llevó a ser el discípulo más adelantado del memorable don Pancho “La Gallina”.
Todo eso era don Casimiro, “Cacho”.
Lo supe ese día que me abrió la puerta de su casa y olí su pobreza y sentí su hambre.
Y nadie había reparado en él.
Ni tal vez sus vecinos, mucho menos los periódicos.
Quién iba a imaginar que detrás de aquella casa pintarrajeada con caricaturas de la televisión, se escondiera una historia tan entrañable, tan auténtica, tan urbana,
Una historia de la calle, de las que a mí me gusta contar.