El presidente López
COMPARTIR
TEMAS
Amado y odiado, así es el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador (AMLO). En su tercer intento por llegar a la Presidencia de la República revira en contra de sus oponentes de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN) que de nuevo le plantan campañas de desprestigio. Casi siempre el ataque es por la tangente, ya que sus acérrimos enemigos jamás han podido implicarlo directamente en escándalo alguno.
Esto no quiere decir que el candidato de izquierda sea un hombre impoluto, sino más bien ha probado ser astuto y reservado en el manejo de sus arreglos políticos. En dos ocasiones, sin embargo, perdió una pizca de credibilidad: cuando a sus excolaboradores –siendo AMLO el jefe de Gobierno del Distrito Federal– les tomaron por sorpresa unas grabaciones. Primero a su secretario particular, René Bejarano, recibiendo fajos de billetes de manos de un empresario argentino, y después a su secretario de Finanzas, Gustavo Ponce, cometiendo un fraude por el orden de unos 31 millones de pesos.
En el caso de Bejarano, la persona que participó en los videos clandestinos admitió tiempo después haber recibido 68 millones de pesos del expresidente Carlos Salinas de Gortari y del controversial exsenador Diego Fernández de Cevallos, del PAN.
Aunque la trampa fue tendida, eventualmente, López Obrador no cayó, y su objetivo de competir en las elecciones federales de 2006 prosperó pese a varias trabas legales impuestas por el gobierno panista de Vicente Fox, incluyendo un proceso de desafuero para sacarlo de la carrera presidencial.
Es importante mencionar que Bejarano pasó ocho meses tras las rejas, y Ponce casi tres años por las irregularidades cometidas durante la administración de Andrés Manuel. En ambos casos se aplicó todo el rigor de la ley, un contraste digno de subrayar dada la orgía de una docena de recientes exgobernadores del PRI que han saqueado las arcas del erario con cantidades inconcebibles. Tan sólo el rastrero de Javier Duarte de Veracruz está acusado de haber robado aproximadamente 73 mil millones de pesos; es decir, más que todo el presupuesto anual de Egresos de Coahuila.
Otra distinción entre el tabasqueño y sus rivales de fracciones políticas opuestas es su situación financiera personal. López Obrador aduce ganar poco menos de 60 mil pesos mensuales de su trabajo como líder político y por regalías que recibe de varios de los libros que ha escrito a lo largo de las décadas, el más recomendable de los cuales se titula “La Mafia que se adueñó de México”. No tiene propiedad alguna, aunque la esposa posee una casa, un departamento, dos terrenos, un vehículo, menaje de casa, joyas y obras de arte, como consta en su declaración patrimonial. Un rancho en Chiapas que heredó de sus padres está registrado a nombre de los hijos.
Si bien todo esto debería ser causa de sospecha, AMLO goza de sustanciales prerrogativas concedidas por el Instituto Nacional Electoral (INE), pues su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) recibió nada menos que 650 millones de pesos que le corresponden por ley para las votaciones del año en curso. Al dirigente de izquierdas nunca se le ha visto en vehículos de lujo, yates o en destinos exóticos, ni portando ropa o accesorios vistosos.
Ya que no han podido embestirlo frontalmente, en múltiples ocasiones se le ha comparado con Hugo Chávez de Venezuela. El expresidente Felipe Calderón gozaba trazar dicho paralelismo para infundir miedo en la población, aunque causó más terror entre los mexicanos su irreflexiva idea de combatir al narcotráfico, cuyo costo en vidas humanas superó los 120 mil homicidios, según estadísticas recientes del Inegi.
El panista sacó al Ejército a las calles, les dio más poder a los generales y duplicó el presupuesto militar cuando al rubro de investigación científica no se le asignó siquiera el 0.5 por ciento del PIB nacional. Por cierto, la diferencia de votos en términos porcentuales entre López Obrador y Calderón en las elecciones del 2006 fue tan estrecha como el mencionado presupuesto que México continua dedicando a la ciencia y tecnología.
Si en algo se parecen el difunto dictador venezolano y AMLO, es en su carisma que atrae a millones de votantes. El mexicano, sin embargo, no clausura periódicos ni encierra a sus opositores políticos. Tampoco se apropia de fábricas y negocios de la iniciativa privada. Todo lo contrario, pues estando a la cabeza del Gobierno de la Ciudad de México formó una alianza estratégica con el multimillonario Carlos Slim. Juntos lograron rehabilitar el Centro Histórico: el empresario adquirió importantes propiedades para desarrollo inmobiliario, y el tabasqueño se dedicó a mejorar la infraestructura urbana, retirar al comercio informal de las calles, y procurar la seguridad de los comerciantes.
La abandonada zona pasó de ser un lugar donde prosperaba la delincuencia y la vagancia, a constituirse en pilar fundamental del turismo chilango con cafés, museos, tiendas, restaurantes, departamentos y centros de cultura y entretenimiento para todas las clases sociales. Las grandes agencias calificadoras incluso avalaron el manejo transparente de dinero durante su administración. Situación diametralmente opuesta a lo que sucede hoy en día en Venezuela, donde hay carencia de productos básicos y hasta de alimentos.
Con los empresarios, el ahora líder de Morena emprendió numerosos proyectos público-privados que incluyen los corredores turísticos, las ciclovías y el afamado segundo piso. Andrés Manuel López Obrador introdujo el Metrobús, un sistema de transporte público altamente eficiente y de bajas emisiones a nivel de calle que, poco a poco, comienza a emularse en toda la República.
Además, rehabilitó cientos de viviendas populares, mejoró la recaudación local alzando el impuesto predial, otorgó 457 millones de desayunos escolares, dio casi cuatro millones de libros de texto para alumnos de secundaria, y abrió 16 preparatorias y una universidad, según consta en su Informe de Gobierno de hace 13 años. Encima de todo, pudo recortar los onerosos gastos de su gabinete al restringir compras superfluas como servicios de telefonía y contratación de escoltas.
Todo esto le brindó un índice de popularidad muy elevado entre los capitalinos, cercano al 92 por ciento. En cambio, Peña Nieto llegó a caer –en su punto más bajo– a un risible 17 por ciento de aceptación ciudadana, conforme a los datos publicados por la Consultora Mitofsky.
Eso fue antes, y ahora, con miras a la Presidencia, el exdirigente perredista tiene una batería renovada de ideas para el desarrollo del País a partir de 2018. Por ejemplo, propone dejar el actual aeropuerto capitalino únicamente para vuelos nacionales y de carga, y edificar otra terminal –a menos de la mitad del costo del proyecto de este sexenio que está por concluir– para llegadas y salidas internacionales en la base aérea militar de Santa Lucía, que se ubica a pocos kilómetros de distancia. Algo así como Washington DC o Buenos Aires, que cuentan con los aeropuertos de Reagan/Newbery y Dulles/Ezeiza, respectivamente.
El puntero de todas las encuestas aspira a crear el primer tren de alta velocidad de México con la participación de inversionistas nacionales y extranjeros, que conecte al centro con la frontera norte, impulsando así el comercio y el turismo regional.
También planea mover varias Secretarías u oficinas gubernamentales fuera de la caótica capital. Educación Pública se trasladaría a Puebla; Seguro Social, a Michoacán; Comunicaciones y Transportes, a San Luis Potosí; Minería, a Chihuahua; Economía, a Nuevo León; Medio Ambiente, a Yucatán, y Agricultura, a Sonora, por transcribir aquí las más sonadas.
Por último, pero no menos importante, el abanderado de Morena promete inaugurar dos nuevas refinerías en Campeche y en Tabasco, y modernizar todas las existentes para acabar con la dependencia de gasolinas importadas. En materia fiscal, reducirá tanto el Impuesto Sobre el Valor Agregado a 8 por ciento en la región fronteriza, como el Impuesto Sobre la Renta (a 20 por ciento) en respuesta a la más reciente reforma de Donald Trump.
En cuanto a cultura, López Obrador formula la factibilidad de convertir a la Residencia Oficial de Los Pinos en un museo de renombre, y otorgar becas de estudio para 300 mil jóvenes. Piensa financiar esas subvenciones educativas bajando a la mitad las descomunales percepciones monetarias de todos los legisladores federales, así como de los funcionarios de los Poderes Ejecutivo y Judicial.
Sólo como referencia, los ministros de la Suprema Corte de Justicia hoy en día ganan más de medio millón de pesos mensuales por su labor, cuando el sueldo promedio de un trabajador mexicano es una auténtica mierda, pues no supera ni los 7 mil pesos al mes.
Es conocido por todos los mexicanos que los salarios en este País son para morirse de hambre; por ende, Morena impulsa duplicar las pensiones de los adultos mayores, un grupo particularmente vulnerable en una nación donde 65 por ciento de la población económicamente activa no tiene prestaciones de ley debido a que se desempeña en el sector informal.
Andrés Manuel López Obrador no es el mesías, ni acabará definitivamente con la corrupción y la impunidad en México. Tampoco representa la solución final a los graves problemas de la inseguridad, la pobreza y la desigualdad social que llevamos centurias arrastrando.
Simple y llanamente es la mejor opción –de entre las actuales– para cambiar el rumbo inmediato de la nación. Creo que merece la oportunidad considerando que 12 años de PAN y 78 de PRI han resultado poco favorables para la cada vez más debilitada clase media.
Ante quienes creemos que el Estado Mexicano y la democracia se encuentran en un estado de avanzada putrefacción, AMLO representa la última esperanza y una herramienta vital para fortalecer las instituciones públicas a largo plazo. Asimismo, parece tener los suficientes pantalones para responder sin tapujos –en defensa del interés nacional– a un agresivo vecino del norte. Ojalá no decepcione como lo hizo con creces el señor Vicente Fox.